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Llámame por mi nombre: el reto del cambio de género en el aula

La mayoría de los colegios y los institutos respaldan el tránsito de sus alumnos trans, pero las resistencias perviven

Rüdiger Velasco, frente al muro exterior del colegio Fernando El Católico de Zaragoza, junto al instituto donde estudia.
Rüdiger Velasco, frente al muro exterior del colegio Fernando El Católico de Zaragoza, junto al instituto donde estudia.Carlos Gil-Roig
Javier Martín-Arroyo

Rüdiguer Velasco es un alumno transexual de Zaragoza que lo pasó mal antes de disfrutar hoy ―con 14 años― de un ambiente escolar agradable. “En las Claretianas sufrí acoso y los profes no hicieron nada, la directora incluida”, recuerda. “Luego en el instituto Miralbueno tuve un profe supertránsfobo y eso daba pie a insultos y a la agresión física. Le dije igual ocho veces que me llamara por mi nombre, pero lo hacía aposta”. Para los menores transexuales, ser llamados por su nuevo nombre cuando realizan el tránsito es un paso decisivo. A Velasco le costó lograr que los docentes le respetaran a pesar de que la normativa le amparaba.

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Call me by my name: the challenge for trans students in Spanish classrooms

Su caso es cada vez más una excepción, según las asociaciones de padres de los menores trans. La inmensa mayoría de estudiantes son apoyados por sus compañeros, profesores y directores de colegios e institutos cuando llevan a cabo el cambio de identidad. Pero todavía queda trabajo pendiente para proteger a estos chavales del acoso y la discriminación, y las regulaciones autonómicas presentan diferencias. Los protocolos educativos de 14 comunidades obligan a los centros a respetar su deseo de llamarse como quieren. Solo Asturias, La Rioja y Castilla y León carecen de norma que les ampare, aunque esta última está tramitándola.

Andalucía tiene un protocolo en su ley de transexualidad desde 2014, pero como algunos centros ignoraban el deseo de los alumnos al interpretar la norma, la Junta (PP y Ciudadanos) creó hace unas semanas una pestaña en su sistema informático para incluir la “identidad temporal” de género y así zanjar el asunto. Una madre de Almería que prefiere permanecer en el anonimato relata el calvario que atravesó su hijo. “El nombre es tan importante al principio porque es lo único que tienen y les identifica, más importante de lo que la gente cree, porque no suelen estar hormonados. Cuando un profesor nuevo nombraba a mi hijo en femenino era una humillación y exposición muy grande, y siempre lo recogía a la salida del cole hecho un mar de lágrimas”. La Junta movió ficha después de que la asociación de familias Chrysallis pidiera amparo al Defensor del Menor andaluz, Jesús Maeztu.

En las dos últimas décadas, las familias de los menores trans han dado un vuelco al abandono de antaño para arropar a sus hijos, y solo en la última década las regiones han legislado para protegerles del acoso y respetar su cambio de identidad. A finales del siglo XX, el tránsito de identidad se solía posponer hasta la edad adulta, lo que implicaba el sufrimiento silente de muchos menores. Ahora el cambio de nombre en la tarjeta sanitaria suele ser un trámite sencillo y en el DNI se solicita al juez, que dictamina a favor la mayoría de las veces.

Jesús Generelo, expresidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB), ve “una lotería” el ambiente escolar que pueden vivir los estudiantes trans. “Incluso las autonomías con ley y protocolo dependen de la buena voluntad del centro escolar, el desarrollo de las normas está muy retrasado. Si las familias no se movilizan y exigen, no hay ninguna garantía de que respeten sus derechos”. Generelo dirigió un estudio reciente con 73 menores trans y destaca los “elevadísimos” niveles de acoso que sufren y el riesgo de suicidio, tres veces superior a la media en los adolescentes.

¿Se te nombraba en la comunicación oral según tu nombre elegido? El 27% de los chicos respondió “nunca” y el 26% “rara vez”. ¿Se respetaba tu nombre elegido en los documentos? El 39% contestó “nunca” y el 27% “rara vez”. El 58% de los alumnos sufrió transfobia ―conducta negativa hacia ellos―, en la mitad de los casos el centro no hizo nada para apoyarles y solo el 57% tuvo asistencia gracias a los protocolos de transición.

La madre de Rüdiguer, Nuria Vázquez, a la que apoyó la asociación Euforia, asegura que su primer colegio, María Inmaculada Misioneras Claretianas, elaboró un informe psicopedagógico sin examinarle. El documento reza: “Es más el alumno quien no normaliza su situación. Todos lo integran como un chico y es él quien siempre resalta que es transexual”. La directora del centro y extutora del alumno, Beatriz Tena, niega que no se le entrevistara para el informe. “Fuimos muy comprensivos con Rüdi y sus compañeros lo llevaron con absoluta normalidad, excepto alguno que tuvo roces”, afirma.

El sexólogo y trabajador social Isidro García, con 16 años de experiencia con menores, censura: “Lo sangrante es que no exista un marco regulador en todo el Estado y que haya niños trans con diferentes derechos en función de donde han nacido, cuando la Constitución garantiza la igualdad. La protección de los menores es una obligación del Estado, la ciudadanía y las familias”. García recuerda que “nadie elige su identidad de género, la descubre, y puede tardar más o menos, pero necesita información y si no la tiene, pues se retrasa”. “Y si las familias no tienen información, pueden tener prejuicios transfóbicos y poner en peligro su salud mental y física”, añade.

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En el caso de Almería, la mayoría de colegios han respetado el deseo de los alumnos y cambiaron sus nombres, pero ciertos inspectores y directores estimaban que antes era necesario el cambio en el registro civil que autoriza un juez. El inspector Manuel Rodríguez considera que en este y otros casos de esta provincia andaluza se actuó conforme a la norma: “Estoy totalmente sensibilizado con el tema, pero los directores de centro que cambian los documentos oficiales del alumnado sin orden judicial no actúan conforme al protocolo”.

Eider, un menor trans no binario en Sevilla, ejemplifica la mayoría de casos, con unos compañeros de aula que normalizan por lo general los cambios de identidad a más velocidad que los adultos. Su madre, María Jesús Durán, cuenta: “Empezó en el confinamiento a sentir cosas hasta que me eliminó de Tik Tok [una red social] para poder expresar lo que sentía. Ahora ha vuelto a ser simpátique [sic] y ser la persona que era, no le hace falta hormonarse y acepta su cuerpo. No hay que entender nada, sino respetar y aceptarlo”.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.

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