Preocupante, grave
La salud de este país es agonizante porque hay cinco millones de conciudadanos en el paro
Se trata de la salud de este país, de todo este país. En enero escuché a un catalán (a uno que vive en Cataluña, para ser más preciso) prominente: “La situación es grave pero no preocupante. O preocupante pero no grave”. Seis meses después le escuché decir: “El panorama es aterrador”.
En aquel caso se refería al proceso soberanista del presidente Mas y de los partidos y los ciudadanos que lo siguen; en el otro caso hablaba del paro. Luego escuché hablar a una prominente ciudadana de Galicia y dijo lo mismo: “El paro es lo que me aterra”. Un leonés nacido en Cataluña, finalmente, explicó delante de mí: “Lo que nos debe preocupar es el paro”.
La salud de este país es grave y preocupante, sobre todo, porque hay cinco millones de conciudadanos que están en el paro; familias enteras que no tienen empleo y por tanto carecen de ingresos, son insolventes y muchos son indigentes. Escuché decir estos días que cuando no tienes recursos es más fácil que te hagan perder la dignidad. Eso ocurría en la posguerra española, en la que muchos de los que aún estamos por aquí pasamos parte de la infancia.
Al menos la esencia humana persiste, la dignidad ciudadana
Nosotros, que éramos niños, no sabíamos que aquello era grave o preocupante, ni sabíamos decirlo; por otra parte, a nuestros padres o a nuestros vecinos les resultaba muy difícil explicarlo, porque entonces estaban obturados los medios de comunicación y vivíamos en una permanente cabalgata fin de semana. Así que crecimos en la habitación del silencio; este país era la habitación del silencio. Estos días repasé una entrevista que le hice a Víctor Manuel San José, el cantante, que me habló de esa infancia, del silencio de su casa, de la injusticia latente que vivió allí, en su pueblo pequeño asturiano, mientras era un crío. Para saber qué había pasado en el franquismo tuvo que irse a Argentina, no porque se fuera allí con ese propósito, pero allí fue donde supo quiénes eran Alberti o Marcos Ana; hace sólo cinco años supo, además, cómo murió de veras su abuelo, condenado por los vencedores de la Guerra Civil.
Fueron tiempos aterradores, graves, preocupantes, y no se podía decir. Por decirlo ibas a la cárcel, a tus padres los perseguían si protestaban, no podían exigir mejor trato, o trato, simplemente, en la Seguridad Social, o tenían vedado el acceso al servicio público de los ayuntamientos, cotos vedados de alcaldes de bigotito.
Era un desastre, este país era un desastre, grave fue mientras duró, pero casi hasta el final no despertamos para saber que nos dormían con cuentos mientras León Felipe componía en México. En México, por cierto, vivía gran parte de la ciencia y de la educación española, que partieron a un exilio del que ahora se cumple una fecha que aquí se conmemora de lado.
Carlos Fuentes decía, con una gratitud paradójica, que la Guerra Civil la ganó México, pues allí fueron a parar mentes preclaras que ayudaron a su país a entrar en un siglo cuya vitalidad educativa aún dura. Nosotros empezamos a recuperar el pulso una vez muerto el dictador; mis vecinos del barrio donde viví la posguerra ahora conocen sus derechos, pueden protestar; muchos están en paro, pero tienen la dignidad de la ciudadanía. La situación es grave y preocupante, pero al menos esa esencia humana persiste, la dignidad ciudadana.
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