Nuestras mujeres
El concepto de cuidadanía –que, simplificando, integra la necesidad de ser ciudadano con el imperativo de cuidarnos entre nosotros para crear una red social que impida o amortigüe el actual descalabro– fue esgrimido por la siempre vital, siempre ejemplar, siempre optimista, Itziar González, que está teniendo una vida cuidadana mejor desde que dejó su empleo –ella trabajaba, no usaba de un cargo– como concejal en el Ayuntamiento de Barcelona, asqueada de la porquería que se paseaba por su zona. Arquitecta y urbanista, Itziar se prometió al empezar en el desarrollo de su carrera a no construir nada nuevo y dedicarse a rehabilitar lo existente. Ha descubierto martingalas y pufos, ha denunciado, ha sido amenazada. Es feliz.
Rehabilitar, reconstruir, cuidar. Denunciar, barrer, limpiar. Escuché a Itziar en el programa de mi admirado Javier del Pino, en su muy necesaria versión de A vivir, que son dos días, en el fin de semana de la SER. Con ella (46 años), Manuela Carmena, Carmela García Moreno, que son –sus años, menos– de mi generación, y con Elena Cordero, periodista, de casi 25 años. Entre medias, las voces del propio Javier y de José Martí Gómez, que poseían esa calidez y discreción especiales de los compañeros de viaje que lo son de verdad, no para hacerse los tiernos. Poseen ambos la capacidad, también desde generaciones distintas, de escuchar, recordar y, todavía, maravillarse.
Itziar tiene trabajo porque se dedica a lo que a ningún hombre le interesa: mediar”
Yo también me maravillé. Me acuerdo perfectamente de Carmela García Moreno y de cómo la trataban, por guapa, de musa de UCD, y del buen trabajo que hizo, entonces y más tarde, con Paco Fernández Ordóñez. Una señora. A Manuela Carmena le debemos muchas cosas derivadas de la ley y sus aplicaciones, y estoy especialmente satisfecha de que, a raíz de sus últimos artículos e intervenciones por la tele –junto a tal cantidad de zopencos a los que un solo movimiento de sus cejas disuelve sin remedio–, los más sedientos jóvenes la hayan descubierto. Bienhumorada, optimista también ella, buscándole siempre el lado práctico a la vida y a la lucha; enseñándole leyes a su nieta y haciéndole muñecas de trapo. Qué bien tenerla entre nosotros, entre nosotras.
A Itziar, creo que ya lo he dicho, la sigo desde que dejó el poder y el Ayuntamiento porque hizo “tanta limpieza que me limpié a mí misma”. Es muy graciosa, sobre todo cuando cuenta que ella tiene ahora trabajo porque se dedica a hacer lo que a ningún machote le interesa (lo de machote es mío, ella dijo hombre), que es mediar, solucionar conflictos. Cree mucho en el empoderamiento de la mujer desde esa horizontalidad de la cuidadanía, pero las otras –Carmela y Manuela, más experimentadas; Elena, sufriendo en sus carnes el reaccionarismo actual y temiendo el futuro cavernario inminente– se pidieron, sin desdeñar eso y, además, una entrada en la cúspide de la pirámide. Es absolutamente insoportable que, por abajo, en las empresas y en la política y en el mundo financiero, coexistan un 90% de mujeres y un 10% de hombres, mientras que en los cargos altos los porcentajes se invierten. Aún falta mucho, seguramente, para que las mujeres que escalen tan alto no se tiñan de lo peor entre lo masculino: la sumisión, la ambición, la prolongación del patriarcado, la insensibilidad. Los hombres no son así, los poderosos sí lo son, y las mujeres que les imitan, también. Pero si empezamos pronto a poner dinamita (metafórica, claro) debajo de las mesas donde realizan sus interminables reuniones, pues puede que se les acaben cayendo los pantalones.
Quiero escucharlas más a menudo. Vivimos unos tiempos en los que estas cuatro mujeres, y lo que representan, son absolutamente necesarias.
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