¡Qué viene el lobo! (otra vez)
El descenso de emisiones requiere de políticas públicas transformadoras que generen puntos de inflexión positivos en eficiencia energética e intensidad de emisiones
La plataforma Cambio Climático Naciones Unidas recuerda un año más que los avances en los compromisos de reducción de emisiones que han hecho los países en el marco del Acuerdo de París no son suficientes, que la COP “XX” (póngase el numeral de la edición que toque, la admonición se repite) debe impulsar acciones inmediatas, más urgentes porque queda menos tiempo.
Con los compromisos actuales de los países, las emisiones mundiales en 2030 estarán entre el +4,2% y el -1,5% respecto a 2019, rango que bajaría hasta el (-2,3%;-8,2%) si los países que condicionan sus compromisos a recibir ayuda (financiera, tecnológica) la tuvieran (que no la tienen). Pero lograr el objetivo de cero neto en 2050 de modo gradual exige una caída de las emisiones de entre el 34% y el 60% en 2030.
Este descenso de emisiones requiere de políticas públicas transformadoras, que generen puntos de inflexión positivos en eficiencia energética e intensidad de emisiones. Requiere también de políticas de alcance global, orientadas al largo plazo, atractivas para que empresas y hogares alineen sus decisiones de gasto, ahorro e inversión: ser rentables y buscar mejorar el bienestar. Y, lo que no es menor, sin estar sometidas en su esencia a los vaivenes electorales de corto plazo, las políticas climáticas han de ser resultado de las preferencias de la población, expresadas a través de sus representantes, que no tienen que ser las mismas entre distintas geografías (de hecho no lo son, basta mirar la diferente combinación de instrumentos en Europa, China o EE UU).
Por eso el decrecimiento no sirve como estrategia: es éticamente injusto para la población en situación de pobreza, y contraproducente para incentivar tanto el I+D imprescindible para desarrollar tecnología y procesos “verdes” como los flujos financieros que lleven esas innovaciones a su desarrollo comercial. El mayor reto es lograr que la inversión sostenible sea rentable en economías emergentes. Se trata de reducir el coste de uso del capital donde la prima de riesgo es alta por la falta de fortaleza y estabilidad del entorno institucional, un obstáculo aún más relevante en un mundo con tipos de interés más altos. Algo que va más allá de la sostenibilidad ambiental.
Y para conseguir el apoyo de la población tampoco sirve tocar a rebato con el lobo de catástrofes climáticas. Encuestas como las analizadas recientemente por el Fondo Monetario Internacional señalan que los más pobres son los más favorables a políticas de mitigación, pero que el apoyo aumenta, también en niveles de renta más elevados, si se explican detalladamente y se plantean claros mecanismos de redistribución. No basta con gritar que viene el lobo, hay que decir cómo y quién va a pagar la cacería.
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