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Economía Europea
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una oportunidad para Europa

Hay que aumentar la eficiencia de la política fiscal, y un elemento fundamental es la financiación con eurobonos

NEGOCIOS 23/03/2025 LAB 01
Ángel Ubide

Mario Draghi, en una reciente intervención ante el parlamento europeo, describió de manera clara lo que ha sido la actitud europea durante muchos años: “Dicen no a la deuda pública. Dicen no al mercado único. Dicen no a la creación de una unión del mercado de capitales. No pueden decir no a todo... Me preguntan qué es mejor hacer... No lo sé, pero ¡hagan algo!” Esa pasividad europea tan característica, tozuda en su inacción hasta que no le queda más remedio que actuar. Ya lo anticipo Jean Monnet, que Europa se forjaría en las crisis y sería la suma de las soluciones a esas crisis. Esto genera una actitud reactiva e inercial, y por tanto poco óptima, que provoca reacciones apresuradas que podrían haberse meditado con calma y derivado en mejores soluciones. Es una actitud de delegación estratégica, que confía en el mantenimiento del statu quo y evita los dilemas y sacrificios que conllevan una actitud más proactiva. Es un comportamiento que se deriva de la falta de confianza entre los socios europeos, que prefieren minimizar riesgos y crear complejas reglas que controlen los incentivos internos antes que abordar proyectos de mayor riesgo pero también de mayor retorno esperado.

Fragmentación y aversión al riesgo son las claves que subyacen al reciente debate sobre el reciente retraso económico europeo respecto a los Estados Unidos. Los informes de Enrico Letta y de Mario Draghi lo enfocaban sobre todo en las barreras al mercado interior y en la falta de liderazgo en los sectores punteros tecnológicos.

Un mercado interior incompleto es muy costoso: según un estudio del FMI, las barreras internas de Europa equivalen a un arancel del 45% para la industria manufacturera y del 110% para los servicios. Esto reduce el tamaño efectivo del mercado europeo: el comercio entre los países de la UE es menos de la mitad que el comercio entre los estados de EE UU. Un ejemplo muy sencillo de entender: su cuenta en un banco español no le sirve para operar en las oficinas de ese banco en otro país europeo. Pasen a Portugal y lo podrán comprobar.

La falta de liderazgo tecnológico no debería sorprender: la innovación implica proyectos de alto riesgo, pero el sistema económico europeo está diseñado, sin embargo, para minimizar el riesgo. Esta aversión al riesgo transpira en todo el entramado económico europeo: las reglas fiscales están diseñadas para contener el déficit, no para fomentar el crecimiento o la inversión; la política de competencia está diseñada para evitar el dominio competitivo, no para fomentar la escala necesaria para la innovación; la supervisión y regulación bancarias están diseñadas para evitar un exceso de crédito, no para fomentar el crecimiento de las empresas. La prudencia es necesaria, por supuesto. Pero hace falta un mejor equilibrio entre prudencia y crecimiento. Reconociendo esta necesidad, la Comisión Europea publicó hace poco su “compás de competitividad”, con iniciativas para aumentar la competitividad europea, incluyendo la simplificación de los sistemas regulatorios.

El paradigma de este conservadurismo ha sido Alemania. Como explica muy bien Wolfgang Munchau en su reciente libro Kaput, el sistema económico alemán está construido en torno a la protección de los sectores manufactureros tradicionales, complementado con unas reglas fiscales enfocadas en la reducción a toda costa de la deuda pública. Este sistema funcionó bien en su momento, sobre todo mientras el enorme mercado interior chino era un destino atractivo para las exportaciones alemanas pero, al priorizar el ahorro sobre la inversión, ha sido incapaz de adaptarse a los rápidos cambios geoeconómicos. A medida que China ha pasado de ser un cliente a ser un competidor, Alemania ha sufrido una rápida pérdida de cuota de mercado exportador y un crecimiento económico prácticamente nulo desde el inicio de la década. La reciente reforma del marco fiscal alemán es bienvenida, y servirá para reorientar la trayectoria de su economía en este nuevo de contexto de mayores necesidades de inversión tanto en infraestructuras como en Defensa y seguridad. Más vale tarde que nunca.

La reforma fiscal alemana aumentará su deuda pública: el think tank bruselense Bruegel ha publicado un estudio que calcula que, con esta reforma, la deuda pública alemana crecerá de manera constante durante la próxima década y se podría estabilizar en torno al 80%-90% del PIB. Pero este aumento de la deuda no es una causa de preocupación, ya que las inversiones que financiará aumentarán la solidez y resiliencia de su economía. Es la normalización de la economía alemana, que durante mucho tiempo se ha beneficiado de condiciones extraordinarias que le permitían ahorrar y mantener una deuda pública —y por tanto unos tipos de interés— anormalmente bajos, pero a costa de no invertir lo suficiente y aumentar su fragilidad.

Esta normalización va a requerir una reforma de las reglas fiscales europeas, todavía basadas en un anacrónico retorno a un nivel de deuda pública del 60% del PIB y, sobre todo, avanzar en el debate sobre la provisión de bienes públicos europeos financiados, al menos en parte, con eurobonos. La inversión pública en infraestructura y en Defensa y seguridad, que hoy en día tiene un alto componente de tecnología e inteligencia artificial, complementa la inversión privada —recordemos que el liderazgo tecnológico estadounidense se deriva de la productiva simbiosis desde la II Guerra Mundial entre su inversión pública en Defensa y la iniciativa privada de Silicon Valley— y beneficia a todos los europeos, y por tanto no tiene sentido diseñarla solo a nivel nacional. Además, en una situación de crecimiento persistentemente débil, la política fiscal debe mantener un tono expansivo, y el aumento del gasto en Defensa y seguridad no debe derivar en una reducción del gasto social que deteriore el contrato social europeo. La solución, como hemos apuntado ya muchas veces, es mejorar la eficiencia de la política fiscal, y un elemento fundamental es la financiación al menos parcial con eurobonos, que reducen la fragmentación de la deuda europea y crean espacio fiscal para todos los países de la eurozona.

La reforma fiscal europea se debe complementar con reformas que faciliten el crecimiento de las empresas europeas y reduzcan la fragmentación del mercado interior. Europa invierte como porcentaje del PIB tanto como EE UU, pero lo hace de manera fragmentada e ineficiente. Esta reforma requiere dos elementos: modernizar la política de la competencia para permitir que las empresas puedan crecer e innovar; y fomentar el crecimiento de los bancos a nivel europeo a través de las fusiones transnacionales, para que puedan financiar el crecimiento de las empresas y la creación de campeones europeos. Sin bancos europeos será muy difícil crear un mercado de capitales europeo que sirva de complemento al sistema bancario y promueva el crecimiento de la inversión privada.

La reforma fiscal alemana crea una oportunidad histórica para que Europa rompa la tendencia reactiva e inercial de excesivo conservadurismo y adopte las reformas necesarias para reducir la fragmentación económica y la dependencia de la demanda externa. Sin prisa, para no cometer errores, pero sin pausa, ya que el coste de la inacción va a aumentar de manera exponencial —es la paradoja del riesgo, el exceso de precaución solo creara riesgos añadidos—. Como bien dijo Mario Draghi, “!hagan algo!”


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