“La solidaridad es contagiosa”
Cinco mujeres comenzaron hace 19 años a alimentar a los migrantes que cruzan México a lomos del tren conocido como La Bestia. Hoy forman parte de una red de 62 comedores
Todo empezó con un poco de pan y leche. Unos inmigrantes pasaban en tren por La Patrona (un barrio de Amatlán de los Reyes, Veracruz), cuando Rosa y Bernarda volvían de comprar comida. “Madre, tenemos hambre”, les gritaron un par de ellos que viajaban encaramados al primer vagón de lo que hoy se conoce como La Bestia, un ferrocarril que cruza México y que recibe tal nombre por la voracidad con la que engulle personas.
“Madre, tenemos hambre”, les volvieron a gritar un par de ellos que iban en el segundo vagón. Por entonces, hace 19 años, el tren todavía no recibía ese apodo. Era un mercancías que algunos migrantes aprovechaban para intentar llegar a Estados Unidos, pero no estaba repleto de ellos, como sucede hoy, cuando carga con cientos, incluso miles cada día. Unas 400.000 personas lo usan anualmente huyendo de la pobreza y la violencia de Centroamérica.
“Madre, tenemos hambre”, gritaron los del tercer vagón. Bernarda y Rosa se miraron y resolvieron lanzarles la leche y el pan que acababan de comprar en la tienda. No podían hacer más, pero tampoco menos, según Norma Romero Vázquez, de 44 años y hermana de ambas. Recuerda cuando llegaron a casa y explicaron lo que había sucedido: “En el pueblo veíamos pasar el tren con algunas personas, pero pensábamos que eran mexicanos que aprovechaban el trayecto para viajar, para conocer el país”, cuenta. Cuando los oyeron se dieron cuenta de que ni eran de su país, por el acento, ni estaban haciendo turismo, por lo que pedían.
“Que Dios las bendiga”, gritaron quienes habían recibido los alimentos que acababan de comprar. Desde entonces y hasta hoy, cada día reparten comida a los migrantes que viajan en La Bestia. Todo empezó con un poco de pan y leche. Al poco tiempo preparaban unas 30 raciones diarias. Hoy son alrededor de 400 en un día cualquiera. Pueden llegar al millar. Eso solo en su pueblo, porque han formado una red de 62 comedores a lo largo de todo el recorrido de La Bestia, en constante comunicación. "Lo que empieza como un pequeño gesto puede multiplicarse; la solidaridad es contagiosa", relata Norma en un piso de Coslada. Allí, ella y su sobrina Leonila están siendo hospedadas por la plataforma A Desalambrar mientras permanecen en España haciendo visible la labor que desarrollan en su ciudad natal.
Comenzaron Rosa, Bernarda, Norma, su madre y una cuarta hermana. Acudían a tiendas y panaderías de la ciudad a pedir donativos de alimentos y restos. Los cocinaban, los preparaban en bolsas y se apostaban por el recorrido del tren para lanzárselas a quienes pasaban con hambre. Hoy son 14, las conocen como Las Patronas, en honor al nombre del pueblo y mezclan su trabajo, unas como campesinas, otras como tenderas, con la ayuda a los migrantes en lo que se ha convertido en algo mucho más grande que un simple comedor. Ahora prestan asistencia sanitaria cuando lo requieren y son un interlocutor del Gobierno para presionar en leyes relativas a la migración. “Hasta hace poco era ilegal repartir alimentos a las personas en tránsito. Tampoco se les podía atender en los centros de salud porque se ponían en contacto con el departamento de inmigración y los deportaban. En 2011 se aprobó una ley que prohíbe esta práctica”, asegura Norma.
Entre la entrega de pan y leche y ser interlocutores del Gobierno han pasado muchas cosas. Por ejemplo, el Premio Nacional de Derechos Humanos que México les concedió en 2013. Pero el antes y el después llegó hace unos 12 años, cuando un investigador peruano se propuso documentar lo que allí se hacía. “Lo mostró en varias universidades y desde entonces fue una explosión; empezamos a recibir mucha atención, lo cual también nos vino bien, porque nos empezó a apoyar muchísima gente, la sociedad civil y numerosas organizaciones [como A Desalambrar o Ayuda en Acción] para poder proporcionar las cantidades enormes de comida que los inmigrantes necesitan ahora”, narra.
Para Norma su trabajo es una especie de misión divina: “Cuando atendí a uno de los primeros migrantes, que estaba herido, oré para que Dios me ayudara. Y sentí algo indescriptible. Se me pasaron todos los miedos. Le veo a él en el rostro de cada persona que atendemos. Somos sus servidoras”.
Entre las Patronas no hay hombres. Y no porque los rechacen. Las razones de su ausencia hacen todavía más meritoria la labor que desempeñan: “Vivimos en un entorno rural muy machista. Ellos nos miran con recelo y venir con nosotras sería como estar dominados por nosotras. A nuestros maridos incluso les meten en la cabeza cosas raras. Les dicen: ‘¿Qué hace tu mujer todo el día con unos hombres desconocidos? Nosotras respondemos que vengan, trabajen con ellos y lo vean con sus propios ojos”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.