¡Ya hemos pasao!
El apocalipsis maya era falso, como advirtieron los sufridos racionalistas
En la alta edad de la posguerra civil, Celia Gámez cantaba el ¡Ya hemos pasao! La bellaquería del salivazo lanzado contra el No pasarán de la izquierda derrotada encubría un cierto alivio, como si los rebeldes y facciosos que ella festejaba no las tuviesen todas consigo. Bien, ya hemos pasao también la frontera del cacareado apocalipsis maya, relleno apresuradamente de desgracias cósmicas para justificar el miedo a la última hoja de un calendario. Que si la inversión de los polos magnéticos, que si llamaradas vengativas del Sol, que si pestes y que si hambres; todo era falso, como advirtieron los sufridos racionalistas mientras adoraban el mercado de divisas, la cotización del oro y las primas de riesgo en Europa. El calendario de los mayas se acababa el 21 de diciembre de 2012, como se acaban los calendarios de los relojes digitales. Está visto que el fin de los tiempos no será anunciado con lenguas proféticas o signos descifrables solo por unos pocos iniciados. Llegará cuando toque, cuando el Sol se convierta en supernova o cuando diga Angela Merkel, y ya está.
Hay un error secular en esta fábula del apocalipsis. En sentido estricto, apocalipsis solo es la revelación del fin de los tiempos. No tiene por qué manifestarse en forma de catástrofe planetaria espantosa o que el cielo se hunda sobre nuestras cabezas, como temían los galos adoradores de Tutatis. El apocalíptico consciente y profesional sigue indicios, interpreta hechos aislados y los entrelaza con el hilo místico que más le plazca. Puede ser, incluso, que estemos viviendo ya un apocalipsis minimalista y las señales del fin de la humanidad sean que Mourinho es el Anticristo, que el Atlético de Madrid puede ganar la Liga o que Montoro y Guindos siguen en el Gobierno.
No debe descartarse alegremente la última hipótesis; el sufrimiento de la humanidad doliente será mayor así, con Esperanza Aguirre y Fernández Lasquetty atronando los oídos de los condenados con las virtudes de la privatización, que con cualquier cataclismo sideral, rápido, apabullante y equitativo. Vadeada la profecía maya, queda otra revelación por superar. Es la lotería de Navidad y la irremediable banalidad del “vale más tener salud”.
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