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¡Es que los visten como jóvenes!

Una foto del rey de Marruecos luciendo una camisa de Desigual disparó de nuevo las alarmas en las cabezas de los jóvenes de medio mundo. Si nuestros mayores se visten así, ¿qué se supone que debemos ponernos nosotros? Analizamos este curioso fenómeno de transferencia estilística

Mohamed VI, rey de Marruecos, hace unos días en Abu Dhabi.
Mohamed VI, rey de Marruecos, hace unos días en Abu Dhabi.

Todos hemos sentido una mezcla de ternura y vergüenza ajena al ver en Nochevieja a esos adolescentes a los que sus padres dejan salir por primera vez y ante tamaño acontecimiento deciden ponerse lo que un cursi definiría como “sus mejores galas”: traje, incluso algunos atrevidos lo llevan de tres piezas, corbata o pajarita, zapatos elegantes, fajín, gemelos... En fin, todo lo que cualquier manual de etiqueta recomendaría para una ocasión especial pero que sin embargo en ellos parecen más un disfraz.

Y es que lo queramos o no la ropa que nos ponemos dice mucho más de nosotros de lo que nos gustaría. Hay prendas con las que estamos cómodos y esa naturalidad salta a la vista. Una comodidad que no tiene tanto que ver con si la prenda es confortable o no, sino con la identificación que siente con ella la persona que la lleva.

Aunque sabemos perfectamente que la elegancia no tiene nada que ver con llevar corbata o no, y que el estilo casual va conquistando más y más terrenos en el vestuario masculino más formal, muchos hombres han interiorizado a fuego unos códigos basados en pantalones de pinzas, americanas, camisas y corbatas que hacen que se sientan completamente perdidos al sacarlos de su lugar de confort. Ese en el que saben que, con seguir unas sencillas reglas de colores neutros y manejar su combinación sin demasiadas estridencias, su vida será fácil. Y probablemente lo es y eso, por definición, significa algo bueno.

Pero en ocasiones toca relajar el estilo y ahí llega el problema. Y si no, que se lo digan al Rey de Marruecos, un hombre del que se rumorea que tiene un presupuesto de dos millones de euros al año para ropa y accesorios, y que lleva con la misma seguridad un traje sastre a medida que un tradicional caftán, pero que ha conseguido que se hable de su ropa gracias a (o por culpa de) una camisa de lunares colores de Desigual que se puso en un viaje privado a Abu Dhabi. La foto llama la atención no solo por lo extraño de la escena, también porque se produce un fenómeno muy curioso: es que la camisa lo lleva a él y no al revés. A pesar de que intenta con todas sus fuerzas ponerse a la altura y parecer juvenil. Las mangas dobladas, los faldones por fuera, dos botones estratégicamente desabrochados... Sin embargo, algo no funciona.

Algunos hombres son incapaces de quitarse de encima el traje a pesar de llevar un pantalón vaquero, una camisa de lunares de colores o hacer desaparecer la corbata. De dejar atrás ese tufillo de ropa escogida por una madre. No pueden entender ese otro lenguaje, uno en el que los pantalones no llevan raya y los vaqueros no se planchan, en el que las zapatillas deportivas no son única y exclusivamente para hacer deporte, el jersey no se lleva jamás sobre los hombros sujeto con un nudo sobre el pecho y las cazadoras de ante son algo a evitar, si no han salido de la última colección de Brioni. En realidad, es más fácil de lo que parece: consiste, simplemente, en desechar cualquier look que se pondría un político en un acto de campaña en fin de semana. Ese es el gran no. Partiendo de ahí todo resulta más fácil.

Y si no se puede, pues nada. No merece la pena luchar contra la propia naturaleza. No todo el mundo está hecho para llevar vaqueros (ni falta que hace).

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