Hace quince años en Malicounda...
El 31 de julio de 1997, unas 70 mujeres del pequeño pueblo de Malicounda Bambara (región de Thiés, Senegal) se reunieron para anunciar al mundo una decisión histórica: abandonaban la práctica de la mutilación genital femenina (MGF). Poco más de tres meses después, la comunidad de Ngeurigne Bambara se unía a las mujeres de Malicounda y en febrero de 1998 otros once pueblos hacían lo mismo, en lo que marcó el comienzo de un amplio e imparable movimiento contra la ablación del clítoris que, quince años después, se ha extendido a más de 6.000 pueblos no sólo de Senegal sino de varios países africanos. Esta es su historia.
Año 1974. La joven estadounidense Molly Melching llega a la Universidad de Dakar para terminar su segundo ciclo de Estudios Africanos. Sin embargo, decide quedarse en Senegal. Impactada por el analfabetismo en las comunidades rurales, desarrolla un programa de educación no formal que pone en marcha durante tres años, entre 1982 y 1985, en el pueblo de Saam Njaay. “Me interesaba la educación, había constatado que el 88,8% de la población no sabía leer ni escribir. Comprendí que en Senegal casi nadie, salvo las élites, hablaba francés y que la educación se impartía en esta lengua. Se invertían millones que no estaban dando resultados”, asegura Melching.
La experiencia educativa de Saam Njaay se basó en dos premisas. En primer lugar, el uso de las lenguas africanas; en segundo lugar, el uso de materiales y técnicas basados en las tradiciones y los modelos de aprendizaje locales, que ponen el acento en el diálogo y la participación activa. Se acabó aquello de repetir sílabas o palabras que no tienen ningún sentido y se abrió un espacio para otros modelos educativos basados, por ejemplo, en el teatro o en la conversación sobre temas como la salud, la gestión de los recursos comunitarios, la participación de las mujeres, etc. El programa funcionó y su descenso a terreno le hizo mejorar. Melching entró a trabajar como consultora en UNICEF y su modelo de educación no formal se extendió por las regiones de Thiés y Kolda en el sur.
En 1991, Molly Melching crea oficialmente la ONG Tostan, que en lengua wolof significa eclosión, pero también “difusión” y “compartir”. El nombre le fue sugerido por el que fuera una de sus fuentes de inspiración, el gran antropólogo senegalés Cheikh Anta Diop, un científico convencido de que la educación debía estar al alcance de todos. En esa época, Tostan recorría los pueblos de Senegal hablando de democracia y Derechos Humanos, de participación y salud. Tras realizar una encuesta, los miembros de la ONG detectan un gran interés por los temas relativos a la pubertad, el ciclo reproductivo, la menopausia, la sexualidad, etc. Y en 1995, Tostan aterriza en un pueblo llamado Malicounda Bambara ante las insistentes peticiones de Maimouna Traoré. “Ella quería que nuestro programa fuera aplicado en su pueblo”, evoca Molly Melching.
En el pueblo, fundado por emigrantes de la etnia bambara procedentes de Malí, todas las mujeres habían sufrido la ablación genital y aunque Tostan no promocionaba directamente el abandono de esta práctica, el hecho revolucionario fue comenzar a hablar de algo que era tabú. Todo empezó en agosto de 1996. Tostan había enviado al pueblo a una facilitadora llamada Ndéye Maguette Diop. En la sesión 14 del módulo 7 del programa educativo de Tostan tocaba hablar de los riesgos asociados a la mutilación genital. “Se trataba de informar, no de decir lo que es bueno y lo que es malo, nosotros no llegábamos a los pueblos diciendo lo que tenían que hacer”, recuerda Molly Melching.
Según la Organización Mundial de la Salud, la mutilación genital femenina es el conjunto de “procedimientos que de forma intencional y por motivos no médicos alteran o lesionan los órganos genitales femeninos”. También llamada ablación del clítoris o simplemente ablación y escisión. Existen cuatro tipos: la clitoridectomía o eliminación del prepucio del clítoris, con o sin escisión parcial o total del clítoris; la escisión, en la que se corta el clítoris y los labios menores; la infibulación, que supone la extirpación del clítoris, labios menores y labios mayores y sutura de ambos lados de la vulva, dejando un pequeño orificio para la evacuación de la orina y el flujo menstrual; y, finalmente, otras formas de MGF, como la cauterización.
Aunque mucha gente piensa que es una práctica exclusiva de África y es cierto que es el continente donde más se ha extendido, también se lleva a cabo en algunos países de Oriente Medio, como Omán, Yemen o los Emiratos Árabes Unidos, y de Asia, como Sri Lanka, Indonesia, Malasia e India. Amnistía Internacional también ha constatado la existencia de la ablación en algunos grupos indígenas de América Latina. De la mano de las migraciones, la escisión también ha llegado a Europa y a Estados Unidos.
Aunque su procedencia es incierta, se cree que comenzó a practicarse en el Antiguo Egipto. En principio se trata de un rito de iniciación a la edad adulta, pero también y sobre todo de una manera de “controlar” la sexualidad de la mujer. Se piensa que privándolas de placer sexual mediante la ablación del clítoris serán menos promiscuas y, por tanto, más fieles a sus esposos.
Las consecuencias para las mujeres son la pérdida de sensibilidad, con el consiguiente trauma sicológico, además de la posible muerte por hemorragias y infecciones, ya que se suele practicar por curanderas con cuchillos y hojillas de afeitar en pésimas condiciones higiénicas. La lista de problemas de salud asociados a la mutilación genital femenina es enorme, anemia, infecciones urinarias, úlceras, retención urinaria, dolor en las relaciones sexuales e infertilidad, entre otros. Las mujeres escisadas sufren “los tres dolores”: el día del corte, la noche de bodas y el día del parto, porque el paso de la vagina es muy angosto para el bebé.
En muchos rincones de África existen creencias de todo tipo para justificarla. Por ejemplo, se piensa que el clítoris puede “atacar” al pene durante el coito. En algunos culturas, como los bambara de Malí, se considera que los niños nacen con los dos sexos y que por esto hay que cortar el prepucio del pene al niño (es su parte femenina) y el clítoris a la niña (es su parte masculina). En la actualidad, para evitar que las niñas luego se nieguen, se practica en edades cada vez más tempranas, incluso con una semana de vida. Esto lo hace aún más peligroso para la salud.
Pero volvamos a 1996. Para hablar de la MGF en Malicounda, la ONG Tostan utilizó una obra de teatro basada en la historia de una niña de etnia peul llamada Poolel. Las mujeres aceptaron interpretar la pieza teatral, pero se negaban a hablar luego sobre ello, Ndéye intentaba animar el diálogo, pero nadie respondía. Tras tres sesiones, las cosas empezaron a cambiar. Tímidamente, las mujeres empezaban a expresar su parecer. “Me dijeron que admiraban y respetaban esta antigua práctica porque era tradicional y porque los hombres y los líderes religiosos esperaban que las mujeres lo hicieran. Sin embargo, su entrenamiento en derechos personales les había hecho entender que tenían derecho a estar sanas, así como a expresar sus opiniones”, recuerda Diop.
Así que se planteaba una contradicción. El debate se fue animando con el transcurso de las semanas y las mujeres decidieron abrirlo a otras personas. Primero otros miembros de Tostan, luego sus maridos y, finalmente, las mujeres de los pueblos vecinos. En este proceso, las mujeres fueron a preguntar al imán, al líder religioso. Y, para su sorpresa, este les dijo que en ningún pasaje del Corán se recomendaba la práctica de la mutilación genital femenina y que él mismo no la había practicado a sus propias hijas. Las discusiones continuaron durante meses hasta que, en junio de 1997, las mujeres, apoyadas por toda la comunidad, decidieron no volver a organizar ceremonias de MGF y anunciarlo al mundo en un acto público ante una veintena de periodistas que tendría lugar el 31 de julio de 1997.
El revuelo fue mayúsculo. Las fuerzas más conservadoras y apegadas a la tradición acusaron a Tostan de ir más allá de donde debían y señalaron a las mujeres de Malicounda por haber cedido a la influencia occidental. El debate se calentó. “Todo el mundo trató a estas mujeres de traidoras”, recuerda Molly Melching, “hay que entender que las mujeres que no habían sido escisadas eran consideradas impuras, sucias y rechazadas por el resto de la comunidad. La declaración de Malicounda implicaba un cambio revolucionario, las mujeres, partiendo de su derecho a la salud y a la protección de sus hijas, habían tomado una decisión. Y estaban dispuestas a defenderla haciendo uso de su derecho a expresar sus opiniones”.
El líder religioso del pueblo de Keur Simbara, Demba Diawara, jugó un papel clave en esta historia. Desde el primer momento comprendió que el cambio no se podía producir solo en Malicounda y que debía ir más allá. Demba comenzó a recorrer todos los pueblos delos alrededores explicando las razones del abandono de esta práctica. Y la mecha prendió. El 6 de noviembre de 1997, solo tres meses después, la mujer que practicaba las ablaciones en el pueblo de Ngeurigne Bambara anunciaba que abandonaba esta práctica y el 14 de febrero de 1998, en lo que se conoció como la Declaración de Diabougou, se sumaban otras 11 comunidades de la misma región de Thiés.
Lo cierto es que para aquel entonces la lucha contra la mutilación genital femenina había encontrado un excelente aliado en la figura del propio presidente de Senegal, el socialista Abdou Diouf. “Hoy llamo solemnemente a todos los senegaleses para que el juramento de Malicounda Bambara florezca en todo el país. Os invito a organizar un debate en cada pueblo (…) el tiempo de cambiar estas antiguas prácticas ha llegado”, dijo el presidente durante un discurso en noviembre de 1997.
Una ley prohibiendo la mutilación genital femenina en Senegal no tardó en llegar. Se aprobó en 1999. Sin embargo, Molly Melching estaba en contra de una ley. “Al día siguiente de su aprobación se practicó la ablación a cientos de niñas, fue horrible. Mucha gente no estaba de acuerdo y yo pensaba que la prohibición sería contraproducente. Pero luego cambié de opinión, al fin y al cabo un Estado tiene la obligación de proteger a sus ciudadanos más vulnerables”, asegura. De hecho, aunque la ley ha jugado su rol, no es la solución. En regiones como Kolda o Sedhiou, en Casamance, muchas familias van a Guinea o Gambia, países vecinos, para practicar la mutilación genital femenina a las niñas, escapando así a posibles denuncias y a la acción de la Justicia.
Tostan ha continuado durante todos estos años con su política de fomentar las declaraciones públicas. Melching compara este proceso con el abandono del vendaje de pies en China. Esta práctica tradicional, ligada igual que la ablación a la “aptitud” de las mujeres para contraer matrimonio, fue abandonada a principios del siglo XX de manera relativamente rápida gracias a un proceso local de educación, a la difusión de información por parte de la propia población y debates públicos y a un fenómeno creciente de declaraciones públicas de abandono.
Por todo ello, la directora ejecutiva de Tostan confía en que la mutilación genital femenina se deje de practicar en todo Senegal dentro de tres años, en 2015. Para ello cuenta a su favor no sólo con la legislación y con todo el trabajo realizado en estos años, que les ha permitido llegar a 2.000 pueblos en los que se lleva a cabo esta tradición, sino con el hecho de que la etnia wolof, mayoritaria en Senegal, no realiza esta práctica.
Pero el Juramento de Malicounda ha rebasado las fronteras de Senegal. Si en este país se han producido ya 5.002 declaraciones de abandono, el ejemplo empieza a cundir en Gambia (127 pueblos), Guinea Bissau (120 pueblos preparan una declaración conjunta), Guinea (528), Mauritania (78), Malí (17), Burkina Faso (23), Somalia (34) y Djibouti (95). En total, unos 6.000 pueblos cuyas niñas podrán disfrutar de una salud plena y de tener relaciones sexuales completas y satisfactorias a lo largo de sus vidas. Todo ello lleva a Molly Melching a asegurar que “podemos ver al fin de la mutilación genital femenina en nuestra generación”.
Igual piensa Virginie Moukoro, maliense, presidenta de la Asociación por la Defensa de los Derechos y el Bienestar de la Familia, que lleva 29 años trabajando contra la escisión, primero a través del Centro Djoliba y desde 2005 con el colectivo que preside. Ahora estamos en Malí, donde la prevalencia de esta práctica es del 85% de las mujeres, muy superior a la de Senegal, y donde no está prohibida por ninguna ley, aunque existe un plan nacional desde 2010 para erradicarla. La estrategia de Virginie es parecida a la de Molly Melching, información, reforzamiento de las capacidades y que sean las comunidades las que tomen sus decisiones.
Moukoro tampoco tiene claro que la ley sea la solución. “Es bueno que exista una norma, pero es necesario que se aplique. Puede ser un paso, pero no es el objetivo, creo que todo pasa por la educación, no por la represión. Si no se convence a la gente de los perjuicios de esta práctica no hay nada que hacer”, asegura. Virginie piensa en Guinea, donde existe una ley que castiga con pena de muerte a quienes practiquen la ablación de clítoris y donde, sin embargo, esta práctica está generalizada, en torno al 94% de prevalencia. Nadie teme a la ley.
Pero la iniciativa que surgió hace quince años en Malicounda Bambara es imparable. El esfuerzo conjunto de mujeres como Molly Melching, Maimouna Traoré y Virginie Moukoro, de hombres como Demba Diawara, de cientos de organizaciones y organismos internacionales y, sobre todo, de miles y miles de africanos anónimos que se están dando cuenta de que la mutilación genital femenina es una práctica que atenta contra los derechos de la mujer está produciendo un cambio en las costumbres. No es fácil enfrentarse a la tradición y el camino es largo, dos millones de niñas son mutiladas aún cada año, pero cada vez más mujeres se niegan a cortar a sus hijas. Y no lo hacen porque nadie se lo imponga, sino por convicción.
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