¿Podemos ser optimistas con los datos del hambre?
Fotografía de Pep Bonet que ilustra el cartel de la exposición de la Fundación La Caixa Justicia alimentaria: sembrando esperanza. La exposición ya se ha abierto en Barcelona y viajará pronto a otras ciudades.
Poco antes del Día Mundial de la Alimentación –que se celebra hoy en todo el planeta- la FAO publica anualmente su imprescindible informe sobre el Estado de la Inseguridad Alimentaria en el Mundo. Las ediciones de los últimos años habían sido una sucesión de malas noticias (particularmente tras la crisis generada por la fuerte subida de los precios de los alimentos en 2007-08), pero la de este año describe un panorama completamente diferente: cuando pensábamos que las cifras más recientes superarían los 1.000 millones de hambrientos, el número total se ha estancado en los 870 millones, sin que la crisis de precios parezca haber tenido efectos dramáticos. Más aún, entre 1990 y 2010, el número de personas hambrientas en todo el mundo disminuyó en 132 millones, lo que, según la FAO, significa que “la meta de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) estaría al alcance si se adoptan las medidas adecuadas”.
¿Realmente podemos ser tan optimistas? Ojalá fuese así, pero yo no lo creo.
En primer lugar, la FAO ha revisado su metodología, utilizando datos más completos y cálculos más sofisticados del número de personas que padecen desnutrición crónica. Eso significa que debemos trabajar sobre una nueva fotografía que no permite comparaciones con la del año pasado. El gráfico siguiente muestra la diferencia entre ambas curvas:
Si se fijan, con la nueva metodología la trayectoria desde 1990 es más positiva, pero es que el punto de partida es considerablemente peor (1.000 millones, frente a los 843 que se pensaba antes). De hecho, si tomamos como referencia un período más amplio (desde comienzos de los 70), la trayectoria que conocíamos había sido muy buena hasta la segunda mitad de los 90, cuando la pobreza rural comenzó a intensificarse. En resumen, las cosas van bien a lo largo de los 90 y se tuercen el algún momento de la última década, coincidiendo con las convulsiones de precios.
En segundo lugar, los nuevos números no alteran el argumento principal: con independencia de la referencia que se utilice, la historia de la lucha contra el hambre durante las dos últimas décadas es un éxito rotundo en el este asiático y en buena parte de América Latina, y un fracaso con excepciones en el sur de Asia y en África subsahariana. En este último caso, la población hambrienta ha pasado de los 170 a los 234 millones de personas desde 1990. Y subiendo.
En tercer lugar –y este es el asunto que más debería preocuparnos-, el informe reconoce que no puede calibrar con exactitud el impacto de la crisis de precios de 2007-08 (menos aún la de 2011). Aunque su virulencia parece menor de lo que se pensaba, la pregunta clave es si en el futuro este tipo de shocks serán la regla y no la excepción. La escalada y volatilidad de precios (por encima del 100% en el caso de granos básicos como el maíz o el arroz, de los que depende buena parte de la población mundial más pobre) es la consecuencia de un mercado notablemente más inestable de lo que era en el pasado. Una inestabilidad que no es casual y que tiende a intensificarse, como este blog ha explicado en otras ocasiones: a las alteraciones climáticas provocadas por las emisiones de CO2 se han unido las insensatas políticas de biocombustibles de la UE y los EEUU (ver aquí los últimos datos de Oxfam), la cabalgada libre de especuladores y compradores de tierra, y el abandono de los consumidores y productores pobres que dependen de la ayuda internacional. Si quieren una fotografía del futuro, no tienen más que echarle un vistazo a lo que está ocurriendo en este instante en la región del Sahel.
Tal como está el patio, es comprensible que busquemos buenas noticias hasta debajo de las piedras. Pero la lucha contra el hambre no es una de ellas. En el incendio sin control en el que se ha convertido el sistema alimentario global, los países ricos actúan como verdaderos bomberos pirómanos. Como recuerda el informe de la FAO, la alternativa es un modelo que se esfuerce por amortiguar los riesgos del clima y los mercados, y proteja a las poblaciones más vulnerables frente a ellos. Este argumento es precisamente el objeto de la estupenda exposición Justicia Alimentaria, inaugurada la semana pasada en el Caixafórum de Barcelona (y que viajará a otras ciudades españolas en los próximos meses). No la dejen pasar.
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