El salto más largo
Yago Lamela fue portada de 'El País Semanal' en dos ocasiones, 1999 y 2000 En aquel momento vivía un ascenso imparable hacia la gloria deportiva 15 años, un mes y un día han pasado desde el gran salto del asturiano hasta su último día
El 10 de septiembre de 1999 y el 15 de agosto de 2000, Yago Lamela ocupó las portadas de El País Semanal. Era su momento. Corría imparable hacia la gloria deportiva. Ya era parte de una élite que nunca llegó a entender cómo aquel asturiano de 21 podía llegar hasta los 8,56 metros, y que Santiago Segurola retrató así aquel verano del 99:
Pero ahora llega un casi desconocido y pone en solfa ciertas convenciones sobre el arquetipo ideal del saltador. Porque, francamente, Lamela no responde al canon: ni por su procedencia -un país de escasa tradición de saltadores- ni por su morfología. En sus propias palabras, “mucha gente no se explica lo que pasa conmigo: como muchas galletas, soy bajo; soy un alien”. Dicho de otra manera, un atleta que mide 1,76 metros, con un peso que oscila entre los 77 kilos cuando está fino y los 81 cuando se desentiende de los rigores de la báscula, cosa que sucede con alguna frecuencia; suficientemente veloz para estas latitudes (alrededor de 10,5 segundos en 100 metros), pero lento en comparación con saltadores como Cari Lewis (9,86 segundos en los 100 metros) o Larry Myricks (20,03 segundos en los 200 metros); fortísimo, desde luego, con un tren inferior tremendo y con una capacidad extrema para mover grandes pesos (levanta 220 kilos en sentadilla y 137,5 kilos en la arrancada hasta los hombros); con dos pies, en fin, desproporcionadamente grandes para su estatura -“dos barcos”, dice Yago; dos barcos largos y anchos del 45 que actúan como poderosas palancas en sus saltos-.
En el momento de aquel reportaje Yago Lamela había sido durante semanas el centro de atención de expertos en biomecánica que analizaron milímetro a milímetro aquel salto que copó periódicos deportivos, revistas y diarios; y que sigue siendo el más largo que ningún atleta de España ha logrado, en pista cubierta y al aire libre, y fue récord de Europa hasta 2009. Desde aquella victoria sobre la gravedad han pasado 15 años, un mes y un día. El tiempo desde el gran momento de Yago Lamela hasta su último día -ayer, jueves 8 de mayo, un amigo lo encontró muerto en casa de sus padres en Avilés (Asturias)-.
En el mismo lugar desde el que salía cada día a entrenar, y donde estuvo el autor del reportaje. Entre Avilés y la pista de San Lorenzo en Oviedo, su lugar de entrenamiento. Al que llegaba después de una ruta en autobús y media hora de caminata. "Siempre me digo que todas esas cuestas me sirven para calentar. Si tuviera la pista al lado de mi casa, quizá no haría todo esto", contaba el atleta disciplinado, puntual, obediente, con una energía por competir que arrasaba con todo. Aunque en aquel momento las lesiones ya empezaran a vislumbrarse:
Yago, entre cuyas características destaca, una voluntad férrea y un espíritu optimista que le invade de arriba abajo. “Siempre ve las cosas de manera positiva, sin quejarse, sin poner mala cara”, comenta Blanca Méndez, que se encarga junto a Miguel del Valle de la tutela médica del atleta. “¿Qué tal estás?”, le pregunta a Yago. “Bien”. Yago siempre dice que está bien, aunque le duelan los músculos isquiotibiales. Pero para saberlo hay que verle a lo lejos, en la pista, llevándose fugazmente la mano a la parte posterior de la pierna. Apenas es un gesto, no vaya a interpretarse como una queja, cosa que no gusta nada a Lamela.
Su resistencia a someterse al dolor está relacionada sin duda con una naturaleza fortísima y también con la existencia de un motor que le dirige hacia un objetivo colosal. Hay algo del primer Raúl en su mirada, la misma convicción en la conquista de un desafío interior, la clase de reto que le ha llevado a vencer los prejuicios instalados sobre cualquier saltador de raza blanca, bajito y con tendencia al sobrepeso. Ramón Cid, el responsable de saltos de la Federación Española de Atletismo, recuerda una anécdota que retrata el carácter de Yago frente a la adversidad. “El pasado año, en la serie de clasificación para la final de los Campeonatos de Europa, le dije que estaba preocupado porque hacía un día de perros. Frío, agua y viento. Pensé que sólo tenía 21 años y que podía sentirse afectado por unas condiciones tan desagradables. Cuando se lo comento, se gira y me contesta: ‘Que se jodan”. Por lo visto, Yago no es de los que se dejan impresionar fácilmente.
Quien mejor lo conocía como atleta era Azpeitia, su entrenador durante años. La relación entre ambos se distinguía por la confianza y probablemente por la gratitud. El atleta tenía una fe indeclinable en su entrenador. Sobre todo después de que el asturiano volviera de Estados Unidos, donde estuvo 16 meses en la Universidad Estatal de Iowa:
En mitad de las grandes llanuras norteamericanas, Lamela se encontró demasiado solo. “Me gustaba el sistema educativo, que anima a estudiar, pero perdí el deseo de entrenarme, de competir, casi no me sentía atleta. El método se me hacía muy impersonal. Muchas veces me entregaban un papel y tenía que seguir las pautas sin nadie que me aconsejara”. La regresión de Lamela fue preocupante. “Cada vez que venía de América había que recomponerlo de arriba abajo”, dice Azpeitia. “Estaba harto, no iba a entrenarme. Me sentía destrozado”, añade Yago. Aguantó 16 meses en Iowa. Cuando regresó era un muchacho deprimido, con un aspecto preocupante. “Le vi y pensé que tenía cáncer”, confiesa ahora Azpeitia.
Yago Lamela volvió y recuperó su estima como atleta. En el reportaje explicó que en Estados Unidos se volvió desconfiado: "No creía en lo que me decía mi entrenador, y eso se hace insuperable. Con Juanjo me ocurre todo lo contrario, en buena parte porque él también fue saltador. Tiene sensaciones y recuerdos que otros técnicos no tienen”. Posiblemente esos recuerdos sean hoy los que evoque Azpeitia cuando recuerde a Lamela, a ese Yago al que tantas veces corrigió. Un mastodonte enérgico que se nutría de su afán por competir, por ganar, que se encontraba como en casa rodeado de miles de flases y de pares de ojos que observaban cómo corría generando leves torbellinos de polvo al despegar los pies de la pista, cómo se contorsionaba y caía sobre la arena, grácil pero potente. De la misma forma en la que se ha ido.
Salto de longitud
El 10 de septiembre de 2000, El País Semanal dedicaba sus páginas centrales a los deportistas españoles que buscaban medallan en tierras antípodas, era el 'Asalto a Sidney' y Yago Lamela protagonizaba la portada. En la página 74, un pequeño retrato de aquel momento:
Avilés (Asturias), 24 años • Subcampeón del mundo en Sevilla. Su mejor marca la obtuvo en Japón, con un salto de 8,56 metros.
El año perfecto del gran saltador de Avilés fue 1999, a los 22: subcampeón del mundo en Sevilla. Pero luego vino una larga racha de lesiones que minaron sus músculos y su confianza. Dudaba sobre el viaje a los Juegos, pero acaba de pasar varias veces de los ocho metros (su mejor marca es 8,56). Su moral está en alza: “Creo que estaré bastante bien en Sydney". Su entrenador, Juan José Azpeitia, es optimista a largo plazo: “Su techo es ilimitado. Sólo necesita tres años seguidos sin lesiones”. Su maleta siempre contiene música instrumental y algo de clásica -“me llevo los CD allá donde vaya”-, y libros de ciencia-ficción o psicología. Complementa la explosión de adrenalina imprescindible para saltar con la mente disciplinada y fría de un informático de carrera. Pero no está enganchado: “En los hoteles no me conecto a Internet".
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