No, no y no
Me parece inconcebible que el presidente del Gobierno de este país se vaya al no con la misma soberbia con la que Franco se iba de cacería
Si tienen ustedes hijos recordarán que, de pequeños, se protegían de cualquier realidad hostil cerrando los ojos, escondiéndose bajo una manta o negando haber abierto una caja de bombones con la boca manchada de chocolate. Pero si te estoy viendo... Que no. Si te he visto... Que no. Si sé que has sido tú... Que no, que no, y que no.
Como Rajoy tiene hijos, igual piensa que es una buena idea, que le rejuvenece, que nos hará gracia. El juez Ruz da por cierta la contabilidad B del PP, y él dice que no. Vemos fotos escalofriantes que documentan el efecto de las concertinas sobre la piel humana, y vuelve a decir que no. Los supervisores europeos pronostican nuevos recortes, y repite que no. La comunidad educativa exige una vez más la dimisión de Wert, Fernández Díaz se ve obligado a rectificar el proyecto de su —en cualquier caso inadmisible— Ley de Seguridad, no logra escapar a una rueda de prensa donde se le recuerda su antiguo y ferviente apoyo a Carlos Fabra, y su respuesta es siempre la misma, que no. Que no voy a hacer cambios en el Gobierno, que no acepto presiones de nadie, que no comento ese tema porque hoy no toca.
Yo no tengo ningún interés en escuchar a Rajoy, pero más allá de mi alivio personal, me parece inconcebible que el presidente del Gobierno de este país se vaya al no con la misma soberbia con la que Franco se iba de cacería, como si se sintiera en el derecho de gobernar sin darle cuentas a nadie. Más inconcebible aún debería parecerle a él que se lo consintamos. Porque la razón de que sus noes apenas sirvan para hacer chistes todos los días, no reside precisamente en su prestigio. De no en no, la palabra de Rajoy ha ido perdiendo todo su valor. Aunque después de que Ana Botella haya declarado que el PP es lo que más progreso ha traído a la Humanidad, ya no sé si todos ellos no están más guapos callados.
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