¿Salvación para El Salvador?

El Salvador ha conocido por primera vez en décadas un día entero sin una sola muerte violenta. El pasado 14 de abril se dio el prodigio y el presidente Mauricio Funes lo anunció exultante como un nuevo despertar. El pequeño país centroamericano es uno de los más violentos del mundo, con unos 15 homicidios diarios, más de 5.000 al año, mientras que en España son solo centenares para una población seis veces mayor. Pero desde comienzos de marzo el número de víctimas ha caído en El Salvador a cinco muertos diarios.

Nunca es, sin embargo, oro todo lo que reluce. En vez de cadáveres de cuerpo presente, se cree que las pandillas hacen desaparecer a sus víctimas, con lo que de momento no figuran en la estadística. Y también es vox populi que el Gobierno ha estado negociando con las dos grandes bandas de narcos, la Mara Salvatrucha y la Mara 18, que, se dice, observan una tregua entre ellas y con la población en general, a cambio de una mejora en las condiciones de vida de sus afiliados en prisión, y, quizá, hasta de reducción de penas.

México, donde la guerra del narco también hace estragos, tuvo una oportunidad semejante. Pero el presidente Felipe Calderón rechazó la oferta de las bandas argumentando que un pacto así era incompatible con la democracia. Pero el horror no cesa. El pasado fin de semana 49 cadáveres mutilados fueron hallados en una cuneta en el Estado de Nuevo León, y hace solo unos días 18 fueron descubiertos en Jalisco —capital Guadalajara—. Y en esa guerra la libertad de expresión sale muy perjudicada. En una década, 70 periodistas —más que en toda la II Guerra Mundial— han sido asesinados en el país.

Sin embargo, el Gobierno salvadoreño no ha reconocido acuerdo alguno y, como prueba, destaca la creación de una fuerza especial de 300 hombres, entrenada por el FBI, para luchar contra el gansterismo. Cuando un Estado democrático abdica del monopolio de la violencia legítima inicia un camino del que cuesta reponerse.

Por ello, El Salvador se halla hoy entre Escila y Caribidis, las dos rocas del infierno griego. El Ejecutivo del país centroamericano debería evitar las malas compañías.