El bombero torero
Esperemos que tarde mucho en sacar al ruedo al ministro de Defensa
Muchos lectores se acordarán del espectáculo que recorría los pueblos de España hasta no hace demasiado tiempo. En esencia consistía en que una decena de afectados por una enfermedad, el enanismo, se enfrentaban vestidos de toreros a vaquillas que les triplicaban en tamaño y peso. Pasaba allí, en la plaza muchas veces improvisada, de todo. Las vaquillas tiraban a los enanos por los aires y estos se vengaban haciéndoles todo tipo de canalladas. El público se partía de risa con los encuentros que —imagino llevarían a menudo al hospital a los diminutos toreros y al matadero a las maltrechas fieras.
El bombero torero, que era el jefe del espectáculo, tenía una estatura normal e iba armado de una manguera, que le servía para tirar a los enanos al suelo y para desviar la atención de los animales cuando procediera. O sea, que templaba y mandaba, como los toreros de verdad, aunque por otros procedimientos. El objetivo de la fiesta era, por supuesto, hacer que el público se desternillara. No había más. Se reían, en aquella España analfabeta y primaria, de los enanos y sus penalidades, aunque admiraban su valor, porque en los pueblos se sabía bien lo que significa ser empitonado por una vaquilla. Eran otros tiempos que ahora nos parecen de hace siglos.
Mariano Rajoy ha debido ser testigo alguna vez de aquel espectáculo. Tiene edad para ello. Y puede ser que quiera emular el espíritu del bombero, enviando a algunos de sus ministros para hacer de enanos provocadores.
Por ejemplo, el ministro del Interior, al que envía a provocar a la vaquilla catalana con unos informes policiales que no tienen autor. La vaquilla se enfada y embiste. Y el bombero Rajoy dice que no sabe nada. Se lo promete a Durán. Manguerazo y vaquilla que se para a mitad de carrera.
Por ejemplo, el ministro de Hacienda, que amaga con sacar unos miles de millones a los defraudadores y, como no le sale bien, se engancha oportunamente al enchironamiento de un chorizo disfrazado de empresario, y dice que el experimento ha valido la pena. O el de Justicia, Ruiz Gallardón, que fustiga a la vaquilla de los desposeídos poniendo unas tasas judiciales disparatadas que sirven para disuadir a cualquiera de, por ejemplo, denunciar a un tipo que les ha vendido acciones preferentes de Bankia aprovechándose de que no saben leer bien. Luego, para apaciguar algo las cosas, el gobierno del bombero dice que si la víctima lo es también del terrorismo o de malos tratos, no va a pagar. Otro manguerazo.
Y qué decir del ministro José Ignacio Wert. Qué gracioso con todas las cosas que se le ocurren por salvar a España, a su cine o a la lengua. No digamos a la religión católica, a la que defiende con un entusiasmo que no habría soñado el cardenal Rouco Varela. Wert puede conseguir, él solito, que Artur Mas se reponga del repaso de las urnas.
Y de Ana Mato, que dice que le parece muy positiva la indignación de los minusválidos a los que se deja sin atención porque eso demuestra que hay conciencia del problema. Los machacados tienen conciencia de su problema. Impresionante.
Venga de enanos dedicados a pinchar con punzones a las vaquillas. Lo que pasa es que Mariano Rajoy no tiene la misma gracia que el bombero torero, y sus enanos carecen de la dignidad de los de antes. El montaje que dirige no provoca la hilaridad del público, sino una irritación cada vez más extendida y profunda.
Mientras, Alemania ordena a Luis de Guindos lo que tiene que hacer con cada euro rescatador. El desempleo se desmanda, los cotizantes a la Seguridad Social disminuyen, y los pensionistas ven decrecer sus magras rentas en contra de los deseos expresados en el programa del PP.
La tarea del bombero torero se está complicando. Ni los más cerrados entre los paseantes de la calle de Goya de Madrid o entre los clientes del Samborn’s de Barcelona pueden maquear de gobierno.
El bombero torero tiene, como les gusta decir a todos los políticos ganadores, la legitimidad que le han dado las urnas. Pero su juego de bromitas y manguerazos ha llegado al final. Los enanos que ha sacado a la plaza están magullados, y las vaquillas embravecidas por tanto castigo.
Lo peor es que es un profesional, y va a intentar que el espectáculo dure hasta el final, hasta lo que estaba pactado con el respetable, que ya no se ríe nada, que le está cubriendo el ruedo no de almohadillas, porque no las hay, sino de sillas de tijera.
Esperemos que tarde mucho en sacar al ruedo al ministro de Defensa.
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