El gen de la escritura

Seguro que no eres mi abuelo?”, bromea Hypatia Pétriz bajo la mirada por el rabillo del ojo de Jordi Sierra i Fabra… Sí, les separan medio siglo y 400 libros publicados, pero parecen vidas calcadas. “Con tres años ya conocía las letras, y con cinco leía libros subida al carro de la compra”, dice la debutante, que ahora tiene 14; el veterano esboza una sonrisa: “Con ocho fui con mis padres a ver unos pisos en construcción, leía un Pulgarcito y crucé una cristalera. Mira…”, y le muestra cicatrices entre pliegues del rostro y del brazo. En el hospital, Sierra i Fabra (Barcelona, 1947) escribió su primer relato, que el padre rompió porque eran pobres y lo que debía hacer era estudiar. Hypatia (Barcelona, 1998) siempre contó con su madre para pergeñar, por ejemplo, la historia de unos zapatos que andaban solos. “Recuerdo a mi tío inventarse relatos de miedo… ¿Escribir es talento natural o trabajo?”, suelta. “Creí siempre que era trabajo, pero hay algo genético, del que nace artista”, expone el autor, tras casar que él dibujaba con ocho años y le encantaba el rock, y que ella, con seis, cantaba en una coral y hoy toca la guitarra eléctrica, fetiche de ambos.

Sierra i Fabra y Pétriz están en la editorial La Galera ultimando sus libros: él, El extraordinario ingenio parlante del profesor Palermo, premio La Galera Jóvenes Lectores, su 34º galardón; ella, su debut, Diario de H. En ambos, la primera página va directa al corazón de la historia con frases breves. “No quería entretenerme en describir, porque a mí me aburre, y creo que también a los lectores, ¿no?”, inquiere Hypatia, que ahora prueba una novela con crimen, “pero cuesta”. “¿Novela? Para probarte a ti misma, vale, pero ni pienses en publicar; ya lo has hecho. Esto no es Gran Hermano. No tengas prisa; mejor, haz relatos cortos y escribe cada día, no pares ni por los exámenes”.

No hace falta insistir, su pasión les trajo hasta problemas en el colegio: “Hice una redacción sobre un cuadro y el profe me dijo que no tenía que currarme tanto las cosas”, se enfurruña Hypatia. “Brutal: ¡el profe diciendo que te frenes!; el mío me puso un cero porque escribí sobre un marciano y pensó que me burlaba de él”.

Llevan rato charlando (“¿Pones palabras que no entiendes?”; “¿Haces un esquema antes?”; “¡Ni se te ocurra mirar en Internet lo que dicen de ti!”). Hiperactivos, se levantan: el premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2007, a buscar ejemplares de los 240 que tiene que dedicar; la autora más joven de la editorial, a por la libreta que lleva siempre encima y donde garabatea “cuentos, ideas o sueños que recuerdo; también listas de libros y el orden para leerlos”. Él deja de firmar, incrédulo: “¿Sabes que tengo papel y bolígrafo en la mesilla de noche y listas con posibles títulos de novelas, ideas para libros, rankings…?”.

La joven se pone a abrirle ejemplares, compenetradamente divertidos. “Me haría ilusión que me leyeras”, le dice. “Seguro que está mejor que la que creé con 12 años, que nunca edité. Admiro lo que haces: yo no publiqué hasta los 25. ¿Sabes? Hasta me das envidia”, bromea el abuelo.