¡Bajen los tipos ya!
Cada mes que el BCE los mantenga en su nivel actual, seguirá causando estropicios en el crecimiento de la eurozona y el bienestar ciudadano
¿Por qué toca bajarlos? Porque la inflación se ha desplomado. Ascendió como meteorito poco antes de la guerra de Ucrania: en diciembre de 2021 se colocó en el 5%. Se expandió con la invasión: 7,5% en marzo de 2022. Y coronó cima ese octubre: 10,6%. El ritmo se duplicaba en diez meses.
Y ha caído con idéntico estrépito. En diez meses se redujo a la mitad: 5,2% en agosto de 2023. Y a febrero de este año, otra vez a la mitad: 2,6%. Las cifras son contundentes. Permiten defender, dignamente, contra la tesis ahora oficial, que se trató de una inflación “temporal”. No por ser pasajera, corta. Si no porque una vez desvanecidas sus causas, decayó. Así lo argumenta, con énfasis, Joseph Stiglitz (Negocios, 2/12/2023); y con cautela, Manuel Alejandro Hidalgo (5 Días, 11/12/2023).
La causa fundamental de la brutal alza de precios fue el encarecimiento de la energía (y los alimentos). Pues bien, eso es –toquemos madera—pantalla pasada. El precio del gas en Europa (mercado holandés, TTF) marcó un mínimo de 23 euros en diciembre pasado, cercano al de la primavera de 2.021 y ¡trece veces menos! Que los 300 euros de agosto de 2022. Algo similar ha sucedido con la electricidad. (EL PAÍS, 22/2/2024) Y el barril del petróleo Brent, que en marzo de 2022 alcanzó 129 dólares, cotizaba este 6 de marzo a 82 dólares.
Eso confirmaría que era sobre todo una inflación de oferta (costes, energía, colapso de las cadenas de producción y transporte). Y solo en menor grado de demanda (excesos de liquidez, inversión, gasto), las que de verdad se combaten aumentando tipos.
Los banqueros centrales, sobre todo halcones, atribuirán el mérito de la declinante inflación a su giro restrictivo en política monetaria. Quizá. Incluso es probable que haya contribuido. Pero permitan alguna duda. Los efectos desinflacionarios de un incremento en los tipos suelen tardar en manifestarse al menos un año/año y medio. Pero el pico del 10,6% (octubre 2022) se rebajó a la mitad exacta en solo nueve meses (julio 2023). Su papel no parece haber sido el más determinante. Los futuros estudios –ojalá independientes—tienen ahí materia sobrada. De ellos aprenderemos.
Todos los argumentos en pro de la rigidez restrictiva han ido derritiéndose al compás de los datos. Un día era la inflación subyacente: cayó. Otro, un alza del petróleo, duraba dos meses. A veces, los “enormes” márgenes empresariales que presionaban precios: no se aclararon. Luego y siempre, los “excesivos” aumentos salariales: van en retroceso relativo. O la eterna incertidumbre internacional: ahí estamos, entre nubarrones.
Cuenten lo que tengan a bien. Pero que la inflación se derrumba es, desde hace bastante tiempo, un hecho incontrovertible.
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