Dimitir en otras lenguas
La renuncia del ministro francés de Hacienda vuelve a poner en entredicho a los políticos españoles salpicados por corrupción
Un peso pesado del Gobierno francés, Jérôme Cahuzac, ha renunciado al Ministerio de Hacienda tras una investigación de la fiscalía sobre la cuenta que mantuvo supuestamente en Suiza y trasladó después a Singapur, alimentada con fondos de la industria farmacéutica —Cahuzac es médico de profesión—, según reveló en su día el periódico digital Mediapart. El afectado ni siquiera ha sido procesado, pero el jefe del Estado, François Hollande, lo ha echado —presentándolo como una dimisión— pese a las protestas de inocencia del ministro.
No se trata de creer en culpabilidades ni en limpiezas del alma, sino de evitar más debilitamiento político en caso de que el ministro sea procesado o aparezcan nuevos datos. Es el mismo pragmatismo aplicado en la Comisión Europea, uno de cuyos miembros, el maltés John Dallie, renunció por posible fraude. Y la misma actitud que ha provocado las renuncias de dos ministros de Angela Merkel, sospechosos de haber plagiado sus respectivas tesis doctorales. El propio presidente de la República Federal, Christian Wulff, un protegido de Merkel, tuvo que renunciar al cargo tras ser investigado por presunto cohecho.
Ni habían sido condenados judicialmente, ni están o estaban procesados en el momento de dimitir. Pero los políticos democráticos no tienen por qué soportar desgastes prolongados ni desprestigio de sus partidos a base de poner “manos en el fuego”, como se hace en España cuando se sostiene a machamartillo a amigos o correligionarios. Estos quedan expuestos al escrutinio de la opinión pública, mientras los líderes o sus partidos sufren el desgaste que lleva aparejada esa situación. Y todo por negarse a introducir en la cultura política el concepto de que dimitir no es una confesión ni una presunción de culpabilidad.
Eso no lo entienden los jefes políticos en España, que prefieren aguantar carros y carretas antes que reconocer la posibilidad de comportamientos indebidos, cueste lo que cueste al propio sistema democrático. Los políticos dimiten en francés, en inglés, en alemán; pero no en castellano ni en catalán. Y así no podemos seguir. De ninguna manera.
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