La economía de Europa se está frenando
Los que crean que los problemas del continente se resolverán con medidas sencillas están desconectados de la realidad
Mientras Europa se prepara para una posible guerra comercial tras la llegada al poder en enero del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, sus dos economías más grandes están en apuros. Alemania va camino de su segundo año consecutivo de crecimiento cero, y se prevé que Francia crezca menos del 1% en 2025.
¿Es el estancamiento económico de Europa resultado de un estímulo keynesiano insuficiente o culpa de un Estado de bienestar esclerótico e inflado? Como quiera que sea, está claro que quienes creen que los problemas de Europa se pueden resolver con medidas sencillas —por ejemplo, aumentando el déficit fiscal o bajando los tipos de interés— están desconectados de la realidad.
Por ejemplo, las agresivas políticas de estímulo de Francia ya han elevado el déficit fiscal al 6% del PIB, mientras que el cociente deuda sobre PIB se ha disparado al 112%, frente a un 95% en 2015. En 2023 el presidente Emmanuel Macron se enfrentó a fuertes protestas por la decisión de aumentar de 62 a 64 años la edad de retiro, una medida que, aunque significativa, apenas roza la superficie de los problemas fiscales de Francia. Como advirtió hace poco la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, sin reformas de gran alcance, la trayectoria fiscal de Francia es insostenible.
Muchos progresistas estadounidenses y británicos admiran el modelo francés de Estado fuerte, y desean que sus propios países adopten políticas similares. Pero en estos últimos tiempos, los mercados de deuda han tomado conciencia de los riesgos de la creciente deuda de Francia. Hay que destacar que actualmente el Estado francés paga una prima de riesgo más alta que España.
Ya que se prevé que el tipo de interés real sobre la deuda pública de las economías avanzadas se mantenga elevado —de no mediar una recesión—, Francia no podrá superar sus problemas con la deuda y las pensiones apelando al crecimiento. Por el contrario, es casi seguro que su pesada carga de deuda lastrará sus perspectivas económicas a largo plazo. En 2010 y 2012, Carmen M. Reinhart y yo publicamos dos artículos donde sostuvimos que el exceso de deuda es perjudicial para el crecimiento económico. Ejemplos perfectos de esta dinámica —como han demostrado posteriores investigaciones académicas— son las economías de Europa y Japón, aletargadas y endeudadas.
El exceso de deuda impide el crecimiento del PIB porque limita la capacidad de los gobiernos para responder a desaceleraciones y recesiones. Con un cociente de deuda sobre PIB de sólo el 63%, Alemania tiene amplio margen para revitalizar sus infraestructuras decadentes y mejorar su deficiente sistema educativo. Con una implementación eficaz, esas inversiones pueden generar suficiente crecimiento a largo plazo para compensar sus costes. Pero el espacio fiscal sólo es valioso cuando se utiliza bien: en realidad, la norma que limita el déficit anual alemán al 0,35% del PIB es demasiado inflexible, y el próximo Gobierno debe encontrar un modo de soslayarla.
Además, un aumento del gasto público no generará crecimiento sostenido sin reformas significativas. En concreto, Alemania debe restablecer los elementos fundamentales de las reformas Hartz introducidas por el excanciller Gerhard Schröder a principios de este siglo. Estas medidas —que confirieron al mercado laboral alemán mucha más flexibilidad que la de su homólogo francés— fueron fundamentales para que Alemania dejara de ser el “enfermo de Europa” y se convirtiera en una economía dinámica. Pero un giro de la política económica hacia la izquierda ha revertido en la práctica buena parte de este avance, debilitando en gran medida la tan alardeada eficiencia alemana. Se ha visto particularmente afectada la capacidad de Alemania para construir infraestructuras que son muy necesarias, de lo que da un buen ejemplo el aeropuerto de Berlín-Brandeburgo, que abrió sus puertas en 2020, 10 años más tarde de lo previsto y por tres veces el costo presupuestado.
Tarde o temprano Alemania superará sus problemas actuales, pero la pregunta clave es cuánto se demorará. A principios de noviembre, el canciller, Olaf Scholz, despidió al ministro de Finanzas, Christian Lindner, provocando al hacerlo el colapso de su frágil Gobierno de coalición. Frente a la elección programada para el 23 de febrero, el poco carismático Scholz debe hacerse a un lado y dejar el liderazgo a otra figura socialdemócrata, o su partido correrá riesgo de implosión. Pero hasta ahora Scholz se ha resistido a las peticiones de que renuncie a tratar de obtener la reelección, lo que pone en peligro las oportunidades de que su partido permanezca en el poder. Su renuencia a hacerse a un lado se parece a la del presidente estadounidense Joe Biden, que esperó demasiado para pasar el relevo a una candidata más joven, error que sin duda contribuyó a la decisiva derrota electoral de Harris.
En este contexto de agitación política, Alemania se enfrenta a desafíos cada vez más complejos que amenazan su condición de motor de la economía europea. Mientras la guerra que se desarrolla en Ucrania sigue erosionando la confianza de los inversores, la base industrial alemana todavía no se ha recuperado de la pérdida de la energía barata importada desde Rusia. En tanto, al sector automotriz le ha costado hacer la transición del automóvil con motor de combustión al vehículo eléctrico y ha quedado rezagado respecto de sus competidores globales, y las exportaciones a China (cuya economía también se muestra vacilante) han registrado una importante caída.
Estos problemas son probablemente manejables si en el año entrante asume el poder un Gobierno más conservador y promercado. Pero volver a poner a Alemania en la senda correcta no será fácil, porque todavía hay poco apoyo de la población a reformas estructurales. Sin cambios drásticos, a la economía alemana le costará recuperar el dinamismo y la flexibilidad que necesita para resistir el impacto de las inminentes guerras arancelarias de Trump.
Las otras economías europeas enfrentan en general desafíos similares, pero es posible que a Italia le vaya un poco mejor con la primera ministra Giorgia Meloni, tal vez la dirigente más eficaz del continente. Puede que España y algunas economías pequeñas, en particular Polonia, llenen en parte el vacío que han dejado Alemania y Francia, pero no podrán compensar del todo la debilidad de las dos potencias económicas de la Unión Europea.
Las perspectivas económicas serían mucho más sombrías si no fuera por el atractivo perdurable de Europa como destino turístico, en particular para los viajeros estadounidenses, que al beneficiarse del fortalecimiento de su moneda están apuntalando el sector. Aun así, el panorama para 2025 todavía se ve deslucido. Aunque las economías europeas todavía pueden recuperarse, el estímulo keynesiano no bastará para sostener un crecimiento firme.
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