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QUÉ MUEVE A... CARMELO ANGULO

“Urge un plan gubernamental sólido y rápido para ayudar a la infancia”

Tras su vida como diplomático, el presidente de Unicef España dice estar en fase de devolver a la sociedad lo aprendido

Alejandra Agudo
Carmelo Angulo es presidente de Unicef España desde febrero de 2014.
Carmelo Angulo es presidente de Unicef España desde febrero de 2014.santi burgos

Desde el pasado febrero, el diplomático Carmelo Angulo ha añadido una función más a su dilatada actividad al asumir la presidencia de Unicef en España. Lo hace justo en un momento en el que los niños han sido golpeados con dureza por la crisis. Son más de dos millones de razones para alcanzar el que asegura que es hoy su objetivo: “Que la agenda de la atención a la infancia sea prioritaria”. Asume el reto a los 67 años, tras haber sido elegido para el cargo tan solo 18 meses después de empezar a formar parte del patronato de la organización. Aunque en su mochila profesional guarda una abultada carrera diplomática por todo el mundo, desde África hasta América Latina, ligada a la solidaridad. “Estoy en una fase de devolución de lo mucho aprendido. Me siento como en casa. Este es mi mundo porque estas han sido preocupaciones de mi agenda personal”, dice de su nueva labor.

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La mirada azul transparente de Angulo no desvela cansancio alguno. “Ni pienso en jubilarme”, aclara. No cree que haya llegado el momento de abandonar la docencia en la universidad como director del Instituto para la Cooperación y el Desarrollo Humano de la Camilo José Cela; tampoco es la hora de cerrar su consultoría con la que asesora, entre otros organismos, a la Organización Mundial del Trabajo para erradicar el empleo infantil en América Latina. Más aún, añade una línea con su estrenado cargo. Su currículo no solo revela que es incansable, sino que además es un hombre de muchos perfiles. “Desde pequeño pensé que debía tener un plan B”, explica. Si no era la diplomacia, sería profesor o se dedicaría la cooperación al desarrollo. Al final, fue todo. Una cosa le llevó a otra.

Su carrera está llena de hitos. Su inquietud por viajar, conocer, entender y trabajar en otras culturas, le llegó cuando era niño. Angulo imaginaba cómo sería montarse en un barco y emigrar a otro continente. Es lo que hicieron sus bisabuelos paternos. “Salieron de un pueblo de Soria donde había peste y se fueron a Uruguay. Siempre sentí que debíamos mucho a gente que había tomado muchos riesgos, a los emigrantes. Aquello marcó mi vida”, afirma. Él lo hizo a su manera y en otras circunstancias. Tras estudiar Derecho, cursó un máster en Estudios Europeos en Francia. “Fue salir del cascarón y acercarme a la Europa democrática. Me cambió la vida y me abrió horizontes”. Decidió embarcarse en las relaciones internacionales. Y emigrar.

“Tuve un buen maestro”, recuerda a Tierno Galván. “Fue un faro que nos guió y formó a un grupo de diplomáticos”. Angulo achaca parte de su vocación solidaria a la formación recibida del político. Coincidir con él fue otro punto de inflexión: decidió focalizarse en países en desarrollo.

Sus dos deseos —emigrar y que fuera a un país deprimido— se cumplieron en su primer destino como diplomático en los años setenta. Mauritania fue su “primer directo” con la realidad más dura. “Vi el hambre, la desnutrición, la sequía… La gente que vivía en el desierto comía literalmente arena. Todavía guardo algún traje con polvo entre las costuras. Vi que había un mundo injusto”, recuerda. Asegura que entonces comprendió que solo si se cumplían los Derechos Humanos, si se desarrollaban sistemas democráticos y se cooperaba con aquellos países la gente tendría una vida digna. Un mantra que Angulo se ha afanado en cumplir allá donde ha ido bien como diplomático, embajador o enviado de la ONU.

Una década y algunos países después de Mauritania (y los descubrimientos que allí hizo), Angulo recaló en América Latina. El continente que a principio de siglo acogió a sus ancestros se convirtió en su hogar durante más de 20 años. “He sido un observador privilegiado”, reconoce.

El periplo de sus bisabuelos y el suyo propio, con todas sus diferencias, hace que el presidente de Unicef haya desarrollado una especial sensibilidad hacia los problemas que sufren los inmigrantes. Reprueba con contundencia “los brotes hostiles y xenófobos” hacia los extranjeros que viven en España que ha observado en los últimos años. También destaca las que considera actitudes positivas. “Muchos médicos han echado una mano a pesar de los decretos”, apunta en clara referencia a la norma que supuso la exclusión sanitaria de los sin papeles y que algunos facultativos han quebrantado para seguir tratando a los pacientes, independientemente de su tarjeta de residencia.

Sus otros “héroes de la crisis” son los profesores. “Los maestros tratan de paliar las diferencias entro los pequeños por cuestiones económicas”, apunta. Lo ve en el colegio público al que acude su hijo pequeño, quien le cuenta que algunos compañeros de clase se van a casa a comer porque no tienen recursos para pagar el comedor escolar.

Pero Angulo no se siente solo ante el reto de mejorar la vida del 27,7% de los menores españoles, los que viven por debajo del umbral de la pobreza. “Unicef tiene casi 300.000 socios que aportan de media unos 140 euros al año”, subraya. “Tenemos una sociedad solidaria. Hay mucha gente que se ha quitado la cerveza para darlo a organizaciones sociales civiles. Solo el año pasado, el número de socios de Unicef aumentó en 50.000 personas”, destaca.

Pese a que se rompe en halagos hacia la solidaridad española, Angulo se apresura a reclamar un plan gubernamental sólido y rápido para ayudar a la infancia y que su futuro no quede a merced de la bondad ciudadana y abocados a hacer cola en los bancos de alimentos. De nuevo, el diplomático tira de memoria y se remonta a su infancia. “Recuerdo los carnés de racionamiento y que venían en camiones para repartir comida. Espero que no tengamos que hacerlo ahora”, dice con serenidad.

“Me ha tocado vivir hambrunas, huracanes... y he visto muchos dramas. He estado muy cerca de los problemas de la gente”, concluye. Ahora, en su nueva faceta de presidente de Unicef, no tendrá que coger un avión, ni volver al pasado para conectar con aquellos que necesitan su ayuda. Bastará con que se agache para escuchar a los más bajitos; a los compañeros de colegio de su hijo, a los niños para los que la crisis no es que suba la prima de riesgo, sino una nevera vacía.

Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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