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Tribuna
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Vargas Llosa en la Bolivia populista

El premio Nobel peruano provocó inquietud en el gobierno de Evo Morales

El Evo Morales que llegó al poder humildemente en enero del 2006, se ha convertido en un hombre temido hasta por sus propios colaboradores ocho años después. Aquel indiecito de suéter a rayas chillonas que se presentó en el invierno madrileño de ese 2006 y que recorrió varias naciones europeas escapando milagrosamente a morir de una pulmonía, cumplió con su propósito de provocar lástima. Una lástima que se convirtió en simpatía cuando describió con su lenguaje tosco cómo en Bolivia ni él ni su madre podían caminar por las aceras de las ciudades porque eran echados a la calzada por los hombres blancos. Era casi como escuchar a Mandela.

Pues ese hombre de la chompita rayada ahora usa una elegante vestimenta con motivos andinos que le dan un aire militar y de su humildad no queda nada porque ya no la necesita. Gobierna a placer con gesto imperial. Y mientras el dinero continúe ingresando en las arcas del Estado boliviano, recibido principalmente de las ventas del gas natural, el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) podrá gozar todavía de buena salud. Esto porque su política distributiva, fundamentalmente basada en bonos para ancianos, mujeres, niños, estudiantes, resultan ser demasiada tentación como para que no impacte en una nación tan pobre como Bolivia, donde la lucha contra la miseria no pasa de ser un eslogan electoral más.

La popularidad del régimen se sustenta básicamente en un gasto desmesurado que, al mostrarse como inversión, se convierte en propaganda

La popularidad del régimen se sustenta básicamente en un gasto desmesurado que al mostrarse como inversión termina convirtiéndose en su mejor propaganda. Si algo es cierto, es que ninguna de las anteriores administraciones bolivianas tuvo los recursos que existen hoy. Y no se trata de que el crecimiento económico en Bolivia se deba a una mayor producción de materias primas o de bienes, sino que las materias primas, al haberse multiplicado hasta en cinco o diez veces en la última década, han enriquecido visiblemente al país.

Con o sin las nacionalizaciones de hidrocarburos y de otros rubros como la minería, ejecutadas por el MAS, Bolivia hubiera gozado de bonanza, pero con el peligro de que su economía es fundamentalmente extractiva y entonces depende de los precios en el mercado internacional y requiere de fuertes inversiones extranjeras para explorar y explotar sus yacimientos, lo que no sucede en estos tiempos en que las empresas se quejan de una falta de ley de inversiones y, por tanto, de inseguridad jurídica.

Evo Morales, a raíz de una interpretación constitucional muy forzada, respaldada por su amplia mayoría de dos tercios en la Asamblea Legislativa, está lanzado hacia su tercera elección que muy pocos dudan que la ganará. Es un golpe a la democracia sin ningún reparo. El régimen populista boliviano se suma a lo que hizo en su momento Chávez, lo ha hecho hace poco Ortega en Nicaragua y lo está haciendo Correa en Ecuador. Otros gobernantes también han deseado ir por esa misma senda tan tentadora pero se encontraron con una opinión pública contraria o con un voto ciudadano que no permitió aquellos intentos de perpetuidad en el poder.

El presidente Morales tiene las mejores cartas en sus manos para triunfar en las elecciones de este año, empezando por el control del Poder Judicial y del Poder Electoral. La judicatura la tiene enteramente, desde el momento en que los magistrados fueron inauditamente elegidos por voto popular, a instancias del gobierno, y aunque venció el voto nulo en las urnas, se posesionaron los togados que previamente habían sido designados como candidatos por la Asamblea, es decir nominados de antemano por el MAS. Algo similar sucede con el Poder Electoral, donde es evidente que existen vocales que responden al partido de gobierno.

Morales tiene las mejores cartas en sus manos para triunfar en las elecciones de este año, como del Poder Judicial y del Poder Electoral

En esos momentos delicados ha llegado a Bolivia, el Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, invitado por la Fundación Nueva Democracia. Antes de su arribo a Santa Cruz de la Sierra el gobierno se sintió amenazado con su visita. Le recordaba, sin duda, la presencia del novelista en Caracas y en Buenos Aires, donde provocó polémica y produjo encono político con esos gobiernos. Hubo desafortunadas declaraciones del presidente Morales y del vicepresidente García Linera contra la figura del escritor peruano. Sin embargo, Vargas Llosa no entró en controversia y dijo que sólo quería hablar sobre libertad y cultura, además de su interés en conocer las misiones jesuíticas de Chiquitos.

Para una oposición dispersa, débil, desmoralizada ante la avalancha populista, Mario Vargas Llosa fue un bálsamo refrescante, alentador. Habló ante auditorios colmados y ante la prensa, alertando sobre los vicios del populismo, del estatismo, de la inseguridad jurídica, de la falta de inversiones, sobre los peligros de coartar la libertad de expresión y cualquiera de las libertades. Evo Morales y el gobierno callaron. Por lo menos no se levantó la polvareda que se esperaba.

Después de seis días en Santa Cruz, el Premio Nobel se marchó con un conocimiento cabal de lo que ocurre en Bolivia, pero, además, dejó algunos mensajes que nada tuvieron que ver con la política interna boliviana, aunque sí con los riesgos de los populismos en boga en América Latina, destinados, tarde o temprano, al fracaso.

Manfredo Kempff es escritor boliviano

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