El derecho a decidir
El mal llamado derecho a decidir suele llevar trampa. Porque algunas decisiones —es cuestión de repasar la historia— no son precisamente de derecho. Especialmente cuando lo decisorio no es más que la pretensión de imponer los deseos de una mayoría sobre los derechos individuales de quienes no comulgan con sus mismos intereses. Lo que define la suprema calidad de la democracia es precisamente el respeto a los derechos de las minorías, que no debe quedar sometida al imperio totalitario de las masas. Mucho menos cuando estas han sido convenientemente adoctrinadas a favor de unos intereses políticos que pueden atentar contra una arraigada convivencia multisecular. La historia nos da lecciones… pero a algunos les está costando aprender.— Cristina de Montemar. Barcelona.
Uno de los alegatos que formula el señor Mas, honorable president, para lograr su independencia es que Catalunya nunca dejará el euro y que Europa no prescindirá de siete millones y medio de personas catalanas. No, señor Mas, no intente confundir. En todo caso Europa prescindiría de tres o cuatro millones, ya que el resto de los catalanes, entre los que me encuentro, querríamos seguir perteneciendo a España y por tanto a Europa; es usted el que desea prescindir de ese colectivo silencioso. ¿Qué le hace pensar que siete millones y medio de catalanes están de acuerdo con la deriva que usted ha tomado?
Quedarán en el euro, sí, como Andorra o el Vaticano, pero no tendrán ninguna opinión sobre las medidas monetarias tomadas y ni siquiera podrá emitir moneda y solo acudir a bancos europeos. Me gustaría saber qué opinión tendrá sobre todo esta locura el señor Fainé, presidente de la tercera entidad financiera del país, España, naturalmente.— Daniel González. Barcelona.
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