Cataluña, el euro y el derecho a decidir
En el artículo Mas se aferra al espejismo de una Cataluña fuera de la UE, pero con el euro publicado en EL PAÍS el pasado 20 de septiembre, y firmado por Lucía Abellán, aparece una cita extraída de un escrito mío (Estado catalán y euro, www.wilson.cat), donde afirmo que las entidades financieras con sede en una hipotética Cataluña independiente que no estuviera integrada en la UE (y, por tanto, fuera del “eurosistema”) podrían acceder a la liquidez del BCE a través de sus filiales y sucursales establecidas en países del euro. A continuación, el artículo cita “fuentes financieras en Fráncfort” (anónimas) para especificar que este acceso debería estar intermediado por alguna entidad extranjera, lo que acarrearía un precio más alto del dinero.
Pero este matiz importante ignora el argumento principal del que era parte mi cita: disponer de una filial o sucursal en un país de la zona euro es uno de los tres requisitos para poder acceder directamente a las operaciones de financiación del BCE (los otros dos son la solvencia financiera y estar sujeto a una supervisión homologable a la de la UE), con independencia de la localización de la sede del banco. Así está establecido en la llamada Documentación General del BCE vigente en la actualidad y al que mi trabajo se remitía.— Jordi Galí, miembro del Col·lectiu Wilson. Barcelona.
La frase es perfecta. Dice Urkullu: “España tiene que respetar el derecho a decidir de sus naciones”. Un simple cambio de sujeto nos da otra frase igual de perfecta: “Las nacionalidades deben respetar el derecho a decidir de España”. ¿O no?— Justo Rubio Cobos. Zamora.
El artículo de Mario Vargas Llosa en EL PAÍS del pasado domingo me parece otra exhibición de lucidez y de valor a los que ya nos tiene acostumbrados.
Dice que pocos son los que se han decidido a desmontar las falsedades, mitos y demagogias de la ideología nacionalista, que devuelve al individuo otra vez a la tribu. De manera que de su lectura se desprende que todos, clase política, intelectuales, fuerzas sociales y económicas no nacionalistas deberían denunciar esta contaminación ideológica y poner en su lugar a los estafadores de la política que venden utopías para incautos o aprovechados.— Antonio López López. Murcia.
Cada vez que conozco a alguien nuevo y digo que soy catalana, la siguiente pregunta es siempre: “¿Y eres independentista?”. En el momento en el que contesto que no, la gente se extraña. Y es que hemos llegado a un punto en el que a los catalanes ya se nos etiqueta como separatistas. Y si defendemos a España somos fachas.
Soy una catalana que ama el catalán, el pan con tomate, els castellers y las butifarradas de pueblo. Pero no por eso voy a rechazar un bocata de calamares. También soy española y amo el folklore español. Quiero poder escolarizar a mis hijos en castellano y catalán. Quiero seguir sintiéndome hermana de un madrileño, un valenciano o un andaluz. Me siento etiquetada y discriminada. Y lo más curioso es que los que me cohíben son los que me piden libertad.
Este nacionalismo radical está arrebatándome mi preciosa Cataluña. Necesitamos una buena dosis de tolerancia.— Blanca Briz Farran. Barcelona
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