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Un club de vacaciones para caballeros

Empezaron en la música por echar el rato. Luego vendieron un millón de discos y pasaron a estar en boca de todos Nos encontramos con la banda The National en Berlín, donde confiesan, entre cervezas, el vértigo de volverse demasiado grandes

El grupo lo componen dos pares de hermanos: Scott (sentado) y Bryan Devenport (detrás de él), y los gemelos Aaron (primero por la izquierda) y Bryce Dessner. A la derecha, el cantante Matt Berninger.
El grupo lo componen dos pares de hermanos: Scott (sentado) y Bryan Devenport (detrás de él), y los gemelos Aaron (primero por la izquierda) y Bryce Dessner. A la derecha, el cantante Matt Berninger. DERIDRE O'CALLAGHAN

Minutos después de acabar la entrevista, Aaron Dessner, guitarrista de The National se acerca a una mesa de la cafetería del hotel Michelberger de Berlín y pide educadamente permiso para sentarse. “Quería matizar un par de respuestas, si no te importa”. Claro, aunque no es lo habitual que un músico se dirija a un periodista una vez terminadas sus obligaciones promocionales, “¿Qué te parece el hotel? Está bien ¿verdad? Lo conocemos desde hace años, los dueños son amigos. Nos sentimos como en casa. Es como nosotros: barato, pero no vulgar”.

Llevan cinco días en el hotel, que efectivamente parece mucho más lujoso que las tres estrellas que tiene. Llegaron de Brooklyn el lunes y desde el martes han estado recibiendo a la prensa europea para presentar su sexto disco, Trouble will find me (4AD/Beggars Banquet), que salió a la venta el 20 de mayo. La noche anterior dieron un concierto en el patio para los mismos periodistas que les habían entrevistado. Aaron no está contento. “Era la primera vez que tocábamos las canciones nuevas, y no nos sentíamos a gusto. Pero pasa siempre, hacen falta unos cuantos conciertos para que las cosas encajen. Además, hacía un frío del demonio”. Cierto: a finales de marzo, la primavera ni se ha asomado por Berlín.

Quizá por eso han pasado la mayor parte de la semana dentro del hotel. Su tiempo libre en este mismo bar, que abre 24 horas al día. Una situación que serviría para una de esas pruebas de agudeza visual de Forges: intentar descubrir quiénes, de las personas que están en la cafetería, son componentes de un grupo de rock. No es fácil. No gritan, no demandan atención, ni se mueven con un séquito. No hay cortes de pelo raros, ni pintas fuera de lo normal, con la leve excepción del batería, Bryan Devenport, que parece salido de Dire Straits.

El grupo era una ocupación para después del trabajo. Tocar y grabar canciones sin ningún plan”

La música de The National es os­­­­cura. Tiene algo de Johnny Cash, de Nick Cave o de Joy Division, y la sincopada, pero precisa forma de golpear de Bryan crea la base necesaria para que las dos guitarras formen una red sobre la que flota la voz de Matt Berninger, que es profunda, pero carente de ma­­tices. No es un defecto, encaja. “Los personajes de las canciones de The National tienen puestos de trabajo reales, y sexo rutinario. Se emborrachan y entonces se acuestan los unos con los otros. Lo hacen en el curso regular de una semana cualquiera, los martes o los miércoles…”, se publicó en Pitchfork, la web musical de referencia.

Ellos son hombres de mediana edad, rondan los 40 y pasan desapercibidos. De hecho, si uno se fija bien, en este momento hay tres en el bar. Aparte de Aaron, al fondo, en una mesa, rodeado de otras seis personas, entre ellas su mujer, está Scott, bajista, y hermano del batería. En la barra está Bryce, el gemelo idéntico de Aaron. Ambos son guitarristas, pero Aaron, además, es el autor de las músicas.

El grupo The National.
El grupo The National.DEIRDRE O'CALLAGHAN

Criados en familias de clase media de Ohio, se mudaron a Nueva York a mediados de los noventa. “El grupo era una ocupación para después del trabajo. Tocar y grabar canciones sin ningún plan. Al principio, cuando íbamos de gira en la furgoneta bromeábamos con que éramos un club de vacaciones para caballeros. Apenas nos pagaban, con suerte cubríamos los gastos, pero eso era todo lo que necesitábamos”. ¿Y ahora? “Hemos pasado un par de momentos en los que no veíamos futuro. Épocas duras. Matt tuvo que pelear con el miedo escénico y no quería ir de gira, y hemos tenido desacuerdos personales. Pero nada lo bastante grande como para hacernos querer dejarlo. Nada”.

La mansión victoriana de tres plantas que Aaron tiene en Ditmas Park, Brooklyn, ha sido durante años el centro de este grupo que ha ido creciendo lentamente, a la antigua usanza. Él y su novia vivían en la primera planta, y Matt, el cantante, con la suya, les alquilaba las otras dos. El resto de la banda también residía en la zona. Su carrera resulta inspiradora cuando uno pierde la esperanza en que la constancia y las cosas bien hechas dan fruto. Comenzaron con dos álbumes autoeditados, para el tercero ficharon por Beggars Banquet, lo más parecido a una superpotencia que hay en el mundo de los sellos independientes. Su primera grabación para ellos, Alligator, vendió 200.000 copias, la siguiente, Boxer, entró en un montón de listas de lo mejor del año, y el primer sencillo, Fake empire, fue usado en un spot de la campaña de Obama de 2008. El quinto disco, High violet, entró en el puesto número tres de la lista de Estados Unidos. Vendieron un millón de copias. Su nuevo álbum resulta sorprendentemente poco comercial para un grupo así. Al parecer, sobre eso es sobre lo que Aaron quiere introducir una matización: “Me parece que hemos dado la impresión de que no hemos sabido hacer un single de éxito para este disco… Y eso no es así. Sabemos qué cosas funcionan, y podríamos hacer 10 sencillos. No es difícil, pero preferimos buscar caminos nuevos, en vez de seguir por el mismo. Y parece que nos funciona, así qué… No queremos ser Coldplay”. Y hace el gesto de tocar el piano teatralmente.

Sabemos qué cosas funcionan. Podríamos componer diez ‘singles’ de éxito. Pero no queremos ser Coldplay”

Da la impresión de que Trouble will find me es un nuevo comienzo para una banda que había crecido por encima de lo que sus componentes podían asumir. En 2011, tras el éxito de High violet, se fueron de festivales. La noche en la que tocaron en el Primavera Sound de Barcelona no cabía un alfiler frente al escenario. En el backstage estaba su amigo el cantautor Sufjan Stevens, que había actuado en un recinto cerrado con una capacidad tres veces menor. “Sufjan se asomó al escenario y vio ese montón de gente, se acercó sonriendo, me dio una palmada en el hombro y me dijo: “Tíos, no os envidio nada”. ¿No se encuentran cómodos tocando ante multitudes? “Hombre, cómodos… Bueno, ahora sí. Pero necesitamos tanta ayuda para eso… luces, sonido. Es una cosa de producción. De repente es algo más que música, tenemos que entretener. Es un reto. Pero si tocamos en España y lo hacemos en un teatro se van a quedar fuera muchos fans, y la alternativa es estar de gira sin parar. Y yo no quiero eso, tenemos familias”.

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