Necesario, insuficiente
El acuerdo Rajoy-Rubalcaba para impedir un referéndum ilegal necesita propuestas
El anuncio del formato para un referéndum sobre la independencia de Cataluña —la pregunta y la fecha de consulta— fue recibido al principio con euforia por los sectores más afines a los partidos soberanistas concertados. Pero al poco cosechó un dictamen académico unánime: se trata de una propuesta confusa, capciosa y sectaria, de la que sería imposible dilucidar una opinión mayoritaria. Ni un solo experto creíble la avaló desde el punto de vista técnico porque esa consulta, tal como ha sido planteada, no es que sea ilegal, es que es un disparate solo posible porque se pensó para no plantearla. De lo contrario, no habría suscitado el consenso de quienes, desde la divergencia, la sustentan: lo hacen porque saben que sostenerla implica un coste cero, pues jamás podrá verificarse.
Lo peor de la fórmula es su carácter antidemocrático: porque con una minoría extraordinariamente exigua podría acordarse la separación. Esa es la interpretación inicial del partido padrino de toda la operación, Esquerra Republicana, aspecto en el que coinciden la mayoría de los académicos, cuando no todos. ¿Qué calificativo merece una convocatoria destinada a imponer el designio de una minoría? Por eso, la reacción consensuada de los líderes de los dos principales partidos en la escena española, PP y PSOE, desautorizando estos propósitos, fue acertada. Este referéndum no solo carece de sentido constitucional, sino que simplemente carece de sentido. Ahora bien, hay que completar la respuesta. Resultaría perjudicial ampararse defensivamente en la Constitución para negarse a dialogar sobre lo que está sucediendo en Cataluña.
El principio democrático consagra que votar es un ejercicio sustancial de las sociedades liberales, pero no de cualquier manera y bajo cualquier norma elegida al propio antojo. Por ello es necesaria Política con mayúsculas, no tretas de tahúr, para discutir un proyecto reformista de amplia base partidaria (por ejemplo, para hacer las modificaciones que se consideren necesarias en la Carta Magna). Los ciudadanos, catalanes y españoles, quieren de sus representantes una actitud sensata que conduzca a soluciones. Sobran pirómanos separadores y cornetas del desastre.
Editoriales anteriores
Para explorar esa vía, el diálogo es imprescindible. Pero no pueden ser conversaciones cualesquiera, sino ambiciosas, que desborden la obsesión monotemática y reduccionista del independentismo (la consulta). Las propuestas de diálogo formuladas por el presidente de la Generalitat, Artur Mas, son, a la luz de este principio, fútiles. No buscan un acuerdo, sino que se vehiculan —como la famosa entrevista Rajoy / Mas de septiembre de 2012 sobre el pacto fiscal— como un trámite para endosar la carga de la prueba de las buenas intenciones democráticas a la otra parte. El truco es muy obvio, pero encandila a distintos sectores de la afición. Por eso no se desnuda con una simple negativa a todo. La sociedad catalana, y no solo ella, está cada vez más perpleja y desamparada de liderazgos sensatos y creativos. Necesita otras propuestas.
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