Euforia y depresión
Es pronto para sostener que ha terminado la crisis en la eurozona. De momento solo se ha logrado un armisticio con los mercados
Desde el inicio de la actual crisis económica, allá por el verano de 2007, con más frecuencia de la debida, a la UE se le asocia con las restricciones económicas, llevadas a cabo por razones de emergencia, en el ámbito de las políticas de austeridad. La dureza del momento era tal que resultaba difícil recordar que el euro había nacido como una proyecto político concebido como culminación de décadas de integración tras la Segunda Guerra mundial.
Las tensiones de la crisis polarizaban a las opiniones públicas, a la vez que descubrían que en este espacio de grandes dimensiones –llamado Europa- había surgido un mercado común, con una moneda única, sin que para ello hubiera dispuesto de las competencias requeridas para la coordinación de las políticas económicas entre los Estados miembros.
La carencias en el diseño de partida, ocasionarían una oleada de crisis financieras y fiscales, junto con una marea de deudas imposibles de asumir. Sólo mediante avances institucionales parecía posible resolver una parte de los problemas que se planteaban.
De todos ellos, el primer problema que debería abordarse era el de defender políticamente el euro, para lo que resultaba preciso llevar a cabo una política que generara confianza en él. Para hacerlo adecuadamente era preciso clarificar si la zona euro pretendía ser un conjunto de naciones pequeñas, competitivas, muy interconectadas comercialmente, unidas por un tipo de cambio fijo.... que pensaban que podrían estar mucho mejor por su cuenta. O si, por el contrario, se trata de una Unión Irrevocable, con un destacado poder de mercado debido a que cuenta con una moneda de reserva global.
El euro se ha salvado, aunque su supervivencia haya terminado por afectar a la cohesión social
Optando por esta segunda posibilidad resultaba, además, preciso dar un salto cualitativo que condujera a la mayor integración, corrigiendo las principales lagunas que se hubieren detectado. La labor reparadora, entre otras razones, era consecuencia de que no se había producido mecánicamente ni la convergencia, ni la integración, ni la unificación.
Cuando el proceso debe ser empujado, las reacciones de corto aliento no resultan eficaces, ya que amplían poco el margen de maniobra. Quizás porque se era consciente de que había que asentar firmemente los anclajes se actuó de forma que la crisis griega afianzara los sistemas de reserva, la crisis de algunas entidades financieras españolas se utilizaría para sentar las bases de la que será en el futuro la unión bancaria y las amenazas alrededor del euro servirían para empujar el proceso a favor de la unión fiscal.
Visto cuanto ha ocurrido, ahora sí puede sostener que el euro se ha salvado, aunque su supervivencia haya terminado por afectar a la articulación política y a la cohesión social.
La secuencia de acontecimientos lo ponen de relieve. El BCE, que había tardado mucho en manifestar que estaba dispuesto a hacer lo que estuviera a su alcance para impedir que los mercados de bonos públicos fragmentaran la unión monetaria, logró la autorización precisa para comprar cuanta deuda fuera necesario para salvar el euro. Fue el primer paso, al que más adelante acompañarían otros dos: se inició el camino hacia la Unión Bancaria y la señora Merkel manifestó en Atenas que no se iría nadie del euro. Desde estos anclajes es como la moneda única se situó en una senda de estabilidad de la que había carecido.
Desde esta atalaya cabe preguntarse si el espectro del colapso de la eurozona puede darse por desaparecido. También es posible interrogarse sobre si producirá un parón en la pérdida de legitimidad que ha venido padeciendo la UE, cosa que suele ocurrir cuando las dificultades económicas privan a las instituciones de apoyo popular. Por último, desde ella también es posible observar hasta cuándo los gobernantes les dirán que la política económica que están aplicando hará que surjan las condiciones precisas para que se recupere la actividad económica.
Pese a las dificultades que han existido —y que están aún presentes—, los sistemas sociales y políticos europeos han aguantado, sin desplomarse, un gran castigo. Las amenazas de un desastre ocasionadas por un fallo bancario o por impago soberano han remitido y en la medida en la que tan profundas anomalías se vayan diluyendo terminarán influyendo en la economía real.
Pese a las dificultades, los sistemas políticos europeos han aguantado, sin desplomarse, un gran castigo
Siendo ciertas esas observaciones que inducen al optimismo, la pauta de gestión de la crisis continúa siendo inquietante, motivada por la pervivencia, en el sur de Europa, de una sombría situación económica. El FMI no ahorra incertidumbres, la renta per capita será aún menor en 2017 que en 2007. De ser así, “el riesgo político, en esas circunstancias seguirá ahí” (Pisany-Ferri)
Es pronto para sostener que ha terminado la crisis en la eurozona. Los antecedentes existentes confirman lo que señalo. Me referiré a dos donde las cosas caminaron con ritmo bien distinto. Un año después de la debacle monetaria en Asia (1997), sus economías estaban creciendo. Un año después de Lehman Brothers, el sistema financiero en EE UU había sido reparado y la recuperación había comenzado. Pues bien, aquí en Europa aún no se ha llegado al punto de inflexión. Vivimos tan solo un armisticio con los mercados. Los problemas de la eurozona van más allá de las pautas de gestión de la crisis, puesto que las contradicciones fundamentales aún no están resueltas.
El PIB en la eurozona en el último trimestre de 2012 está todavía un 3% por debajo de su máximo pre-crisis. Pero en Italia la situación es peor, está en 7,6% por debajo de ese nivel. España si sitúa en un 6,3% por debajo con un desempleo del 26%. Por eso Martin Wolf afirma que si Italia y España empezaran a crecer al 1,5% tardarían hasta 2017 ó 2018 en volver a los niveles del PIB anteriores a 2007.
Con semejante panorama aquellos que creen que los problemas de la eurozona han quedado atrás se enfrentan a un dilema. Habrá un extraordinario repunte en el crecimiento que subsanará las carencias que hemos venido experimentando o bien la voluntad de los que vienen soportando y contestando a la recesión decaerá hasta el punto de que aceptarán el ajuste permanente que se les viene practicando. Ninguna de estas dos estrategias las considero factibles.
Francisco Fernández Marugán es economista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.