Este colegio ya se ha adaptado al cambio climático: “La diferencia es enorme y no solo por el aire acondicionado”
Visita a dos centros educativos, uno rehabilitado con vegetación y toldos y otro de nueva construcción que genera la mayor parte de la energía que consume y tiene climatización en las aulas. España va muy retrasada en la adecuación de sus escuelas al aumento de las temperaturas
El patio de la escuela pública Can Fabra de Barcelona solía ser como el de otros tantos miles de colegios en España: una gran pista deportiva y mucho hormigón. Un diseño tradicional que hoy se considera inadecuado, no solo por la idea de que los espacios de recreo deben ser más inclusivos y el fútbol no debe monopolizarlos, sino porque ese tipo de suelo absorbe calor y lo va emitiendo como si fuera un radiador. El problema viene de lejos, pero el calentamiento global lo está haciendo cada vez más acuciante. “Con las proyecciones climáticas que tenemos, y que además se van confirmando cada año, la temperatura en los centros educativos es un tema grave que nos tiene que preocupar y debemos priorizar”, afirma Irma Ventanyol, directora de la Oficina de Cambio Climático y Sostenibilidad del Ayuntamiento de Barcelona, “hay que adaptar a esta nueva realidad climática los edificios y patios que los rodean”. Aunque hay iniciativas concretas, como las dos que se analizan en este artículo, que muestran que el cambio es posible, el sistema educativo español va en su conjunto muy retrasado. “Cada vez hace más calor y está casi todo por hacer”, resume la presidenta de la confederación de familias de la escuela pública, María Capellán.
La escuela de Barcelona, situada en el distrito de Sant Andreu, frente a la chimenea de la antigua fábrica de hilaturas Fabra i Coats, un coloso industrial que en su día dio trabajo a 3.000 vecinos del barrio y ahora aloja diversos servicios municipales, fue uno de los primeros centros educativos rehabilitados en Barcelona en la línea que apunta Ventanyol. Durante la pandemia se retiró del patio buena parte del hormigón y se sustituyó por tierra. Se plantaron árboles y arbustos. Se instalaron estructuras de madera y pérgolas, sobre las que se han colocado toldos fáciles de extender o plegar en función de la meteorología. Y se han puesto fuentes y difusores de agua donde los chavales, además de beber, pueden refrescarse.
“Ahora el patio desprende menos calor, hay más sombra, y los niños y las niñas pueden jugar al aire libre sin que les dé el sol. Tiene zonas más diversas, es más verde, y ya no tienes la sensación de estar en un espacio poco natural”, comenta la jefa de estudios, Maria Elizondo. “El cambio ha estado bien”, coincide, sentado en un anfiteatro de madera, Víctor, que tiene 11 años y va a sexto de primaria, “porque cuando estamos cansados o queremos hablar, podemos estar a la sombra. Y, cuando jugamos, hay muchos más sitios para esconderse que cuando todo era pista”.
En el exterior de los grandes ventanales de las aulas se han colocado unos estores que frenan la entrada del sol directo y dejan, a la vez, que entre parte de la luz. “Se ha notado mucho. La temperatura ha bajado entre dos y tres grados, porque ya no se produce el efecto invernadero que teníamos antes”, dice la jefa de estudios, que considera necesario, sin embargo, el siguiente paso, previsto ya en el calendario de adaptación del centro, que consiste en poner aire acondicionado alimentado con placas solares. “Nosotras somos las primeras que tenemos clarísimo lo de la emergencia climática. Sabemos que consumiendo más energía no va a mejorar. Lo trabajamos en clase y aprovechamos la renaturalización del colegio para explicarlo. El problema es que en nuestro caso ya se han adoptado casi todas las medidas pasivas, es decir, sin consumo de energía, que podían hacerse y que tenía sentido empezar aplicando”.
Con ellas, la situación ha mejorado, dice Elizondo, pero no lo bastante, quizá, en parte, porque en paralelo el calor ha ido en aumento: “Digamos que este inicio de curso hemos tenido una temperatura poco favorecedora de la actividad escolar. Todos los días pasamos de los 25 grados y algunos hemos llegado a 30. Eso, en adultos nos parecería inaceptable. Con niños también lo es, pero parece que se diga: ‘Lo aguantarán, yo de pequeña lo aguantaba y no pasaba nada…’ Pues sí pasa. Afecta a su concentración, y están inquietos y nerviosos porque tienen calor y sudan. Es complicado dar clase. Y los ventiladores ayudan un poco, pero poco”.
La siguiente parada en este viaje por los centros educativos adaptados al clima del futuro está 300 kilómetros hacia el sur, en el colegio público Serra Calderona de Gilet (3.600 habitantes, Valencia), que forma parte del puñado de centros educativos diseñados por el anterior gobierno valenciano con el objetivo de acercarlos lo más posible a la autosuficiencia energética pese a contar con aire acondicionado en todas las aulas.
Una meta que Enrique Romero, su arquitecto, cree que podrá alcanzarse “en algunos momentos del día” de ciertos periodos del año, gracias a la instalación de placas fotovoltaicas, y al uso de materiales y a un diseño pensados para asilarlo de la temperatura exterior. Su ejemplo es más perfecto, aunque también menos extrapolable que el barcelonés, porque se trata de una escuela inaugurada hace unas semanas, cuando, en un escenario de fuerte caída de la población escolar, los colegios de nueva construcción serán poco frecuentes.
La gran transformación tendrá que pasar, por tanto, por la adaptación a gran escala de los colegios que ya están funcionando. Una tarea ingente que apenas ha empezado. En opinión de Marta Vall, presidenta del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, debería comenzar con una radiografía de las necesidades de cada centro.
En la práctica, sin embargo, el sistema educativo español ni siquiera dispone de un registro central de cuántos centros educativos están climatizados, y la información con la que cuentan las comunidades autónomas también es, en general, pobre al respecto, admiten responsables educativos. Representantes de familias, profesorado y alumnos coinciden, en todo caso, en que solo una parte muy pequeña de los centros tiene aire acondicionado en la mayor parte de las aulas o ha sido reformado para afrontar el aumento de las temperaturas.
Al retraso ha contribuido el hecho de que históricamente se considerase que las vacaciones de verano bastaban para evitar el impacto en las aulas del calor, lo cual, al menos en un país del sur de Europa como España, cada vez es menos cierto, como demuestran las temperaturas registradas en junio y septiembre ―y hasta cierto punto, en mayo y octubre―, y anticipan las previsiones.
La fuerte caída de la inversión en infraestructuras educativas durante la década que siguió a la crisis financiera de 2008, cuando se redujo a la mitad, también lastró la adecuación de los centros. Y sigue frenándola una compleja distribución de competencias sobre los edificios escolares, repartidos entre los ejecutivos autonómicos (principales responsables), ayuntamientos, y Gobierno, que hace que nadie acabe de hacerse cargo del problema y las iniciativas sean deslavazadas y hasta la fecha claramente insuficientes.
Un ejemplo de ello ha sido el plan anunciado el año pasado por el Ministerio de Educación para financiar adaptaciones al cambio climático, dotado con 200 millones, de los que de momento solo se ha adjudicado algo más de la mitad, cuando en España solo los centros públicos suman más de 19.000.
El ejemplo de buenas prácticas que constituye el colegio de Gilet comienza por su emplazamiento, al pie de una montaña, sobre un gran terraplén de las afueras del municipio que se usaba para montar la feria, lo que ha permitido orientar los cuatro edificios que lo componen con una libertad que sería muy difícil tener en el centro de una ciudad, afirma Romero. La fachada y las ventanas contienen elementos para romper los llamados puentes térmicos, esto es, para frenar la transmisión de la temperatura. Y en la obra se ha hecho hincapié en el sellado para evitar filtraciones.
El sistema de renovación del aire lo “pretrata” en un intercambiador antes de liberarlo en el interior para que llegue un poco más fresco en verano y un poco más caliente en invierno. La planta baja tiene porches que dan sombra, y las ventanas de arriba tienen viseras, para que en verano, cuando el sol va alto, sus rayos no entren, y en invierno, cuando va más bajo, sí. Las luces más cercanas a las ventanas se apagan o se atenúan solas cuando los sensores calculan entra bastante desde fuera.
Los pavimentos exteriores son de colores claros, para impedir que se calienten mucho. Y abundan las zonas de tierra, las plantas autóctonas, como el romero y el tomillo, y los árboles adaptados al clima, como los pinos, las moreras y las acacias. Ahora están recién plantados, pero Romero, socio de AECOestudio, afirma que cuando crezcan darán mucha sombra.
Hasta que se trasladó a las nuevas instalaciones, en septiembre, el colegio de Gilet estaba encajonado en medio del pueblo, no tenía aire acondicionado, y como en muchos otros colegios de España, los días de calor se hacían cada vez más duros. “La diferencia ha sido como del cielo a la tierra. Y no solo por el aire acondicionado, sino por la ventilación cruzada que tiene. En el anterior centro, las ventanas eran batientes y solo podían abrirse por arriba, y ahora en cambio podemos tenerla de par en par”, afirma su director, Iván García. El maestro asegura que el ambiente en clase también ha mejorado. “Cuando hace mucho calor los ves rebotados y alterados, y este año están mucho mejor. Rebotados siguen un poco, por la edad, pero ahora resulta mucho más tolerable”.
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