Los empleos del pasado, los empleos del futuro
Si les preocupa la polarización política, harían bien en volver los ojos a la polarización del mercado de trabajo, porque probablemente uno de sus orígenes sea la desaparición de los empleos de mediana cualificación
Según la Epa, entre 2014 y 2024 la economía española ha creado 4,3 millones de empleos netos, y de ellos 2,9 millones los han ocupado personas que tenían educación superior. Los puestos de trabajo de personas con estudios primarios han caído en términos absolutos en casi 350.000, y solo 4 de cada 10 empleos los han ocupado personas con estudios secundarios. En 1982 apenas un 3% de la población activa eran titulados universitarios y, consecuentemente con esa limitada oferta, el premio salarial de la educación era muy significativo. Algunas estimaciones lo situaban por encima del 80% superior al salario de los que no tenían estudios. En aquel mercado de trabajo no solo operaban factores de oferta, sino también de demanda. El aumento de complejidad del sistema económico, la aparición de nuevos sectores y la apertura al exterior demandaban nuevas habilidades que hacían que el empleo creciera en actividades que exigían niveles de habilidades medianas y altas. Aunque la comprensión de los datos de una variable que, como el empleo, es crítica para la estabilidad de la sociedad siempre exigen matizaciones, entre el mercado de trabajo de ayer y el de hoy median dos generaciones de cambios muy profundos: los empleos de hoy no son como los del pasado, y los del futuro aún serán más diferentes.
David Autor es un economista americano del M.I.T [Instituto Tecnológico de Massachusetts] que lleva dos décadas analizando la transformación del mercado de trabajo norteamericano y avisando de las consecuencias que esos cambios tienen sobre la productividad, y, sobre todo, sobre la estabilidad de la democracia liberal. Sus análisis apuntan en una misma dirección: como consecuencia de una multiplicidad de factores, entre los que destacan la tecnología y la globalización, desde hace algún tiempo en la economía americana la creación de empleo se concentra fundamentalmente en los empleos de baja y alta cualificación, dejando en el medio un enorme agujero negro.
Si les preocupa la polarización política, harían bien en volver los ojos a este fenómeno de polarización del mercado de trabajo porque probablemente uno de los orígenes de aquella se encuentre en la desaparición de los empleos de mediana cualificación. Cualquiera que tenga algo de memoria económica recordará dos cosas de nuestro pasado reciente: la primera, que los puestos de mediana cualificación determinaban la diferencia entre los mercados de trabajo de las ciudades y de los pueblos. En los pueblos el mercado de trabajo era terriblemente “moderno”: solo existían los extremos, y la distribución masivamente asimétrica: el cura, el notario, el médico y el farmacéutico a un lado, al otro todos los demás. Huir de aquella realidad fue la razón de la emigración. La segunda, conectada con la anterior, que los empleos de mediana cualificación que encontraron en las ciudades fueron los que crearon a la clase media española ya que, muchos de los que no tenían “titulaciones” pudieron trabajosamente ir subiendo, a partir de esos empleos de entrada, comenzar a crecer en la escalera profesional.
En España, como en el resto del mundo, su paulatina, pero sostenida desaparición -como recientemente señalaba Josu Imaz-, suponen no solo la ralentización de la movilidad social ascendente, sino también la desaparición de un poderoso factor de control de la desigualdad salarial: pese a que las políticas redistributivas se han multiplicado, algunas mejor diseñadas que otras, en los países en los que se polariza el mercado de trabajo, la desigualdad tiende a aumentar.
Los pesimistas señalan que esa tendencia no solo es imparable, sino que la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA) la va a convertir en explosiva. Aunque puede ser un escenario, para mí el más probable es que quien te quite el trabajo no sea la AI, sino como siempre ha pasado, el que sabe usar la IA.
Pero puedo llegar a ser, leyendo a David Autor, todavía más optimista. Todavía estamos a tiempo de poder usar la IA para conseguir que quienes hoy ocupan, pese a sus títulos académicos, trabajos de baja cualificación y menguados salarios desempeñen empleos de cualificación mediana mejor retribuidos -entre otros, en sanidad, cuidados, creación de contenidos y educación- cuya demanda va a explotar aunque solo sea por razones demográficas.
La IA pese a la fascinación que despierta, no es más que una herramienta. Y como tal puede ser usada para aumentar las cualificaciones y el buen juicio de humanos que la operan, o para devaluar las cualificaciones humanas, banalizarlas – “commoditizarlas” - y desplazar masivamente a expertos y trabajadores. En realidad, un uso social y económicamente responsable de la IA es la actividad de I+D más atractiva y rentable que existe en el ecosistema económico global. Además, si a uno le preocupa el futuro de la democracia, es la mejor inversión que se podría hacer porque, siendo francos, es difícil imaginar una democracia sin clases medias. Mas bien históricamente ha ocurrido lo contrario: cuando las clases medias se han sentido frustradas –en los años 30 del siglo pasado – su tentación ha sido confiar en los autoritarismos y en los salvadores de las patrias.
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