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Entrevista: carl honoré

Contagiados por el virus de la prisa

Pretendemos hacer más cosas cada minuto. Pero la velocidad pasa factura. Analizamos junto a Carl Honoré las consecuencias de la aceleración moderna y aprendemos a frenar

Carl Honoré
Carl HonoréCORDON

Carl Honoré parece la viva desmostración de que somos artífices de nuestro destino. Es tan afable como alto y acompaña con gestos suaves sus respuestas pausadas, que revelan que este experiodista independiente reconvertido en el teórico de una filosofía slow –que hasta ahora se limitaba al movimiento gastronómico del italiano Carlo Petrini– practica los principios que promulga.

Pregunta. Para comenzar, señor Honoré, aclárenos una duda, por favor. Muchos piensan que para ser slow hay que ser rico. ¿Es así?

Respuesta. En absoluto, porque la lentitud no es un lujo. La filosofía slow es un estado de ánimo, una mentalidad, un cambio de chip. Por ejemplo, si en vez de hacer las cosas lo más rápido posible intentas hacerlas lo mejor posible, todo cambia. Dicho esto, tampoco se trata de hacerlo todo a paso de caracol, sino a la velocidad adecuada. Es la idea de “tempo justo”, como dicen los músicos. Por supuesto, cada uno tiene su “metrónomo” personal, su propio tempo.

P. Entonces, ¿por qué no vivimos ya en un mundo slow?¿En qué reside la cuestión?

La empresa ya empieza a valorar el papel de la lentitud a largo plazo. Los políticos, en cambio, todavía no”

R. En que la sociedad ha generado un vínculo entre eficiencia y rapidez. Ese es el problema. Nos han hecho creer que para ser más eficientes hay que ir más rápido, lo cual es un mito, la gran mentira contra la que lucho.

P. ¿Diría que, a la hora de desarrollar esta idea de la vida, ha influido en usted el hecho de haber crecido en Canadá, cuyos habitantes son famosos por su lentitud?

R. Comparados con nuestros vecinos estadounidenses, sí que somos “lentos”. Siempre he creído que la lentitud la había aprendido en casa, porque mi madre es muy rápida y mi padre, en cambio, es lo contrario. Me he criado en un contexto con estos dos modelos. Inicialmente opté por el de mi madre, pero después aprendí que la felicidad es una mezcla de los dos. En este sentido Canadá es una mezcla de Europa y EE UU: un país más lento pero más exitoso.

Cinco actitudes 'slow' para una vida más plena

1. Dormir

Un mínimo de siete horas, para recuperar las fuerzas.

2. Trabajar

Producir con calma y calidad; y con horarios sanos

3. Pensar

Cocer las ideas a fuego lento para asegurarnos su éxito

4. Hijos

Tratarles como personas en lugar de productos o proyectos

5. Esperar

La paciencia es clave para poder gozar en su momento

De hecho, en la vida las decisiones más importantes suelen ser el resultado de meditaciones muy largas… Es verdad: por más que parezcan instantáneas, las epifanías siempre son resultado de procesos lentos y difíciles de analizar.

P. ¿Recuerda en qué momento supo que algo no funcionaba en su vida y que tenía que cambiar?

R. Sucedió cuando empecé a leerle cuentos a mi hijo. Se suponía que debía ser el momento más relajado e íntimo del día, pero no era así, porque yo trabajaba a todas horas y… Darme cuenta de esto fue para mí una llamada de atención. Mi hijo tenía cuatro años cuando decidí realizar un cambio profundo en mi vida familiar. Ahora tiene 15 y seguimos leyendo cuentos, pero ahora en francés (para mejorar su manejo del idioma). En inglés leo con mi hija, de 12 años.

P. Desde el Futurismo, el mundo ha ido enloqueciendo cada vez más con la velocidad. ¿Cuánto tiempo haría falta para recuperar un ritmo de vida normal?

R. Tras más de un siglo de aceleración constante, cambiar las reglas del juego no va ser un proceso rápido. La revolución será lenta: no creo que podamos crear un mundo slow antes de dos generaciones, porque llevamos demasiado tiempo contagiados por este virus de la prisa. Así que falta mucho; pero avanzamos.

P. ¿Qué grado de culpa tiene el sistema capitalista en todo ello?

R. Mucha. Yo no soy anticapitalista, pero ha surgido un modelo de “turbocapitalismo” que es un problema objetivo. Estamos atrapados en un carrusel de consumo, de producción y búsqueda compulsiva de recursos financieros como fin en sí mismo. Existimos para servir a esta gran máquina de producción y tendríamos que darle la vuelta a la ecuación, pues la raíz de la crisis financiera ha sido un exceso de velocidad basado en las ganancias y en el consumo rápidos. Esto ha destapado un deterioro general de las instituciones antiguas, la iglesia, la política, la economía, sobre las que deberíamos debatir y reflexionar conjuntamente, pues se necesita un cambio profundo. Debemos discutir sobre qué tipo de sociedad queremos dejarles a nuestros hijos y nietos dentro de cuarenta años.

P. ¿Qué virtudes deberíamos desarrollar para conseguirlo?

R. Si tuviera que elegir solo una, sería la solidaridad. El virus de la prisa va de la mano de una sociedad basada en el egoísmo. Vivimos encerrados en nuestras propias necesidades, deseos, miedos y complejos, todos reforzados con la velocidad. Y con tanta velocidad ya no tenemos tiempo para pensar en el otro, conectar con él. Creo que si abriéramos espacios a esas conexiones sociales, la gente empezaría a alimentar y a poner más énfasis en la solidaridad: así, el consumo bajaría de la lista de prioridades y también podríamos abordar los problemas complejos a los que nos enfrentamos como sociedad. Por eso, necesitamos trabajar juntos; y tenemos las herramientas para hacerlo.

P. ¿Se refiere a Internet?

R. Por ejemplo. Entre otras, porque en Internet puedo entrar en un foro e intercambiar ideas desde mi casa con alguien que está en Vietnam o en África. Con esos diálogos podemos generar mejores soluciones y también forjar relaciones humanas.

P. ¿Qué opinión le merece, en este sentido, el Movimiento 5 Estrellas italiano, liderado por el excómico Beppe Grillo, del que tanto se habla en Europa y en Estados Unidos?

R. No sé si será un movimiento. De momento, el carácter de la reacción parece interesante, porque subraya que estamos necesitando esa nueva visión –de colectividad, de solidaridad, de hacer las cosas todos juntos– de la que hablo. No digo que haya que tirar por la borda la competencia y la competición, porque también tienen sus roles. Digo que tenemos que buscar el equilibrio entre aquellas y la colaboración. Y el fenómeno de Grillo entra claramente en esto, porque es lo que la gente está solicitando.

P. Lo que acaba de decir es algo que se oye cada vez más, y no desde un solo lado o ambiente…

R. Sí, está en el aire, sobre todo en la nueva generación, porque los jóvenes que llegan al mercado laboral lo hacen con una visión distinta, mirando al pasado y diciéndose algo parecido a: “No sé si quiero sacrificar mi alma, mi cuerpo, mi salud, mis relaciones afectivas y mis sueños, en el altar de la velocidad y del consumo”. Quieren trabajar para empresas que no destrocen el medio ambiente, que tengan responsabilidad social, que devuelvan algo a la comunidad. Es otra señal de que estamos entrando en una época de toma de conciencia de que somos seres sociales, no robots para la producción y la productividad. Hay distintas maneras de expresarlo, y la lentitud es sin duda una óptica, una vía para abordar este problema básico.

P. En su libro Elogio de la lentitud promueve usted la idea de disculpa, el saber reconocer nuestros errores…

R. Esto también tiene su dimensión social, porque hablo de un trato nuevo con los demás. La cuestión es interesante, porque desde que salió el libro a menudo me preguntan qué sector es el más reacio a esta idea, y yo siempre contesto que es el mundo empresarial. Sin embargo, en realidad los más reacios son los políticos, pues el ambiente empresarial sí que se va dando cuenta de que la lentitud tiene un importante papel a largo plazo y que ralentizar un mundo demasiado veloz tiene un sentido de productividad y de inversión. En cambio, los políticos siguen muy aferrados al “cortoplacismo”.

P. Todos los capítulos de su libro comienzan con citas. ¿Hay, entre todas ellas, alguna que sea su preferida?

R. Me gustan todas, pero tal vez me quedaría con la de C. G. Jung que encabeza el capítulo sobre los transplantes de órganos en España: No puede haber transformación de la oscuridad en luz y de la apatía en movimiento sin emoción. Me gusta porque vivimos en un mundo en el que hemos puesto la matemática en un pedestal y seguimos pensando que podemos resolver cualquier problema con cifras, cuando en realidad los problemas importantes tienen una clara dimensión humana.

P. ¿Tal vez porque, igual que sucede con las religiones, el hecho de que todo sea matemático apacigua la humana ansiedad?

R. Sí, en cierta forma la “matematización” de la vida es una respuesta para una sociedad que ha dejado atrás la religión y busca otro sistema de creencias que genere en nosotros el mismo efecto, y no hay duda de que es tranquilizador poder pensar que las cifras se encargarán de todo, ya que eso significa implícitamente que yo solo no puedo hacer nada o, al menos, nada importante. Por otra parte, el mundo no exige mucho tiempo ni mucho esfuerzo si se lo entrego a las fórmulas y a los algoritmos. Lo cual, si me apura, es otro ejemplo de que la velocidad no es más que una forma de huida.

P. ¿Cuál es su mayor motivo de alegría en su profesión?

R, Hay dos ejemplos casi vinculados, ambos en el campo de la educación de los niños. A finales de agosto de 2012, en el Día Nacional de Singapur, el Primer Ministro del país, Lee Hsien Loong, dedicó su discurso a los chinos que viven allí. Les dijo que sus chicos estaban enloquecidos, que corrían demasiado, que lo que tendrían que hacer era aburrirse, jugar libremente, hacer menos deberes y menos actividades extraescolares. El insólito discurso cayó como una bomba, porque vino a decir cosas como: “Vamos demasiado rápido, los niños crecen como máquinas de sacar buenas notas; pero no pueden pensar creativamente, y tienen problemas de salud. O sea, que lo estamos haciendo fatal con este exceso de velocidad”. Me pareció un cambio de actitud muy importante. Por otra parte, también me sorprendió mucho que el colegio inglés Eton me propusiera desarrollar un programa de educación lenta para alumnos inteligentes y ambiciosos que viven en este estado frenético vigente, que les genera problemas en sus relaciones sociales y en su salud. Para mí, que un colegio tan célebre admitiera de manera tan implícita que había perdido la brújula y que debía recuperar y reivindicar el valor de la lentitud, fue otra señal inequívoca.

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