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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Abordar la crisis política

La comparecencia parlamentaria de Rajoy exige enfrentarse a los problemas sin evasivas

Una semana después de resaltar el valor de la estabilidad y su falta de disposición a entrar en “detalles y polémicas”, el presidente del Gobierno da un giro a su estrategia al considerar llegado el momento de comparecer voluntariamente ante el Parlamento. El cambio de actitud interesa en el supuesto de que no sea meramente táctico, es decir, si Mariano Rajoy ha comprendido que la crisis de confianza creada por el caso Bárcenas alcanza unas dimensiones incompatibles con el disfrute de vacaciones estivales como si nada ocurriera.

Aunque tardía, la iniciativa presidencial debe dar respuesta a las insistentes peticiones que se le han hecho desde la oposición y desde otras instancias. Tras su victoria de 2011, el Partido Popular estaba dilapidando el capital político a causa del escándalo de presunta financiación irregular, rematado por el bloqueo del Grupo Popular del Congreso a las explicaciones del presidente, pedidas en la Cámara. Rajoy debe una exposición completa de lo que hay de cierto y de falso en las sospechas que corroen la confianza en su liderazgo, y ha de hacerlo sin tapujos y sin los subterfugios con los que acostumbra a salir de las situaciones comprometidas.

Por el momento, la iniciativa parece suficiente como para que se haya de descartar la moción de censura. En todo caso, su anuncio ha actuado como arma de presión sobre el jefe del Gobierno. Si la hubiera presentado, Alfredo Pérez Rubalcaba no tenía nada que perder, puesto que no aspiraba a ganarla. A cambio de ese seguro final, podía haber creado una dinámica de exigencia de responsabilidad política a un Gobierno que aplaza los problemas sin afrontarlos. Rajoy se arriesgaba a perder más crédito si continuaba en la contradicción de defender la democracia representativa, por una parte, y ningunear al Parlamento por la otra. Normalizar la presencia del jefe del Gobierno en la Cámara es positivo en sí mismo.

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Pero los peligros acechan, porque no se conocen el formato ni el contenido de la sesión parlamentaria en ciernes. Rajoy da a entender su intención de convertirlo en una suerte de debate sobre el estado de la nación, al mencionar el deseo de hacer “balance” de las decisiones adoptadas por su Gobierno, muchas “no comprendidas por los ciudadanos”, y de la situación económica y política de España. Conviene no confundirse de nuevo: si hay indicios esperanzadores para la economía española, bienvenidos sean, y a todos interesan. Pero importa que el jefe del Ejecutivo se concentre en el asunto político por el que se le piden explicaciones, sin nuevas maniobras evasivas.

También hace falta que el debate excluya la tentación del “y tú más”, que puede provocar la enésima frustración ciudadana. Roto el consenso que se esbozaba entre los principales partidos sobre algunos temas de Estado, la sociedad necesita de sus dirigentes un compromiso con una política mucho más transparente.

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