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Tribuna
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Una alianza de oportunidades

Se afianza un plan para el futuro de América Latina basado en la apertura, el juego limpio y la cooperación

En mayo tuve la oportunidad de estar en Cali, Colombia, donde fui testigo de un extraordinario realineamiento de la geografía económica de América Latina. La ocasión: el primer aniversario de la Alianza del Pacífico, una asociación que reúne a México, Chile, Perú y Colombia en un inédito camino de integración y coordinación económica.

En menos de dos años desde que se dieron los primeros pasos, los miembros fundadores de la Alianza han establecido las bases de un formidable bloque económico. Con una población total de 210 millones de personas y un PIB que alcanza 1,5 billones de dólares, si la Alianza del Pacífico fuera una sola nación sería la sexta economía más grande del mundo. Estos cuatro países se encuentran entre los de más rápido crecimiento en América Latina y sus habitantes disfrutan de un ingreso promedio per cápita anual de aproximadamente 15.000 dólares.

Estas economías han decidido unirse bajo una hoja de ruta común que ha generado un crecimiento robusto y continuo en sus naciones desde hace más de una década. Conjugando sus voluntades, los cuatro países se beneficiarán de las decenas de acuerdos de libre comercio que han firmado colectivamente con naciones que van desde Estados Unidos a Vietnam. Además, la Alianza tiene el potencial de incorporarse al enorme espacio de comercio que abren el TransPacific Partnership y el posible acuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea. De ser así, los países miembros de la Alianza pasarían a ser parte del mayor bloque comercial del planeta. Lo cierto es que esta asociación, con su apuesta por el libre comercio, está contribuyendo a una creciente estabilidad y seguridad regional.

La Alianza del Pacífico es un gran proyecto de integración económica

Este compromiso y apertura a la colaboración regional hace de la Alianza del Pacífico una hazaña notable cuyo objetivo es proporcionar resultados tangibles y no quedarse en las buenas intenciones. La Alianza es un movimiento fundado en la innovación y la imaginación, no sólo pragmática, sino que también ambiciosa y con visión de futuro. Es un esfuerzo que invita a asumir una visión de desarrollo común, comprometida con el libre comercio, la movilidad y libre circulación del talento humano, la estabilidad fiscal, la adopción de sanas políticas públicas y la apertura a la inversión extranjera. Ese es el convencimiento de los países que la componen y que deja atrás la retórica de anteriores intentos de integración. El esfuerzo es aún más impresionante teniendo en cuenta que estos países son competidores directos en muchos sectores de la economía.

A esta nueva forma de integración y coordinación la he llamado en otras ocasiones The Pacific Consensus, una actualización conforme a las exigencias del siglo XXI de lo que en el siglo pasado fue el Washington Consensus. A diferencia de este último, que se aplicaba a los países en desarrollo, este nuevo consenso invita a todos los que quieran ser parte activa del mundo global sin barreras. El fortalecimiento de las relaciones comerciales a lo largo del Pacífico está en el corazón del dinamismo económico que marca a los nuevos socios. Gracias a su posición geográfica, tienen el privilegio de proporcionar acceso directo a los robustos mercados asiáticos.

En la cumbre de la Alianza del Pacífico en Colombia no pude dejar de notar la sincronía de ideas, lenguaje y acuerdo político entre los cuatro presidentes, los ministros de Relaciones Exteriores y sus viceministros de comercio. También fui testigo de avances concretos, como el acuerdo de adoptar aranceles cero para el 90% de los productos que se comercian entre los países miembros.

¿Es extraño, entonces, que otras naciones de América Latina quieran convertirse en miembros de esta nueva asociación económica? Laura Chinchilla, presidenta de Costa Rica, dijo en Cali que estamos ante “una alianza de oportunidades”. La presidenta tiene razón. Con la Alianza del Pacífico hay oportunidades: para economías enteras, para las personas y para los países que opten por unirse.

Pero existe un riesgo. La Alianza lleva poco tiempo y, como todo lo nuevo, aún es frágil. No existen términos medios: o bien prospera o colapsa y muere. El momento para aprovechar e invertir en este nuevo proyecto es ahora. En dos o tres años, esta asociación podría convertirse en un robusto y ágil ejemplo a emular que va más allá de la retórica y las promesas vacías.

¿Es esto posible? ¿Puede América Latina salir adelante con este propósito? A quienes dicen que no, a los que creen que son demasiados los problemas insolubles entre los Estados miembros, sugiero mirar la historia de otros exitosos procesos de integración económica. De modo similar a la Europa de los 50, los miembros fundadores de la Alianza del Pacífico también están dejando atrás temores y sospechas. Están creando un mercado que ofrece más apertura a los inversores, que premia las mejores prácticas de negocios y que ayuda a estimular políticas públicas más sensatas.

Esta es una visión y un plan para el futuro económico de América Latina basado en las oportunidades, el juego limpio y el creciente acuerdo de que la cooperación y coordinación económica regional es beneficiosa para todos. Sin duda la incorporación de otros países latinoamericanos a la Alianza contribuirá a su fortalecimiento. Para ser miembros, solo tienen que compartir visiones de desarrollo y de integración global; solo tienen que encarnar en sus respectivas naciones el Pacific Consensus.

Jorge Rosenblut es presidente de Endesa-Chile.

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