Alexandre Vauthier, un canalla en la alfombra roja
Heredero de los ochenta. Thierry Mugler y Jean-Paul Gaultier inspiran al diseñador francés con firma propia desde 2008
Responsable de haber devuelto el sex appeal a la más alta expresión de la moda, alfombras rojas de medio mundo mediante, y llevar el prêt-à-porter a una nueva dimensión del lujo, Alexandre Vauthier no quiere que le llamen diseñador. Nos explica por qué en París, recién reclutado por Lancôme para su proyecto de cosmética fashionista Nouvelle Vague.
La ecuación del éxito en la alfombra roja la resuelve la trigonometría. Cuestión de triángulos (invertidos), senos y cosenos: la envergadura de los hombros es inversamente proporcional a la estrechez de la cintura, dice el teorema de la silueta ganadora. Curioso que quien mejor lo formula sea un tipo que gusta de salirse por la tangente. Pregunta: “¿Sabría decir cuál es su primer recuerdo asociado a la moda?”. Respuesta: “Es que yo nunca quise ser diseñador…”. “No me interesa la fama”. “No socializo”, negará también a lo largo de la conversación. En fin, puede que Alexandre Vauthier haya acabado haciendo ropa, pero no por las razones que cualquiera supondría.
Este francés compacto de 42 años es uno de los pocos que ha recibido el beneplácito de la estricta Cámara Sindical parisiense para engrosar el escurrido santoral de la alta costura en el último lustro (de momento como “miembro invitado”). La herencia del viejo glamur se le reconoce en su propuesta, marca de la casa con la que ha logrado revalidar conceptos indumentarios vacíos de contenido y significado tiempo ha –sexi, poderoso, sofisticado, extravagante, glamuroso–, aun a costa de abundar en la hipersexualización de la mujer. Y lo expone de otro modo: “Lo que pasa con la costura es que aprendes a trabajar desde el respeto al cuerpo femenino. Empiezas armando la silueta por los hombros y desde ahí desarrollas las proporciones, buscando el corte preciso para la mujer, el equilibrio entre los hombros y la cintura”. Y remata: “Es lo que he mamado, pero no por eso me siento como si fuera el hijo de Thierry Mugler”.
Decidí desafiarme: hacer una colección y sacarla a desfile, a ver si funcionaba. ¿Que no? Pues adiós. No quiero ser famoso ni me interesa la celebridad”
La referencia al vigoréxico rey de las glamazonas urbanas, triángulos equiláteros andantes que dominaron la tierra en los ochenta, cae inevitable. Vauthier lo aprendió todo, o casi, al lado de Mugler, tras abandonar los estudios de Derecho en Burdeos (“una pesadilla”) en 1993. Tenía 21 años. “Siempre he mostrado una, digamos, sensibilidad artística, quizá porque mi madre pinta un montón. El caso es que yo solo quería estar en el estudio de los diseñadores que me gustaban: Mugler, Gaultier, Lagerfeld… Me atrae la creación de una imagen, desarrollar un concepto. Es mi manera de expresarme, aunque podría hacer cualquier otra cosa: arquitectura, fotografía, cine… Pero ahora mismo estoy comprometido con la ropa, es lo que he elegido”.
Sostiene Vauthier que él no es ni modista ni diseñador; si acaso, una combinación de ambos, porque “el primero es un artesano, y el segundo, un creativo. Necesitas tener el conocimiento, la cultura del oficio, pero buscando tu propia identidad. Y yo trato de encontrar mi ADN para contar mi historia personal. Fíjate, a Mugler y a Jean-Paul Gaultier se les llama creadores, pero en el círculo de la costura se les denomina couturiers. Como creadores, su aproximación al prêt-à-porter en los ochenta fue radicalmente nueva, más moderna, técnicamente distinta, única. Sus talleres eran laboratorios, y su manera de concebir las prendas era la de la costura. A mí me pasa igual. Mi trabajo es una declinación de la costura”. Cuatro años en el atelier de Mugler y ocho más en el de Gaultier lo convirtieron, asegura, en parte del fashion-system. Un par de grandes casas de Milán y París lo reclamaron cuando proclamó su independencia en 2008, “pero no era lo mío. Quería cambiar algo, aunque no sabía muy bien qué. Decidí desafiarme: hacer una colección, sacarla a desfile, ver si funcionaba. ¿Que no? Pues adiós. No quiero ser famoso, no me interesa la celebridad, solo quiero ser feliz con lo que hago”.
Apostando sobre seguro al legado de sus mentores, su negocio va como un tiro, con una línea principal de alta costura (Rihanna, Beyoncé, Rita Ora, pero también Sophia Loren e Isabelle Huppert, rendidas incondicionalmente a su sex appeal) y una pequeña concesión al prêt-à-porter (apenas una quincena de looks por temporada) que triunfa en el canal multimarca. “Es la única manera de sobrevivir. No puedo presentar cuatro colecciones completas al año. En junio empiezo en el circuito de las precolecciones, porque el prêt-à-porter se vende bien y las tiendas demandan más, pero con eso tengo suficiente”.
En su haber hay ya uno de esos it bags de temporada, el llamado U7, en colaboración con taller del italiano Renato Corti, y tiene en perspectiva una línea de gafas de sol y un perfume. Lancôme acaba de contar con él para una nueva edición de Nouvelle Vague, la iniciativa comercial del gigante cosmético que aúna belleza y moda en conjunción con diseñadores recién llegados (Yiqing Yin y Jacquemus son los otros dos elegidos para la ocasión junto a Vauthier, que ha creado un trousse de maquillaje en plan clutch-joya muy parecido a su U7). Y para rematar la jugada, colabora con La Perla y, desde 2012, tiene carta blanca en la centenaria firma de ropa técnica Pyrenex como director creativo de una colección que ha llevado parkas y plumíferos a una nueva y ultralujosa dimensión. Total que, a pesar de las evasivas, Alexandre Vauthier sabe quién es y, sobre todo, lo que hace: “Soy muy curioso, me gusta ponerme en dificultades, aceptar retos, ir hacia delante, pero sin urgencias. Tengo un montón de trabajo por hacer. Y tiene que ser en el momento adecuado. La ropa es más cara que los accesorios, los zapatos y los perfumes, por eso todo el mundo se lanza a ellos, pero a mí es la ropa la que me da el dinero y estoy muy orgulloso”.
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