El Doctor Livingstone, por supuesto
Retrato del famoso explorador y misionero David Livingstone.
Hoy 19 de marzo se celebra el bicentenario del nacimiento de David Livingstone, uno de los grandes exploradores de África que se hizo famoso en la Inglaterra del siglo XIX por sus expediciones primero en el sur y luego en el este del continente. Fue el primer europeo en ver el maravilloso espectáculo de las Cataratas Victoria, navegó por el Zambeze y trató de encontrar las míticas fuentes del Nilo. Además, en su calidad de misionero de profundas creencias religiosas, se convirtió en un firme defensor de la abolición de la esclavitud. La ciudad de Livingstone, en Zambia, situada a solo 10 kilómetros de las cataratas, celebra este año por todo lo alto este bicentenario con un completo programa de actividades.
David Livingstone nació el 19 de marzo de 1813 en la ciudad escocesa de Blantyre y era el segundo hijo del matrimonio formado por Neil Livingstone y Agnes Hunter. De procedencia humilde, a la tierna edad de diez años ya estaba trabajando durante doce horas al día en una fábrica de algodón. Sin embargo, su padre, un vendedor de té que ejerció una poderosa influencia sobre David, era un empecinado lector de sólidas convicciones religiosas. Su librería estaba llena de libros sobre viajes, misiones y teología y el pequeño Livingstone aprovechaba los escasos ratos libres para la lectura, lo que compaginaba con su otra pasión: salir al campo en busca de piedras, animales y plantas.
Una de aquellas lecturas influyó de manera decisiva en la vida de Livingstone. Se trataba de un artículo del misionero alemán Karl Gutzlaff en el que animaba a las iglesias británica y estadounidense a enviar misiones a China. En su cabeza surgió entonces la idea de viajar hasta este país para llevar la palabra de Dios y logró convencer a su padre de que los estudios de Medicina le podían ser muy útiles. Durante dos años, David ahorró dinero y en 1836, a los 23 años, se inscribió en la universidad en Glasgow. Al mismo tiempo, prosiguió con su formación religiosa, durante la cual se quedó impresionado con el predicador Ralph Wardlaw, un presbiteriano empeñado en combatir desde el púlpito las prácticas esclavistas.
Aunque la intención de Livingstone era irse de misionero a China, el estallido de la Primera Guerra del Opio en 1839 frustró su sueño. La Sociedad Misionera de Londres, a la que se había adscrito, le recomendó entonces las Indias Occidentales, pero al joven David el destino le tenía reservada una sorpresa. En 1840, cuando ampliaba sus estudios de medicina en la capital inglesa, Livingstone solicitó una entrevista con el misionero Robert Moffat, que estaba viviendo en Kuruman (la actual Sudáfrica). Este se quedó sorprendido por la formación, la actitud y la capacidad de aquel joven y le convenció de que era la persona adecuada para “ir hacia las vastas llanuras al norte de Bechuanaland, donde he vislumbrado el humo de miles de aldeas y donde ningún misionero ha estado jamás”. África ya no saldría de su cabeza.
Grabado sobre el tráfico de esclavos en África.
Con sólo 28 años y tras un largo viaje de tres meses en barco, Livingstone llega a tierras sudafricanas. Allí, tres años después, contrae matrimonio con Mary Moffat, hija de su mentor Robert Moffat, con la que tuvo cuatro hijos, y funda una misión en Kolobeng (a unos 30 kilómetros de Gaborone, en la actual Botsuana) en la que aplica sus conocimientos médicos para ayudar a la población. Además, logra convertir al Cristianismo al jefe local, Sechele, pero ambos caen en desgracia porque no pudieron provocar la lluvia tras un largo periodo de sequía. Así que en 1849, ocho años después de su llegada y tras desplegar una intensa actividad misionera en la región, durante la cual fue atacado por un león que le dejó para siempre secuelas en un brazo, decide adentrarse en tierras hasta ese momento no exploradas.
Junto al aventurero inglés William Cotton Oswell, Livingstone penetra en el desierto del Kalahari y emprende así su primer gran viaje de exploración. En 1849 descubre el lago Ngami y dos años más tarde llega hasta el río Zambeze, convirtiéndose en el primer europeo que explora su curso superior. En su segundo viaje, entre 1852 y 1854, logra conectar las ciudades de El Cabo y Luanda (en la colonia portuguesa de Angola) a través del Kalahari. Pese a sus problemas de salud se pone de nuevo en marcha con la intención de llegar desde el Atlántico hasta el Índico. Y en 1855 se topa con algo maravilloso.
En 1856, Livingtone logró llegar a la desembocadura del Zambeze en el Océano Índico, convirtiéndose en uno de los primeros en atravesar el continente de oeste a este en esa latitud. Hasta entonces casi todas las expediciones habían fracasado debido al azote de males como la malaria, la disentería o la enfermedad del sueño, a la imposibilidad de usar animales de tiro por la accidentada geografía y lo intrincado de la selva y a la oposición de los pueblos africanos que allí habitaban.
Sin embargo, Livingstone era otra cosa. Frente a otros exploradores, que llevaban gran cantidad de porteadores y soldados para su protección, él viajaba ligero de equipaje, tan solo con su familia y su personal de servicio, y con unas pocas armas de fuego. Por eso, los jefes de las tribus locales no lo consideraban una verdadera amenaza y aceptaban negociar con él. Cuando regresó a Londres y relató sus descubrimientos empezó a labrarse fama de intrépido explorador y consiguió apoyos para su próxima aventura, que pretendía demostrar la navegabilidad del río Zambeze para convertirlo en importante vía comercial.
Entre 1858 y 1863 exploró de nuevo este río, pero el descubrimiento de una serie de rápidos le hizo darse cuenta de lo inútil de su propósito. Para mayor infortunio, perdió a buena parte de sus acompañantes occidentales, entre ellos su hermano Charles y su mujer, quien falleció de disentería. Todo ello motivó que, a su regreso, fuera muy criticado en Inglaterra. Pese a todo, consiguió que la Real Sociedad Geográfica londinense le encargara un nuevo reto, la búsqueda del nacimiento del río Nilo.
El punto de partida fue la isla de Zanzíbar en enero de 1866, desde donde dio el salto al continente, en la actual Tanzania. Sin embargo, le esperaba un nuevo fracaso. Empezó quedándose prácticamente solo, pues sus porteadores y la mayoría de sus ayudantes le fueron abandonando; luego le robaron los medicamentos y suministros y, finalmente, empezó a sufrir problemas de salud. Así y todo, enfermo, logró descubrir dos lagos y un río (Livingstone pensó que era el alto Nilo, pero se equivocaba) hasta entonces inexplorados y llegar hasta las riberas del lago Tanganica, en concreto a la localidad de Ujiji. Estaba exhausto y sin comida y salvó su vida porque unos comerciantes árabes se ofrecieron a ayudarle.
Durante más de tres años, nadie tuvo noticias suyas. Por eso, en octubre de 1869 el periodista estadounidense Henry Morton Stanley, que trabajaba para el New York Herald, recibe el encargo de ir a buscar a Livingstone, costara lo que costara, para averiguar si estaba vivo o muerto. Tras un largo viaje siguiendo las pistas, Stanley llega a Ujiji y encuentra al explorador, momento en que se produce el famoso saludo “Doctor Livingstone, supongo”. Sin embargo, aunque hicieron buenas migas y exploraron juntos el norte del lago Tanganica, el periodista no logró llevarlo de vuelta a Europa. En 1872 se separan y Livingstone decide permanecer en África.
Famoso saludo entre Stanley y Livingstone en Ujiji (Tanzania).
Para ese entonces, el explorador tenía ya casi sesenta años. Poco más de un año después, asediado por la malaria y la disentería, Livingstone fallece en un poblado de la actual Zambia. Su cadáver fue conservado en sal y trasladado hasta la costa para, desde allí, hacer el viaje de vuelta a Inglaterra. Fue enterrado en la Abadía de Westminster aunque sus dos más fieles ayudantes enterraron su corazón bajo un árbol para que no abandonara del todo el continente que tanto le atrajo y en el que pasó buena parte de su vida.
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