Drama laboral
La subida del paro entre julio y septiembre exige que Europa genere estímulos para el crecimiento
Uno de cada cuatro españoles activos está desempleado. Son 5.778.100 personas, según el principal indicador del mercado del trabajo español, la Encuesta de Población Activa (EPA) del INE. Entre julio y septiembre, el paro aumentó en 85.000 personas hasta alcanzar ese máximo histórico que sitúa la tasa de paro en el 25,02% de la población activa. En algunas regiones supera el 35%. En todo el país son 1,7 millones las familias en las que nadie trabaja.
Aun cuando esas cifras fueran previsibles, no dejan de ser inquietantes. Son la manifestación del acelerado deterioro en las condiciones de vida de los españoles con menor capacidad defensiva y dan cuenta de los tardíos efectos favorables que, en el mejor de los casos, tendrá la reforma laboral. A corto plazo, como era previsible, se ha facilitado el despido, como pone de manifiesto el aumento en los expedientes de regulación de empleo. La intensidad de la recesión y la contracción de la demanda generada por una política fiscal procíclica han neutralizado los eventuales incentivos que los empresarios pudieran tener para mantener el empleo. En realidad, la erosión de la confianza empresarial y la continuidad del deterioro de las condiciones de financiación siguen aplazando las decisiones de inversión, de fortalecimiento de todas las formas de capital, también el humano.
De lo ocurrido en ese trimestre reflejado en la EPA hay que destacar la destrucción de empleo indefinido: 179.400 puestos de trabajo fijos, la mayor caída de empleo indefinido en un trimestre, una cifra sin precedentes, aun tomando en consideración la habitual intensidad en empleo temporal del verano. Si la tasa de paro no ha subido más ha sido por el propio descenso de la población activa y el aumento del empleo por cuenta propia. El desempleo también ha acusado el aumento correspondiente en el sector público. El impacto entre los jóvenes reviste particular gravedad: el riesgo de descapitalización del capital humano que constituye es tanto mayor cuanto que han de ser los que amparen el crecimiento económico futuro. Y este no es precisamente muy esperanzador en el corto plazo.
No es posible anticipar que esos datos pongan fin a la sangría originada por la crisis. Es altamente probable, como señalan la mayoría de las previsiones de instituciones y analistas, que en los próximos meses e incluso en buena parte del año que viene el paro siga creciendo y supere el 26% de la población activa. Y es que, frente a lo que el Gobierno prevé, la economía contraerá el ritmo de crecimiento de su PIB en no menos de un 1,5%.
Son cifras con la contundencia suficiente como para que la adopción de estímulos al crecimiento, sobre una base amplia en Europa, pase a convertirse en la prioridad de las políticas que han de defenderse en las instituciones comunitarias. Serán los principales impulsores de la recuperación de la confianza, condición prioritaria para frenar la sangría del desempleo y abonar el terreno a la creación de empleo.
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