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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El incómodo (no) invitado

Con el Gobierno de Rajoy se recibe a Obiang, pero nadie se hace responsable de haberle reclamado

SOLEDAD CALÉS

Invitar oficialmente al presidente guineano Teodoro Obiang genera siempre una lógica protesta. Son razones de peso su régimen tiránico, sus promesas incumplidas acerca de la liberación de presos políticos o el chantaje al que se somete a los empresarios que pretenden hacer negocios en ese rico país petrolero. Pero en el marco de la imperante diplomacia pragmática, lo que distingue las visitas de Obiang del resto de los tiranos que recorren el mundo es su capacidad de sorprender y de incomodar a sus anfitriones españoles.

Esta vez —ocho años después de su última visita oficial, cuando fue recibido por el presidente Rodríguez Zapatero— se ha personado en Madrid como deudo de Adolfo Suárez, al mismo que no permitió el paso cuando pretendió facilitar una apertura democrática en la antigua colonia española, y también como defensor del idioma español. Con tales credenciales, Obiang estuvo en el funeral de Estado de Adolfo Suárez y dictó después una conferencia sobre el idioma español en el Instituto Cervantes de Bruselas.

Hasta ahora, las autoridades explicaban sus contactos con Obiang: son necesarios, decían, para defender los intereses económicos españoles y presionar al régimen en favor de los derechos humanos. Pero la última visita es muy particular. Nadie llamó a Obiang al funeral, dice el Gobierno. Fue una invitación general a las embajadas. En el Cervantes tampoco se responsabilizan. Fue iniciativa de la embajada de Guinea en Bruselas y de las instituciones en Madrid, que, por supuesto, callan.

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Mientras el comisario de Industria, el italiano Antonio Tajani, le recibe sin más rodeos en Bruselas, en el Gobierno se marea la perdiz y se hacen malabares. El ministro de Exteriores aseguró desconocer la agenda de Rajoy en Bruselas, que asiste a la cumbre UE-África, y este, que no va a celebrar ningún encuentro bilateral con el guineano, tampoco cenó a su lado, como inicialmente estaba previsto en el protocolo bruselense.

Es posible que intercambiaran anoche algunas palabras: qué otra cosa puede hacerse en un rápido saludo, de los tantos que ocurren en un pasillo de Bruselas. Y ahora, hasta la próxima visita (incómoda) del presidente de Guinea.

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