Donde la razón no llega
Para conseguir un mismo medicamento, la diferencia de horas que debe trabajar un ciudadano occidental puede variar en 500 comparado con las que debe trabajar un ciudadano de un país no industrializado. Esta gran diferencia implica la muerte de más de 13,5 millones de personas al año en el mundo, muertes que serían evitables de tener los fármacos necesarios. Hay que agradecérselo a la férrea defensa que hacen de las patentes tanto la Organización Mundial de Comercio como las farmacéuticas y los Estados con más recursos.
La alternativa existe y son los medicamentos genéricos. El precedente está sobre la mesa: la lucha de Sudáfrica en busca del acceso al tratamiento contra el VIH, evidenció que para que las farmacéuticas pudiesen engordar sus beneficios era necesario olvidar a aquellos que no podían pagar los desorbitados precios de los remedios. Los tratamientos que venían costando hasta 15.000 euros, podían llegar a costar en su versión genérica únicamente 320. En los últimos tres años, gracias a los genéricos, ha aumentado considerablemente el número de personas con acceso a los medicamentos retrovirales, con lo se ha reducido un tercio la mortalidad.
Pero esto es un pequeño oasis en medio del desierto, ya que esta tendencia no se reproduce con otros tratamientos. Enfermedades como el cólera o la tuberculosis cuentan con un tratamiento eficaz que está fuera del alcance de aquellos que más lo necesitan. Obviamente son los dirigentes los que pueden remediar esta situación e imponer un código deontológico que reestructure la razón de ser de las farmacéuticas, imponiendo salvar vidas como primer objetivo de su existencia.— Tomás Pascual Ruiz.
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