Un aliado incómodo
Occidente se plantea qué hacer con el nuevo presidente de Kenia, acusado de crímenes contra la humanidad
Kenia estrenó ayer presidente. Uhuru Kenyatta —hijo de Jomo Kenyatta, padre fundador y primer presidente del país— tiene 51 años, una fortuna millonaria y una licenciatura en Ciencias Políticas y Economía en Amherst (EE UU). También tiene una acusación por crímenes contra la humanidad en la Corte Penal Internacional (CPI).
Semejante blasón deja poco margen para las congratulaciones. Sin embargo, en Kenia se respira cierto optimismo. Quizá porque las elecciones del 4 de marzo fueron pacíficas, con mítines, debates televisados y una prensa comedida. La impugnación del perdedor, Raila Odinga —hijo, a su vez, del primer vicepresidente del país, y también millonario— se ventiló en el Tribunal Supremo, y no en las calles. Nada que ver con lo ocurrido en los comicios de 2007, que desembocaron en una oleada de violencia étnica que dejó 1.300 muertos, y de la que el CPI responsabiliza, entre otros, a Kenyatta.
El nuevo presidente, de la poderosa tribu kikuyu, ha adoptado un tono conciliador, anima a rezar por la paz y promete gobernar para todos. Pero los odios étnicos están ahí.
Además de su rival Odinga, las elecciones en Kenia han dejado otro derrotado: la CPI. Los cargos contra Kenyatta no solo no hicieron mella en el electorado, sino que, según algunos analistas, acabaron por reforzar su candidatura, como muestra de rechazo a lo que se considera una injerencia extranjera en los asuntos internos. El tribunal encargado de juzgar los crímenes de guerra y contra la humanidad despierta suspicacias en África, y no es como para sorprenderse: los 24 acusados y el único condenado hasta ahora son todos africanos, lo que les lleva a preguntarse si es que no hay más criminales por el mundo.
El triunfo de Kenyatta aleja la probabilidad de que su caso prospere, sobre todo porque los testigos se lo van a pensar mucho antes de declarar. Pero el proceso abierto en La Haya es un quebradero de cabeza para el nuevo gobernante, y pone en una situación delicada a las potencias occidentales. Kenia es un aliado esencial en una región turbulenta, surcada por las filiales de Al Qaeda. Por eso no faltan quienes abogan por el pragmatismo: taparse la nariz y arropar al presidente amigo.
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