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Columna
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La Banda

Asnos ávidos de dinero y de brillo social, convertidos en ejecutivos, pisotean nuestros restos

Si esto es un naufragio, los hay que flotan sobre nosotros en yate o jet privado. Se nos está informando minuto a minuto acerca de la espectacularidad de la caída y de la profundidad a la que llegaremos, pero carecemos de datos sobre quienes la propiciaron en su provecho. Si esto es un naufragio, no debemos olvidar —ni perdonar— que quienes ahora nos ahogamos lo hacemos para asegurar el bienestar de ese pequeño porcentaje de traficantes que se están apoderando de la mayor parte de la riqueza del mundo. A cambio de hundirnos, la Banda Internacional de los Ejecutantes se ha hecho con los sueldazos, las indemnizaciones, los bonos, los intereses, el capital y los calzoncillos. Los Gobiernos socialdemócratas empezaron a preparar el terreno, con esa pusilanimidad que les caracteriza. Las derechas lo hacen mejor: resueltamente. Entre tanto, nos venden la película de que fuimos nosotros quienes destrozamos el barco.

Todo este catacrac forma parte de un plan deliberado para convertir a los europeos —empezando por el Sur: pero espera, Alemania— en chinos de los de antes, de cuyos beneficios, un trabajo de mierda pésimamente pagado hasta la muerte, serán eliminados quienes no se conformen con comer solo el arroz necesario para poder seguir currando, los demasiado viejos, los que no estén sanos, los que no trabajen demasiado rápido. ¿Y por qué no también las mujeres, que pueden quedar embarazadas, y los homosexuales, que pierden tanto tiempo acicalándose? Cualquier barbaridad es posible para estos nuevos hunos que asuelan Europa. Asnos ávidos de dinero y de brillo social, convertidos en ejecutivos, pisotean nuestros restos. Cargarse nuestra capacidad de consumo ya no les preocupa. Solo les importa la suya. Yates, jets, fincas, fiestas, chorradas de marca con las que sobrevuelan placenteramente el naufragio. Es la nueva Peste, y la vacuna, llamada Transparencia, también fue robada.

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