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Economía
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La España que saquemos del mármol

Se debería diseñar un plan industrial realista y coherente, coordinado con las comunidades autónomas

Ilustración Negocios
Maravillas Delgado

Decía Miguel Ángel que sus esculturas estaban dentro del mármol y sólo hacía falta liberarlas de la piedra que sobraba. Podríamos trasladar esa idea a la España moderna y próspera que nos gustaría refundar. La tenemos ahí y necesitamos esculpirla. Pongamos que, entre otras herramientas, los cinceles que utilicemos sean la innovación, la industria y la formación, siempre tomando como instrumento de medida los criterios de responsabilidad que hoy deben presidir todas nuestras actuaciones. También necesitaremos despojarla de lo que sobra. Fundamentalmente, de tacticismos políticos y debates estériles que no llevan a ninguna parte. Quedémonos sólo con lo que nos une y nos pone de acuerdo. Sobre ese molde, podríamos forjar y tallar, entre todos, un proyecto de país avanzado y sostenible.

Si tomamos el cincel de la innovación, debemos valorar que tenemos una nueva Ley de Ciencia, esperada no sólo por la comunidad científica e investigadora, también por las empresas. El texto subraya el objetivo, ya trazado en el Pacto por la Ciencia, de que la inversión en I+D alcance el 3% del PIB en 2030, frente al 1,41% actual, lejos todavía de la media europea. Ese compromiso lo asumimos las compañías como nuestro. Pero no será suficiente si no aseguramos una transferencia efectiva a la sociedad.

La innovación pública debería ser tractora de inversión privada, y ambas la base de mejores servicios públicos y de un verdadero Estado del bienestar. También de la puesta en marcha de proyectos de gran alcance que generen riqueza y empleo a su alrededor, al tiempo que potencien nuestra imagen en el exterior. Para impulsar estos proyectos, y en el caso de las multinacionales para traerlos a España, necesitamos apuntalar nuestro modelo. Dotarlo de marcos de estabilidad y seguridad jurídica, de un ecosistema de financiación de la I+D más efectivo que aleje incertidumbres, de procesos ágiles que aparten la burocracia. En definitiva, facilitar las condiciones que nos conviertan en un país idóneo para invertir.

Nos consta el esfuerzo que tanto el Gobierno central como los autónomos están realizando para atraer esas inversiones que propulsen nuestra economía. Pero, como el escultor, necesitamos todavía pulir el bloque de piedra, limar durezas y asperezas, para que nuestro verdadero atractivo —talento, infraestructuras, biosfera, energías renovables…— salga a relucir y sea apreciable, diferenciador para quien nos mire desde cualquier parte del mundo.

La industria, como sustento del sistema económico, es otra de las herramientas que necesitamos para configurar nuestro modelo. En cualquier economía avanzada, es un sector fundamental para liderar la innovación y la generación de riqueza, y el que nos hace resilientes ante las crisis. Ahora, además, es el principal catalizador de la transición ecológica y digital. Hace años que España, en línea con Europa, se fijó el objetivo de que la industria represente el 20% de nuestro PIB. Sin embargo, sigue perdiendo peso en nuestro sistema productivo. Diferentes entidades y organizaciones empresariales han formulado sus propuestas para fortalecer nuestro sector industrial. Aquí me gustaría destacar dos que podríamos afrontar.

Por un lado, diseñar un plan de desarrollo industrial realista y coherente, con una agenda nacional que coordine las fortalezas de nuestras comunidades autónomas, alinee sus respectivas estrategias de innovación y determine sectores clave y sinergias regionales.

Contribuiríamos además a la necesaria vertebración de nuestro país, propiciando autopistas de colaboración y transferencia que no sólo transiten entre Madrid y Barcelona, sino que conecten y dinamicen polos tractores que ya funcionan en provincias y territorios, de Málaga a León, de Asturias a Tarragona o de Galicia a Euskadi.

Por otro lado, favorecer el crecimiento de nuestras empresas. Por ejemplo, si nuestro tamaño medio empresarial fuera equivalente al de la UE, podríamos incrementar un 3,5% nuestro PIB, y un 7,5% si esa estructura productiva fuera como la alemana o la británica. Muy especialmente, impulsar el crecimiento de nuestras start-ups industriales. Tenemos en España brillantes ejemplos, unos nacidos al amparo de instituciones científicas o académicas, otros catapultados desde grandes compañías, que desarrollan soluciones para la industria 4.0 basadas en tecnologías como internet de las cosas, inteligencia artificial o fabricación aditiva. Por lo general, son empresas a las que les cuesta saltar de la fase de investigación a la de industrialización y llegada al mercado. Si contaran con palancas para dar ese salto, a través de alianzas, ayuda a la financiación y apoyo a la internacionalización, estos proyectos podrían consolidarse: emplearían a más gente, pagarían salarios más altos y contribuirían a revitalizar nuestro tejido productivo, además de generar masa crítica industrial en términos de PIB.

En efecto, herramientas como la innovación y la industria nos servirán para dar forma consistente a nuestra obra conjunta. Pero también necesitaremos dotarla de movimiento. Y no podremos hacerlo sin las personas. A pesar de nuestras elevadas tasas de paro, existen actualmente más de 100.000 puestos sin cubrir en nuestras empresas por falta de profesionales cualificados. Es más: de aquí a 2030, será necesario reponer unos 10 millones de trabajos, que a su vez se habrán transformado al ritmo de las nuevas tecnologías.

El desajuste entre oferta y demanda es un desafío urgente, pero más allá, afrontamos la necesidad de formar a los profesionales del futuro, rescatarlos y sacarlos a la luz. Ayudaría a conseguirlo un sistema educativo que inculque desde temprana edad la ilusión por aprender y descubrir, que fomente las vocaciones técnicas y científicas, pero también aptitudes como la creatividad, el pensamiento crítico, el trabajo en equipo, la resiliencia o el aprendizaje continuo. Se trata de moldear los mejores perfiles, pero fundamentalmente, las mejores personas para cimentar una verdadera sociedad del conocimiento de la que ellas sean el centro. Que potencie el talento joven pero también aproveche la experiencia acumulada y la diversidad, contribuyendo a eliminar brechas de cualquier índole.

También decía Miguel Ángel que “la perfección no es cosa pequeña, pero está hecha de pequeñas cosas”. No vamos a conseguir de la noche a la mañana un país perfecto, pero nunca como ahora hemos tenido la oportunidad de ponernos a trabajar para crear esta obra maestra. Tenemos materiales y herramientas, colaboración público-privada, fondos europeos… Necesitamos utilizarlas con sentido y sabiduría. Con la experiencia y la determinación de todos —gobiernos, instituciones y empresas comprometidas con el país— podemos sacar del mármol lo mejor que tenemos para mostrar al mundo y dejar a las nuevas generaciones una España vigorosa, brillante y envidiable.

Helena Herrero, presidenta de la Fundación I+E y de HP Sur de Europa.


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