Sin anestesia
Avalaron a un hijo que no puede hacer frente a la hipoteca. Si la ley lo permitiera, ellos lo habrían avalado con sus hígados o sus riñones. Todo se andará
Cuando usted lea estas líneas, probablemente la pareja de ancianos ya habrá sido desahuciada de la vivienda en cuya cocina aparecen fotografiados. Bueno, avalaron a un hijo que no puede hacer frente a la hipoteca. Si la ley lo permitiera, ellos lo habrían avalado con sus hígados o sus riñones. Todo se andará. Cuando se legalice el tráfico de órganos, el banco enviará un tasador que revisará los cuerpos y dirá:
–Tanto, este hígado vale tanto, y este riñón no sé, tenemos que revisarlo más a fondo, pero no menos de veinte mil. Gracias a las vísceras de sus padres, pueden ustedes hacerse con este hermoso piso de 40 metros cuadrados.
Si Rosa e Isidre, el matrimonio de la foto, vivieran ya en ese futuro cercano, nos mostrarían ahora sus cicatrices:
–Por aquí me sacaron el hígado –diría él.
–Y por aquí me sacaron a mí el riñón –diría ella.
En vez de eso, nos muestran el lugar del que los van a sacar a ellos, a los dos, sin anestesia. A patadas, con policías disfrazados de Robocop. Los van a sacar de ahí, de esa modestísima cocina en la que quizá hagan la vida para gastar menos calefacción, y menos luz y menos de todo. Piensa uno que el tasador del banco fue un día a visitarlos y que entró en la vivienda y que tomó nota del microondas, y de la pila de acero inoxidable y del mantel de hule… Piensa uno que regresó a la entidad y que realizó un informe y que sus jefes lo leyeron y que con sus garras de buitres y con su pico ensangrentado dieron el visto bueno… Seguro que Isidre y Rosa preferirían que les sacaran el hígado a que los sacaran de su cocina.
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