Ni un triste 25%
Intolerancia, obstinación, terquedad e intransigencia. Son las palabras que me vienen a la cabeza cuando oigo a la consejera catalana de Educación, Irene Rigau, afirmar que hará lo que sea para evitar que un pequeño porcentaje, el 25% de las clases, puedan darse en castellano. A mí me indigna la indignación de la señora Rigau, que no permite que la convivencia normal de nuestros dos idiomas en la calle se traslade a la escuela. ¿Por qué esa obsesión por una inmersión monolingüe, pura y dura, basada en que la lengua que hablamos la mitad de la sociedad sea arrinconada y excluida de las escuelas? ¿Por qué tanta intolerancia lingüística por motivos políticos? Lamentablemente, el nacionalismo catalán es ese que va a Madrid para exigir respeto a la pluralidad lingüística mientras en Cataluña se saltan las leyes y los derechos de los ciudadanos para imponernos su monolingüismo más absoluto.— Miguel Torres.
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