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Las hijas de Chávez se hacen fuertes en su casa

El presidente Maduro acepta la ocupación de la casa presidencial de Venezuela Las hijas del difunto comandante, una dedicada a las obras caritativas y la otra al mundo de la farándula, disfrutan de la cancha de boliche y de la piscina en ese palacio colonial

Maria Gabriela Chávez, sonriente ante una foto de su padre, en junio del año pasado.
Maria Gabriela Chávez, sonriente ante una foto de su padre, en junio del año pasado.LEO RAMÍREZ (AFP)

"Yo le di la orden al vicepresidente de que permaneciera en La Casona [la residencia presidencial de Venezuela]”. El presidente venezolano Nicolás Maduro respondió así a una pregunta del periodista Vladimir Villegas en la víspera de las elecciones municipales del pasado 8 de diciembre. El entrevistador le había preguntado por qué razón no vivía en la morada destinada a los jefes de Estado y sus familiares, donde sí siguen residiendo las hijas del fallecido Hugo Chávez.

Ha sido hasta ahora la única explicación, la hoja de parra que disimula la irregularidad que representa que alguien distinto de Maduro y su familia vivan en ese lugar, una mansión de estilo colonial rodeada de zaguanes que en el pasado fue la sede de una hacienda azucarera y que tiene entre sus distracciones una cancha de boliche y una piscina. El vicepresidente Jorge Arreaza vive allí con su esposa Rosa Virginia y su cuñada María Gabriela, las hijas mayores de Hugo Chávez.

La insólita situación ha dado pie a toda clase de especulaciones y a un enardecido reclamo en las redes sociales y en la prensa más enfrentada al oficialismo. Once meses después de la muerte del caudillo bolivariano, sus hijas siguen disfrutando de los privilegios como si su padre aún estuviera vivo. A esa voluntad de eternidad contribuye la televisión oficial. Cada vez que pueden, las autoridades venezolanas dicen que Chávez no murió, sino que se sembró entre su gente.

Salvo esa alusión de Maduro, no es mucho lo que se sabe de los cuatro hijos del comandante (los otros dos son Hugo y Rosinés).

La hija mayor lidera uno de los programas asistenciales del país más apreciados por los pobres. Rosa Virginia fue nombrada recientemente como presidenta de la Misión Milagro, uno de los tantos convenios suscritos por Cuba y Venezuela para fortalecer su relación política, y debe dar explicaciones sobre su trabajo a su marido. Con el apoyo de la medicina cubana, personas de bajos recursos son intervenidas de problemas en la vista. Son incontables los testimonios agradecidos de los pacientes en las emisoras del Estado.

¿Y el presidente Maduro? ¿Dónde vive?

Es un misterio dónde vive el actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Algunos aseguran que en La Viñeta, una residencia oficial asignada al vicepresidente y que antes fue un inmueble destinado al hospedaje de jefes de Estado extranjeros. Y otros creen que reside en la vivienda correspondiente al ministro de Defensa dentro de Fuerte Tiuna, la fortaleza militar dentro de la ciudad de Caracas. Le han visto entrar con su coche oficial en el Cuartel de la Montaña, donde se encuentra el mausoleo de Hugo Chávez.

Mucho más dada al espectáculo y a la provocación es María Gabriela Chávez, de 33 años, a quien no se le conoce ocupación y es madre de una hija ya adolescente. Que su vida sea la más conocida no es algo del azar. Su padre reveló hace algunos años sus amoríos con Pablo Sepúlveda, el nieto del presidente Salvador Allende, quien trabajaba como médico en uno de los programas sociales del chavismo. Además, ella siente una compulsión por documentarlo todo en su perfil de Instagram. Un día puede subir imágenes de su padre; otro día cuelga instantáneas de sus pies, del momento en el que su madre, Nancy Colmenares, le coloca las medias, sus visitas a la playa o sus amoríos. Poco después de la muerte del presidente, el pasado 5 de marzo, hizo público su romance con un actor de culebrones. Manuel Sosa fue el primer galán de la malograda actriz y ex Miss Venezuela Mónica Spear en la telenovela Mi prima Ciela, que transmitió Radio Caracas Televisión, y forma parte del minoritario pero ruidoso grupo de talentos locales que apoyan a la autodenominada revolución bolivariana.

Pero todas esas imágenes que la relacionaban con Sosa, a quien se le vio muy compungido en el funeral de Spear, ya no están colgadas en la Red. La nueva pareja de María Gabriela es el empresario Roberto Leyba. Juntos aparecen fotografiados en la playa con el telón de fondo de un atardecer caribeño, o abrazados en medio de una reunión entre amigos. En Twitter ella escribió: “No es perfecto, mas se acerca a lo que yo simplemente soñé”, una cita textual de un verso de la canción El breve espacio en que no estás, del cantautor cubano Silvio Rodríguez.

Toda esa compulsión farandulera contrasta con el perfil de líder política que cierta prensa entregada al chisme político alguna vez trató de construirle. En 2010, el semanario Las Verdades de Miguel publicó en su noticia principal que ella sería la sucesora de su padre en la presidencia. “Miguel, yo te conozco bien. Deja quieta a María”, le respondió Chávez en su programa dominical Aló, Presidente para despachar cualquier posibilidad. Pero había algunas razones para considerarlo. Cuando en 2002 Chávez fue depuesto mediante un golpe de Estado, María Gabriela Chávez fue la encargada de comunicarle a Fidel Castro que su padre estaba detenido contra su voluntad. La primicia ofrecida por ella a la televisión cubana permitió al chavismo recuperar posiciones y aprovechar la confusión entre los militares para retomar el poder tres días después. Además, a falta de primera dama —Chávez se divorció de Marisabel Rodríguez en 2004—, María Gabriela cumplía con ese papel en algunos actos de Estado.

De Leyba se sabe muy poco. La prensa del corazón asegura que es medio hermano de Sosa. La mención puede leerse como una maliciosa manera de elaborar un perfil de María Gabriela más acorde con una protagonista de telenovela. Los ingredientes están: el amor de dos hermanos, la permanencia en una casa que no le pertenece, la prematura muerte de un padre que era un gran líder político. Y el público que, como ocurre en la vida real, está pendiente de la vida de sus artistas.

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