Los siete pecados de la Unión Europea
En medio siglo de construcción europea, han sido muchos los éxitos de un proyecto que beneficia a 500 millones de personas Con la crisis han aflorado problemas como la falta de liderazgo, el conflicto de intereses o la ausencia de una política exterior
Hay grietas en la casa. Unas son pequeñas pero en otras cabe la mano abierta entre los filos de la pared. Es preocupante notar defectos de obra en un edificio a medio construir. Todo parecía ir bien, pero comenzó el terremoto en 2008 y resultó que los cimientos no estaban tan bien anclados como se pensaba.
Son muchos méritos los que atesora esta Europa. Para empezar, es el periodo de paz más prolongado en el continente. Pero ha sido desde el principio una obra llena de trampas, de filigranas entre diplomacia y necesidad. La democracia ha sido la argamasa de un hogar para 500 millones de europeos de 27 países. Pero el seísmo ha mostrado con más claridad los defectos que hacen que ahora, con cada paso, cruja el suelo del edificio. Se ha quebrado la confianza de las instituciones europeas y entre los miembros. Un edificio que no es fiable necesita reformas, purgar los pecados cometidos.
El euro es, para un 23% de los europeos, el mejor logro de la Unión, según el Eurobarómetro de primavera de 2012 y, sin embargo, es el causante del primero de los pecados. En 2002 esta moneda cayó en nuestros bolsillos, redonda y brillante. “El euro fue un boom”, explica José Fernández-Albertos, politólogo del Centro de Investigaciones Sociológicas. “En los países de la periferia se atrajo capital, lo que supuso un aumento del consumo, y los del centro lograron exportar más gracias a las ganancias de la competitividad”. Plantó cara al dólar y sus 12 miembros iniciales se vieron fortalecidos por la solidez de la moneda. Pero llegó el seísmo. Y algunos, que ya habían avisado, dijeron en voz alta que se había empezado la casa por el tejado.
El euro supuso un 'boom' en los países de la periferia europea
“Cuando se aprobó la unión monetaria, todos los Estados firmantes quisieron conservar sus políticas económicas, presupuestarias y fiscales”, recuerda el socialista Enrique Barón, exministro español de Transporte y vicepresidente del Parlamento europeo entre 1989 y 1992. En aquel momento se creó el Banco Central Europeo, pero sus atribuciones se reducen a materia monetaria, ni fiscal ni financiera.
Cuenta Barón que, entre los aplausos de Maastricht, donde se pusieron las bases de la moneda común en 1992, Jacques Delors, el entonces presidente de la Comisión Europea, dijo: “Veremos si esto aguanta una crisis”. Han sido años duros, pero ya se está tomando conciencia, incluso en Alemania, de que la única salida es la unión fiscal.
El segundo pecado es también económico. El movimiento de tierras ha destruido gran parte de los puentes tendidos entre norte y sur, y centro y periferia. Los fondos estructurales y de cohesión trataron de aliviar las diferencias entre países. A España llegaron a aportarle hasta un 1,5% del PIB cada año. Cuando ingresó en la UE su renta era un 76% de la media comunitaria. En 20 años, llegó al 99%
Pero con la crisis los clichés han tomado la palabra y el sur ha vuelto a ser perezoso y poco confiable, mientras que el norte hace sus deberes. Ahora se lucha contra el déficit en muchos países con guante de hierro, sin embargo fueron Alemania y Francia los primeros en incumplir ese tope del 3% de déficit público en 2003. Pedro Solbes, ministro español de Economía por esas fechas, pidió que se les sancionara. La Comisión lo dejó pasar.
José Ignacio Torreblanca, director en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, uno de los think tank —gabinete de ideas— más respetados de Europa, cree que llegó a haber una convergencia real de las economías. “Mientras en los noventa el centro estaba estancado y perdía competitividad, la periferia crecía más rápido porque liberalizó. Alemania pasó con la reunificación por las reformas que sufre ahora el sur. Los alemanes creen que tras hacer sus deberes y salir de la crisis se están viendo empujados por sus socios”, explica. “Pero Berlín se está dando cuenta de que con economías tan interdependientes no puede salir sola de la crisis, de hecho está creciendo solo al 0,4%; no es China”.
Marcelino Oreja, exvicepresidente de la Comisión, explica que nadie pensaba que se podría llegar a un club de 27 países. Propone como solución una Europa a dos velocidades. “Hay que pensar en ritmos diferentes de cooperación, es muy difícil que todos puedan hacer todo”.
La incorporación de los países del Este y los bálticos se hizo demasiado rápido para muchos expertos. José Juan Toharia, sociólogo y director de Metroscopia, también es partidario de crear dos ritmos porque hay naciones que no están preparados para entrar, y no solo por criterios económicos. “Con el fin de la guerra fría se pensó en echar una mano a la consolidación de la democracia, pero sus culturas son muy diferentes”. La entrada de esos territorios sacó a la luz una cruda realidad. Estonia, Lituania y Letonia estaban carcomidos por la corrupción; en Hungría aún hay tendencias extremistas y xenófobas y en Rumanía el sentimiento europeo es ciencia ficción.
La rápida expansión de la Unión ha provocado otro pecado, el tercero. La crisis inhumana que padecen algunos países mina los principios fundacionales de la Unión. Cualquier país que quiera asociarse a Europa tiene que cumplir unos requisitos, fijados en los criterios de Copenhague en 1993. Los miembros deben tener “instituciones estables que garanticen la democracia, el Estado de derecho, el respeto de los derechos humanos y la protección de las minorías”. Pero no siempre se cumple, y menos desde que empezó la crisis.
Cuando se forjó la Unión nadie pensaba que se podría llegar a los 27 países Marcelino Oreja
Toharia cree que esa pérdida de valores se debe a la asunción de una política económica que se ha tomado como dogma y que se basa en el liberalismo de Reagan en los ochenta. “Los economistas en el poder están formados en esa corriente. Nada garantiza que el liberalismo vaya a resolver los problemas". El sociólogo recuerda que los valores que fundaron la UE provenían de dos escuelas políticas distintas: la socialdemocracia y la democracia cristiana. Ambas convergían en un punto: “El Estado es una entidad protectora de la sociedad, el 70% de los españoles piensa así. Por eso, las últimas políticas, centradas en los números y olvidando a los ciudadanos, no las comparte nadie”.
La soberanía europea es ya tan sustancial que no se puede legitimar con los instrumentos actuales
Ignacio Torreblanca
El cuarto pecado es la falta de respuesta a la siguiente pregunta: ¿Quién manda en Europa? Con la casa a medio hacer no sabemos quién es el jefe de obra. Esto genera un marasmo de competencias a la hora de decidir, algo que conoce bien Francisco Fonseca, representante de la Comisión Europea en España. Cree que la “cortesía diplomática” de Bruselas no funciona, el sistema de decisión debe avanzar hacia la unión política. “Cada país tiene su apartamento en el edificio Europa, pero va cediendo soberanía a la comunidad para que el edificio funcione. Comenzamos con lo básico, el ascensor, pero cada vez tenemos más cosas en común y hace falta un administrador que fije las cuotas de los vecinos”.
Torreblanca está de acuerdo en que la soberanía europea es ya tan sustancial que no se puede legitimar con los instrumentos actuales. Pero advierte de que hay que tener cuidado, pues no conviene crear una crisis política sobre la económica. “Si nos ponemos a hacer tratados, con lo bien que se nos da” —ironiza— "y los exponemos a la opinión pública… lo más probable es que todo se eche para atrás”.
En los albores del terremoto, el eje Merkozy tomó las riendas. Para Manuel Marín, el hombre que firmó junto a Felipe González el acta de adhesión de España a la Unión en 1986 y presidente de la Comisión Europea en 1999, eso supuso una fractura en el sistema de decisión comunitaria. “Las instituciones europeas han perdido capacidad de actuación a favor del intergubernamentalismo, y en esa situación siempre se impone el más fuerte".
La falta de liderazgo nos lleva al quinto pecado: el conflicto de intereses. El socialista Diego López Garrido, que participó en la redacción del Tratado de Lisboa —el remedo de Constitución que rige Europa desde 2009—, cree que cuando pasen las elecciones alemanas de otoño, la UE cambiará. “Lo que no puede ser es una Europa en la que lo único que cuente sea la agenda electoral alemana”, se lamenta Marín. Con la cesión de soberanía, los políticos europeos sufren una suerte de bipolaridad. Los recortes que al Gobierno de Rajoy le suponen en casa protestas y huelgas generales, en Bruselas significan palmaditas en la espalda. Al final, los mandatarios responden ante su pueblo en las urnas.
Grietas en los balcones y los cimientos
El sexto pecado es la falta de peso internacional. Catherine Ashton fue elegida como alta representante de Asuntos Exteriores de la UE. El diario The Guardian la definió como “gnomo de jardín” por su escaso bagaje internacional. Su presencia en los grandes asuntos mundiales, como Oriente Próximo y Haití, ha sido anecdótica. Para Oreja, no es una cuestión de la persona que ocupa el cargo, sino de maduración. La UE "no está preparada". ”Conseguimos ponernos de acuerdo en contadas ocasiones, cuando están en juego valores europeos y no hay intereses de ningún miembro, pero es raro que ocurra”, explica Torreblanca.
El séptimo pecado lo explican los números. Cuando España era aún el milagro del continente, al 40% de sus habitantes la desaparición de la UE les dejaba indiferentes, según publicó el CIS en 2006. Al 30%, le disgustaba algo. En 2012, solo el 55% de los españoles veía la pertenencia a la UE como algo positivo, según Metroscopia. En 2009 era un 20% más. En Alemania, las cosas no están mejor. Una encuesta de junio de 2012 daba al partido Freie Wähler (Electores Libres), partidarios de que su país deje el euro, un potencial apoyo del 25%. De la euroindiferencia se ha pasado al eurorechazo. Fonseca explica la causa: “A Europa la han creado las élites. De 500 millones de personas solo un 10% mueve la UE, el resto son consumidores". La participación de los ciudadanos en las elecciones a la Eurocámara disminuye en cada cita. En las primeras fue del 58%, en las últimas, solo el 43%.
El eurodiputado del PP Carlos Iturgaiz insiste: “Hay mucho que hacer por la calidad democrática, aquí cada uno tira para su corralito”. El ministro alemán de Economía, Wolfgang Schaüble, va más allá y propone un sistema presidencialista, como el estadounidense.
Para todos estos pecados tienen que buscar la remisión el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy como arquitecto y José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión, como jefe de obras. De su firmeza, rapidez y voluntad política dependen que la obra sobreviva al terremoto y se reconstruyan las zonas devastadas. Los europeístas más veteranos se sienten, en el fondo, optimistas. Europa siempre avanza con las crisis. En diciembre de 2012, Van Rompuy recogió en Estocolmo el premio Nobel de la Paz en nombre de la Unión. En su discurso dio con la clave: “Si mantenemos la confianza en la UE, venceremos”. Los líderes europeos ya saben por donde empezar la reconstrucción.
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