Tres goles
Por el ventanal de un bar llegaba hasta la plaza del pueblo la voz patriótica de Matías Prats, que radiaba el partido de España contra Inglaterra desde el estadio de Maracaná en Río de Janeiro
Recuerdo muy bien la tarde del domingo 2 de julio de 1950. Por el ventanal de un bar llegaba hasta la plaza del pueblo la voz patriótica de Matías Prats, que radiaba el partido de España contra Inglaterra desde el estadio de Maracaná en Río de Janeiro. En ese momento un chaval de mi edad me hacía una demostración con lo que a simple vista parecía una estilográfica. Le quitó el capuchón y me pidió que escribiera cualquier cosa sobre un papel. Entonces se oyó un grito desaforado: !!gol de Zarra!! Solo se me ocurrió escribir lo que acababa de oír: “Zarra ha marcado un gol”. Mi amigo me dijo que pasara la mano sobre la tinta. En efecto, aquella tinta no manchaba. Era el primer bolígrafo. El gol de Zarra y aquellas letras imborrables escritas con un bolígrafo serían siempre para mí el mismo milagro. Mucho después, el 21 de junio de 1964 se jugaba la final de la Copa de Europa entre España y la Unión Soviética en el Bernabéu con Franco en el palco. El poeta Blas de Otero había dicho: “Tanto tiempo esperando que llegaran los soviéticos a salvarnos y vienen a dar patadas a un balón”. La grada del fondo sur estaba cuajada de policías de la secreta. En el minuto 84 se produjo el gol triunfal de Marcelino. En medio del delirio explosivo a mi lado hubo un español que no aplaudió. Su actitud reacia produjo cierto altercado y de pronto un policía de la brigada social salió del anonimato y lo trincó por el cuello. “Pero, ¿qué he hecho yo?”, gritaba aquel ciudadano. No aplaudir”, gruñó el policía llevándolo preso. Años después, el 7 de julio de 2010, en un café de Marrakech había un centenar de espectadores, yo entre ellos, viendo en televisión la final del campeonato Mundial entre España y Holanda. “Tu estar español”, me decían, de modo que ante el gol de Iniesta, de repente, varios marroquíes se abalanzaron sobre mí con gran euforia para abrazarme. Con mucha angustia yo les gritaba: “¡Dejadme, que yo no he hecho nada!”. Solo me libraron de morir asfixiado cuando grité también ¡viva España! De los tres goles he sacado tres lecciones: escribir siempre de lo que uno sabe, aunque sea con bolígrafo; hacer lo posible para no tener que aplaudir a nadie por obligación o necesidad; no ser nunca un patriota para no perecer ahogado por la victoria.
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