_
_
_
_
Estados Unidos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La perspectiva macroeconómica de Estados Unidos

Los riesgos de las cadenas de suministro pueden haberse vuelto más agudos tras la invasión rusa de Ucrania

Ilustración suplemento Negocios 10-04-22.
Tomás Ondarra

Es probable que muchos de quienes hoy están preocupados por la creciente inflación en Estados Unidos no estén de acuerdo, pero a la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos deberíamos premiarla con una vuelta olímpica. Basta con mirar atrás y ver lo que la Fed ha logrado en los últimos dos años.

A estas alturas de año en 2020, la pandemia de la covid-19 había provocado una caída gigantesca del empleo del 14% cuando grandes sectores de la economía se vieron obligados a cerrar. Y si bien el empleo se recuperó cuando la actividad empezó a reabrirse, de todas maneras, se mantuvo un 7% por debajo de su nivel previo a la pandemia.

Recuperar ese 7% restante siempre iba a ser difícil, porque exigía una nueva división de la mano de obra. Durante la recuperación decepcionante, anémica e insatisfactoria de la Gran Recesión hace una década, la reconstrucción del tejido del mercado laboral se produjo a un ritmo que hizo subir el empleo solo 1,3 puntos porcentuales por año. Como la demanda era floja y creció muy lentamente durante ese periodo, era difícil descifrar qué modelos de negocios serían rentables y dónde iba a necesitarse realmente mano de obra.

Esta vez, la reconstrucción sucedió a pasos mucho más acelerados. El empleo aumentó un 5% en apenas un año, porque la Fed y la Administración del presidente estadounidense, Joe Biden, no sacaron el pie del acelerador demasiado rápido, como lo habían hecho sus antecesores a comienzos de los años 2010. Por eso, todos deberíamos ver la economía de hoy como una enorme victoria política —quizá la mayor que yo haya visto en Estados Unidos—. El presidente de la Fed, Jerome Powell, y sus colegas deberían estar muy orgullosos.

Una inflación más alta, como efecto colateral y como consecuencia de la recuperación robusta, era inevitable y, por tanto, no es algo de lo que lamentarse. Cuando uno se reincorpora rápidamente al tráfico de la autopista a toda velocidad va a dejar marcas de neumático en el asfalto. La pregunta ahora es qué pasará después. El mercado de bonos parece pensar que esta ola de inflación pasará, y que la estabilidad de los precios regresará en el medio plazo. El mercado actualmente anticipa que en los próximos cinco a 10 años la inflación promediará el 2,2% anual.

Siempre es posible que el mercado se equivoque. Pero, en este caso, creo en su criterio. Uno puede confiar en el mercado de bonos no porque sea un buen pronosticador (no lo es), sino por lo que nos dice sobre las expectativas. Si la inflación actual de Estados Unidos no se disipa rápidamente, será porque la gente no esperaba que lo hiciera. Afortunadamente, como señala Joseph E. Gagnon, del Instituto Peterson de Economía Internacional, la gente cuyas expectativas importan aquí es esencialmente la misma gente que apuesta por el mercado de bonos.

Desde una perspectiva histórica más amplia, hubo seis episodios de inflación en Estados Unidos por encima del 5% en el siglo XX. Uno se produjo durante la I Guerra Mundial, pero esta inflación se convirtió en una deflación sustancial y en una recesión profunda y breve, debido a lo que Milton Friedman luego determinó que había sido un incremento excesivo de los tipos de interés (del 3,75% al 7%) por parte de la Fed. Otro episodio se produjo durante la II Guerra Mundial, cuando se aplacó la inflación con controles de precios. Los dos siguientes ocurrieron tras la II Guerra Mundial y después de la guerra de Corea, cuando la inflación resultó ser transitoria y transcurrió rápidamente sin un ajuste monetario sustancial. Y los dos últimos llegaron a definir la década de los años setenta. El episodio final terminó siendo controlado por una profunda recesión luego de las enormes alzas de los tipos de interés por parte del presidente de la Fed, Paul Volcker.

Más allá de si se dan cuenta o no, todos los que presentan argumentos sobre el curso probable de la inflación de hoy no se basan en principios teóricos, sino en analogías históricas arbitrarias. Algunos, como el sagaz Olivier Blanchard, el que fuera mi maestro, ven los años setenta como la mejor analogía. Pero si bien esto puede ser correcto, su argumento es débil. El brote de inflación de 1974 se produjo después de un episodio inflacionario previo que había hecho cambiar las expectativas. En 1973, la gente pensaba que la tasa de inflación, en ausencia de una recesión, se mantendría en torno a lo que había estado el año anterior —si no un poco más alta—. Por el contrario, no veo ninguna evidencia hoy que sugiera que las expectativas de inflación de Estados Unidos se hayan desanclado.

Asimismo, el empleo en Estados Unidos sigue estando 7,3 millones por debajo de su tendencia previa a la covid. En un documento reciente, Lawrence H. Summers (otro exmaestro mío sagaz) y Alex Domash atribuyen una escasez de 2,7 millones de empleos a factores estructurales como el envejecimiento de la población y las restricciones inmigratorias. Pero todavía quedan 4,6 millones de personas que han abandonado la fuerza laboral, pero que pueden sentirse tentadas de regresar por una economía lo suficientemente fuerte. Este pool potencial de mano de obra reduce mi temor de una espiral salarial inflacionaria, que sucede cuando los empleadores intentan contratar más trabajadores de los que hay disponibles.

Además de una espiral de precios y salarios, los otros dos culpables a los que se acusa frecuentemente de una inflación no transitoria son los cuellos de botella en las cadenas de suministro y las expectativas autocumplidas. En los tres, el único riesgo potencialmente serio es que tal vez no podamos resolver las alteraciones clave en las cadenas de suministro.

Eso nos lleva a las malas noticias. Los riesgos de las cadenas de suministro pueden haberse vuelto más agudos ahora que la guerra de Rusia contra Ucrania ha hecho que los precios del petróleo y de los granos entraran en una espiral ascendente, como sucedió a comienzos de los años setenta. Gracias al presidente ruso, Vladímir Putin, los años setenta tal vez terminen siendo la analogía correcta, después de todo.

J. Bradford DeLong es ex subsecretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos, profesor de Economía en la Universidad de California, Berkeley, y socio en la Oficina Nacional de Investigación Económica.

© Project Syndicate 1995–2022

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_