Cerebros de ida y vuelta
La fuga de talento español no es un problema si atraemos al de otros países
Luis Garrido escribe en EL PAÍS del 2 de abril (Quiénes se van de España y qué hacemos para que vuelvan) que (1) no son tantos los que se van si sólo contamos a los nacidos en España y no a los nacionalizados, (2) los que se van son los que no consiguen trabajo aquí, y por tanto probablemente no sean tan buenos como los que se quedan, y (3) ello no obstante, hay que tratar de recuperar a los emigrados “mejorados” (sic) cuya principal mejora, según Garrido, es que han aprendido inglés. Iré al grano punto por punto:
(1) Distinguir entre españoles oriundos y no oriundos es peligroso e insultante al establecer dos categorías de diferente valor: que se vayan unos es preocupante, que se vayan los otros no. Esta valoración remite a lo más rancio de nuestra historia, desde los moriscos para acá, y plantea además nuevos interrogantes: ¿cómo sugiere el profesor Garrido que contemos a los oriundos nacidos de inmigrantes? ¿Cuántas categorías más cabe añadir? ¿Qué valor les asignamos? Independientemente de lo anterior, que este año haya disminuido el número de emigrados (oriundos o no) no es necesariamente una buena noticia: podría perfectamente indicar que la mayoría de los que se podían ir ya lo han hecho —casi medio millón desde 2009—. Lo cual nos remite al segundo punto.
¿Cómo competir
en la élite académica contratando mediante oposiciones?
(2) Garrido sugiere que quienes emigran son probablemente peores (o, en su insidiosa frase, “nada hace pensar que en principio sean los mejores”) que los que se quedan. En una situación de crisis donde empresas enteras desaparecen y hay destrucción neta de empleo, y en un país donde incluso en tiempos de vacas gordas el tejido productivo se basa en trabajo de poca cualificación (construcción, turismo), las opciones para un trabajador cualificado son quedarse cobrando el paro, trabajar en un trabajo infracualificado o emigrar. En estas condiciones, el que puede a menudo emigra. No seré yo quien, habiendo hecho el viaje de ida y vuelta, entre a valorar la valía de unos y otros, pero en estas condiciones me parece indefendible sugerir que quienes se van sean probablemente peores. Otros con menos escrúpulos podrían afirmar lo contrario.
(3) Para acabar (y dejando de lado la supina discusión sobre si el inglés es el principal valor añadido de los “emigrados mejorados”), quisiera discutir la mayor: no creo que se deba recuperar a los emigrados. Aquí no se trata de atraer cerebros españoles, sino de atraer cerebros, y punto. La fuga de talento made in Spain no es un problema si a cambio atraemos talento de otros países. Al fin y al cabo, no todos los que se van quieren volver, y no son pocos los extranjeros que querrían venir a trabajar a España si las condiciones lo permitieran. Los españoles emigrados que deseen volver deben, naturalmente, poder intentarlo, pero su nacionalidad no debería darles patente de corso para hacerlo por delante de otros mejor cualificados y con idéntica motivación. Eso le haría un flaco favor a nuestro país y, a la larga también a los españoles “repatriados”, cuyo valor percibido (y en consecuencia también su remuneración) disminuiría en proporción directa al trato de favor recibido.
Esta discusión es particularmente oportuna porque estos días se han convocado, con nocturnidad y alevosía, oposiciones a “plazas de científico titular”. Nocturnidad, porque han sido publicadas el último sábado antes de Semana Santa en el Boletín Oficial del Estado (BOE), sin difusión internacional, y con un plazo de solicitud de 20 días con la Semana Santa de por medio. Con alevosía, porque en el improbable caso de que haya algún extranjero que se haya enterado de la convocatoria y haya sido capaz de leer el BOE (tarea ardua hasta para los españoles de pura cepa), el Gobierno ya se encarga de filtrarlo con el requisito número 3.3 de la convocatoria: “Los aspirantes con titulaciones obtenidas en el extranjero deberán acreditar que están en posesión de la correspondiente convalidación o de la credencial que acredite, en su caso, su homologación”.
El requisito de la
homologación del
título minimiza la
competencia extranjera
Dato: en países de prestigio científico acreditado (¿homologado?) como Estados Unidos o Inglaterra no se exige la homologación del título universitario para ser científico profesional o profesor universitario. Dato: el tiempo promedio de resolución de una solicitud de homologación en España varía entre uno y tres años. Dato: que el título provenga de una universidad prestigiosa no es garantía de que sea homologado —he podido constatar personalmente cómo se rechazaba una licenciatura de la Universidad de Cambridge—. El requisito de la homologación minimiza la competencia extranjera e impide también que se presenten los españoles que hayan obtenido título en el extranjero, a los cuales supuestamente se quiere recuperar. A cambio, no se exige la homologación para trabajos de baja cualificación, con lo que el resultado neto es una importación de trabajadores de la construcción (ahora en paro) y una exportación de ingenieros y doctores. Y eso naturalmente es una tragedia para nuestro país, no para los cerebros que emigran: como dijo Rajiv Gandhi, “better a brain drain than a brain in the drain” (“mejor tener una fuga de cerebros que tener los cerebros en el desagüe”).
¿Cómo es posible aspirar a competir en la élite académica (ni una sola universidad española entre las 200 primeras del mundo) contratando mediante oposiciones? ¿A alguien se le ocurre que el Barça o el Madrid —por citar nuestras dos marcas más reconocidas— convocaran oposiciones para seleccionar a sus jugadores? Los científicos de élite son tan escasos como los jugadores de élite, pero son muchísimo más baratos. De hecho, la experiencia de la ICREA (Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats) demuestra que generan mucho más dinero que el que cuestan, a pesar de que su cometido no sea generar capital sino conocimiento. Muchos científicos de fuera, y sé de lo que hablo, sacrificarían un porcentaje importante de sueldo a cambio de venir a vivir en un país soleado, con sólo que les permitiésemos la entrada. Pero en vez de cambiar el sistema de contratación para atraer talento, lo hemos adelgazado: hay menos plazas, con menos sueldo, pero en con idénticas dificultades de acceso. Hasta que eso cambie, y dado que los demás países no ponen trabas mientras nosotros sí, el flujo neto de talento seguirá siendo hacia fuera.
Gustau Catalán es profesor de investigación en el Institut Català de Nanotecnologia (ICREA, Barcelona).
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