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política monetaria
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aliviar el dolor de la inflación

Combatir el alza de los precios solo con subidas de tipos es como practicar cirugía sin anestésicos

Inflacion
Tomás Ondarra
Antón Costas

¿No es posible luchar contra la inflación sin infligir dolor? Esta pregunta surge de la preocupación que me produce escuchar a las autoridades monetarias de uno y otro lado del Atlántico decir que la lucha contra la inflación inevitablemente producirá “dolor”. En su lenguaje subliminal eso significa recesión, paro, pobreza y cierre de empresas.

La justificación de esta terapia de choque se apoya en la idea de que “una inflación se cura con una recesión”. Los economistas somos proclives a la idea de que la curación implica dolor. El soporte moral de esta premisa, basado en el utilitarismo, es cuestionable.

Confieso tener un cierto temor a que, para recobrar la credibilidad antiinflacionista, cuestionada al haber considerado inicialmente que la inflación era un “fenómeno pasajero” (enfoque que compartí), las autoridades monetarias quieran compensar ese error con subidas más rápidas y prolongadas de tipos de interés. Pero no tengo motivos para pensar que vayan a comportarse así. En la explicación de su última e inesperada subida de 0,75 puntos, el BCE afirma que monitorizará permanentemente los datos de la inflación para actuar de forma pragmática.

En todo caso, por lo que ahora diré, es probable que la medicina del dolor aceptada en inflaciones pasadas no lo sea ahora, en las nuevas circunstancias. Antes de ver por qué, permítanme un comentario sobre los nuevos dilemas de políticas que trae la nueva era.

Venimos de una época de excesivo optimismo. La caída del muro de Berlín en 1989, el desplome de los tipos de interés y de la inflación o la glorificación de la hiperglobalización, alimentaron la idea de que el “mundo era plano” y que el objetivo prioritario y único de los gobiernos y las empresas residía en la maximización de la eficiencia (el PIB y los beneficios empresariales). Lo demás, el progreso social y la democracia, se decía, vendría por añadidura. Gobernamos la economía y la empresa como lo haría un tuerto, mirando únicamente un reto. Estamos descubriendo con desgarro que el progreso y la democracia tienen marcha atrás.

La concatenación de calamidades que estamos sufriendo ha puesto en primer plano un nuevo objetivo prioritario: la “seguridad” (probablemente la palabra del año). Ahora tenemos que gobernar la cosa pública y las empresas buscando equilibrios entre objetivos igualmente deseables pero en conflicto: eficiencia versus seguridad en los aprovisionamientos; descarbonización versus seguridad energética; estabilidad de precios versus estabilidad económica y de empleo. Para orientarnos en la búsqueda de equilibrios ante estos dilemas quizá debamos recordar la petición de San Agustín en sus Confesiones: “Señor, concédeme la castidad, pero no ahora mismo”. En este sentido, los ecologistas alemanes en el Gobierno están practicando ahora la economía según San Agustín.

Vuelvo a la cuestión de la lucha contra la inflación. Los episodios que hemos padecido en décadas pasadas surgieron, utilizando la jerga de los economistas, de una “economía recalentada”, resultado de un exceso de demanda enfrentada a una oferta rígida. Para cortar ese recalentamiento, las autoridades monetarias utilizaron la medicina de la recesión autoinfligida mediante las subidas de tipos de interés. Hubo “dolor”, que fue soportable en unas circunstancias de abundancia, relativa paz social y legitimidad y confianza en el sistema político.

Pero ahora es diferente. Por varias razones. Primera: la inflación europea no viene de un exceso de demanda, sino de una contracción de la oferta provocada por las roturas de las cadenas globales y por el corte del suministro de materias primas esenciales energéticas, industriales y alimentarias provocado por la guerra en Ucrania. Segunda: hay una grave crisis de coste de vida, acentuada por la inflación. Tercera: un clima social preñado de resentimiento e ira por el aumento de la desigualdad y la pobreza. Cuarta: desconfianza en la democracia y apoyo al populismo autoritario. Quinta: guerra en Europa.

¿Se imaginan las consecuencias que, en estas circunstancias, provocaría el dolor de una recesión económica y un aumento del paro?

Así las cosas, ¿no podemos luchar contra la inflación sin provocar más dolor? Mi experiencia como paciente me dice que es posible aprender de los médicos. No quieren dolor posquirúrgico, porque estresa e impide que los tejidos dañados cicatricen. Por eso lo alivian (el dolor) con analgésicos. Luchar contra la inflación solo con subidas de tipos de interés es como practicar cirugía sin anestésicos. Por eso necesitamos un nuevo contrato social que permita construir una economía vibrante y una sociedad justa.

Imaginemos algunos de sus mimbres. 1) Política monetaria pragmática, con credibilidad para anclar las expectativas de inflación a medio plazo alrededor del objetivo del 2% del BCE. 2) Un nuevo modelo de formación de precios eléctricos. 3) Política de inversiones para aumentar la oferta y lograr autonomía estratégica. 4) Aliviar el impacto de los precios de los alimentos y la electricidad con medidas selectivas en favor de los más frágiles. 5) Acuerdo de rentas amplio complementado con la provisión pública de bienes y servicios que aumenten tanto el salario no monetario como la productividad de las pymes (enseñanza preescolar gratuita, rebajas del precio del transporte público y otros servicios básicos como libros escolares, formación dual efectiva, universidad y máster a precios asequibles, planes de pensiones de empresa, provisión de servicios tecnológicos a las empresas, etcétera).

¿Cómo se construye ese nuevo contrato social? No es fácil, pero lo hicimos con los Pactos de La Moncloa del año 1977, que lograron luchar contra la inflación mediante un acuerdo de rentas amplio y la provisión pública de bienes y servicios (educación, sanidad, desempleo, pensiones) que permitieron mejorar el salario real y las condiciones de vida, a la vez que la competitividad de las empresas. Lo hemos vuelto a hacer, de forma parcial, durante la pandemia, con una capacidad de diálogo y acuerdo social sin igual, como pone de manifiesto la Memoria Socioeconómica y Laboral 2021 del Consejo Económico y Social de España (CES).

¿Qué circunstancias lo hacen factible? Aunque resulte paradójico, cuando hay peligro surge un espacio para el posibilismo. Utilizando el término del filósofo John Rawls, la inflación crea un “velo de ignorancia” acerca de nuestra situación futura que nos hace más proclives al acuerdo. También la teoría de la política económica democrática recomienda avanzar juntos cuando la niebla de la incertidumbre oscurece el futuro. Es inspirador el verso del poeta alemán Friedrich Hölderlin: “Más donde hay peligro, crece también lo salvador”. La inflación es el tipo de peligro que crea impulsos para construir un nuevo contrato social.


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