La crónica enfermedad social
Soy ciudadano español, nacido en Logroño, poseo un trabajo estable, por mi condición de funcionario de carrera y, además, convivo con una enfermedad crónica.
Las dos primeras realidades me han servido para valorar la importancia de tener la nacionalidad de un país desarrollado, de vivir en un entorno económico privilegiado y de tener garantizada la satisfacción de mis necesidades básicas. Estas circunstancias me han posibilitado disfrutar de unas prestaciones sociales que no sabemos valorar como privilegios. Y resulta que lo son. Al menos para algunos. Resulta que, salvo minoría de edad, un ciudadano irregular no puede acceder a la asistencia médica. Lo cual les llevará a acudir a los servicios de urgencia cuando los brotes de la enfermedad se hagan insoportables. Prestaciones que sí están cubiertas de modo universal.
Siendo muy sensible al necesario recorte del despilfarro del gasto público, no podemos serlo menos a la imprescindible atención sanitaria y farmacológica de personas con dolencias para toda una vida. Es compatible una buena gestión de los fondos públicos con una adecuada atención sanitaria. Simplemente, se necesita un poco de empatía, un pequeño esfuerzo de ponerse en el lugar de los demás.— Carlos Gil de Gómez.
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