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Tribuna
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Acuse de recibo de un manifiesto

Aunque algo tardía, la declaración denota una reacción sensible a la gravedad del momento y se compromete a defender planteamientos que parecían contar con escaso apoyo

Josep M. Vallès

Una relación de nombres distinguidos suscribe el notable manifiesto publicado por El País (04/11/12). Me doy por destinatario del documento y me permito formular un breve acuse de recibo. Ante todo, lo que comparto. Es descarnadamente cierto que nuestro sistema socioeconómico se enfrenta a problemas de primera magnitud, con gravísimo daño para los derechos de los sectores más vulnerables de la sociedad. Es el fracaso de recetas neoliberales aplicadas durante años por gobiernos de colores diversos y en diferentes niveles territoriales: en Europa, en España y en Cataluña.

Celebro que este fracaso sea nuevamente reconocido, incluso por alguno de los firmantes que hasta ahora parecía partidario de aquellas recetas. Es hora, pues, de reivindicar la necesidad de políticas diferentes del utópico neoliberalismo que nos ha llevado al descalabro actual. Es un objetivo central que el texto recuerda y que comparto. Tanto más cuanto persiste una contumaz presión para seguir con la terapia que originó la enfermedad.

Comparto igualmente la crítica del manifiesto a quienes se arrogan la exclusiva representación de Cataluña o de España
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Las próximas elecciones catalanas exigen, pues, un obligado pronunciamiento sobre el modelo socioeconómico de cada una de las fuerzas que compiten. No vale ocultar la gravedad de la cuestión socioeconómica. Se plantea ahora con el mismo rigor que la cuestión nacional. La coincidencia temporal de los dos conflictos no era deseable. Pero tampoco es evitable ni es posible ya establecer prioridades entre una y otra. Ambas reclaman políticas urgentes, tal como expresa otra declaración colectiva publicada que interesará a los lectores (http://mesenlladel25n.wordpress.com).

Comparto igualmente la crítica del manifiesto a quienes se arrogan la exclusiva representación de Cataluña o de España. La historia de las relaciones entre españoles y catalanes es más compleja que cualquier simplificación, sea inocente o interesada. Introducir los matices que reclama el manifiesto es indispensable. Pero su reclamación sería más convincente si evitara erigirse –como hace en algún momento- en portavoz de los españoles. Porque parece atrevido interpretar los sentimientos del “común de los españoles” al declarar que “no alberga(n) sentimiento alguno de menosprecio hacia Cataluña. Bien al contrario, Cataluña suscita afecto, admiración y reconocimiento…”.

Es hora de reivindicar la necesidad de políticas diferentes del utópico neoliberalismo que nos ha llevado al descalabro 

Que este sea el sentimiento de los firmantes y de muchos españoles no lo pongo en duda. Pero extenderlo generosamente al “común de los españoles” no parece sustentarse en datos concluyentes, al menos, en datos que se desprenden de pronunciamientos reiterados de potentes medios de comunicación, en tomas de posición de algunas fuerzas políticas y de algunos de sus dirigentes o en la literatura popular de baja estofa que se prodiga en algunas redes sociales. Me resulta tan excesivo como asegurar que “el común de los catalanes” se caracteriza por su benevolencia hacia los españoles y que no existen sectores que los tratan con resentimiento, animadversión o antipatía.

Hubiera sido útil asimismo una alusión más clara al cambio de clima en las relaciones España-Cataluña de la última década. Pasar por alto los antecedentes recientes de estas relaciones impide captarlas en toda su dimensión. Desencuentros y choques de estos últimos años no han cicatrizado. En todas las instancias: institucionales, partidistas, judiciales, empresariales, mediáticas, eclesiásticas. En lo simbólico y en lo tangible. Hay responsabilidades para todos y no siempre en la misma medida. Sin mayor atención a este itinerario conflictivo, es poco comprensible lo que ahora ocurre y el reencuentro que se propone tendría bases muy poco sólidas.

Defienden un futuro compartido, pero se comprometen a respetar el deseo mayoritario de los catalanes

Finalmente, retengo como parte más notable del texto su toma de posición –aunque algunos podrán juzgarla algo tardía- en temas que provocaron el rechazo clamoroso de gran parte de la opinión española durante el debate estatutario de 2006. Un rechazo que tuvo su confirmación solemne en la sentencia del Tribunal Constitucional 31/2010. Me referiré solo a dos aspectos: en el campo simbólico y en de los recursos materiales. En el terreno simbólico –tan importante en este contencioso- afirman los signatarios que “En Cataluña existe un profundo sentimiento nacional, del que el resto de los españoles es plenamente consciente". Después de tan rotunda y tan atrevida invocación a la totalidad de los españoles, añaden: “De ahí que sostengan con firmeza que (este sentimiento) haya de ser reconocido e integrado de nuevo en el seno de instituciones compartidas".  Y siguen: “...si ese sentimiento de forma mayoritaria se manifestara contrario de modo irreductible y permanente al mantenimiento de las instituciones que entre todos nos dimos, la convicción democrática nos obligaría al resto de los españoles a tomarlo en consideración para encontrar una solución apropiada y respetuosa: los ciudadanos de Cataluña tienen que saber que este es nuestro compromiso irrenunciable".

No ocultan que su deseo es un futuro compartido, pero declaran su compromiso democrático de respetar cualquier deseo mayoritario de los catalanes en otro sentido. Es una declaración muy digna de ser tenida en cuenta. Por lo demás, el manifiesto asume también la necesidad de un proceso de federalización que incorpore un sistema de solidaridad financiera interterritorial incluyendo el discutido “principio de ordinalidad”, reclamado hace tiempo desde Cataluña y rechazado hasta el día de hoy.

En conclusión, acojo el manifiesto con interés. Porque denota una reacción sensible a la gravedad del momento y porque se compromete en la defensa de planteamientos que hasta ahora parecían contar con escaso apoyo. O, en todo caso, con apoyo discreto por lo selecto y por lo sigiloso. Lo recibo a la vez con la modesta esperanza de que su opinión obtenga la eficacia que aseveraba Stuart Mill al afirmar que “una persona con convicción tiene un poder social equiparable al de noventa y nueve que solo tienen intereses”. Se pondrá ahora a prueba esta tesis de Mill cuando los firmantes del texto confronten su opinión con los intereses de potentes sectores de la sociedad española y no sólo de la catalana.

Josep M. Vallès es catedrático emérito de ciencia política (UAB)

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