“Me daba pánico dejar mi trabajo”: así invierten los españoles que buscan vivir de las rentas
Cinco pequeños ahorradores explican cómo persiguen la independencia financiera (o cómo la consiguieron)
Un día de mediados de diciembre de 2012, con España rozando los seis millones de parados, el valenciano Josan Jarque salió de la sucursal bancaria de CaixaBank en la que era subdirector y no volvió. Tenía 43 años, y tiempo atrás había tomado una decisión de esas a las que se le dan muchas vueltas: viviría de las rentas y dedicaría el resto de sus días a hacer lo que le apeteciera. Recorrer en moto el sudeste asiático. Leer. Hacer el Camino de Santiago. Escribir en su blog. Viajar de aquí para allá. Cruceros. Voluntariados. Esa es su vida hoy. En estos 11 años, afirma no haberse arrepentido nunca de aquel portazo a las rutinas obligatorias de la oficina, un cambio vital profundo precedido de cierto vértigo, como todo salto a lo desconocido. “Me daba pánico dejar mi trabajo”, reconoce por videollamada desde su autocaravana, aparcada en algún punto del lado francés de los Pirineos, donde ha viajado con una amiga.
Libre de jefes y horarios, 18 años después de su desembarco en las finanzas, un trabajo cargado de presiones comerciales que había dejado de gustarle, se encontró entonces con la incomprensión del juicio público. “Pierdes cosas en común con parte de tus amistades, porque muchos tienen hijos, mujeres, trabajos y jefes cabrones de los que quejarse. Yo no tengo nada de eso. Yo tengo viajes. Y piensan que mi estilo de vida es más bien marciano. Nacen envidias. Así que hubo un cambio de amigos”. Casi nadie en su entorno entendió que abandonase de repente la seguridad del empleo y una nómina generosa a final de mes. “Todos pensaban que estaba jugando con la Bolsa y que un día me iba a pegar un hostiazo. Pensaban que yo estaba especulando”, explica.
Porque de eso vive Jarque hoy. De la Bolsa. La idea más extendida dice que comprar acciones es de todo menos una inversión segura. Hay argumentos y precedentes de sobra para pensarlo, de Lehman Brothers al Banco Popular. Él mismo, en sus inicios, admite haberla comparado con un casino. Pero su estrategia hacia la independencia financiera, basada en acumular los dividendos que entregan esas acciones, no tiene nada que ver con la actividad frenética de los traders que compran y venden diariamente en el mercado, aprovechando pequeñas variaciones de precios, y se parece más a la que siguen quienes adquieren una vivienda para alquilarla.
Durante años, invirtió la mitad de su salario en títulos de compañías que llevan décadas repartiendo esos dividendos e incrementándolos prácticamente sin interrupción —tiene, entre otros, de Coca-Cola, McDonald’s, Red Eléctrica o Enagás—. Cuando esos dividendos, unidos a los ingresos que le generaba un piso que alquilaba, cubrieron todos sus gastos, pactó su adiós al banco entre la incredulidad de sus superiores. “Salí y el cielo se abría. A partir de ese momento, he podido hacer lo que he querido. La vida es una maravilla, y antes era una noria”.
Soltero y sin hijos, carece de domicilio fijo —vendió su casa e invirtió las ganancias—. Se mueve entre la autocaravana, algún alquiler ocasional, estancias puntuales con sus padres y las rutas en moto por Tailandia, Vietnam o Bali, a las que a veces le acompañan otros unicornios, como se hacen llamar quienes han alcanzado la independencia financiera y eligen pasearse como nómadas por el mundo. Jarque asegura vivir sin grandes lujos —reniega de ellos—, pero sin estrecheces, mientras escribe una novela ambientada en el Camino de Santiago, su segundo libro tras Cómo vivir de las rentas, en el que explica su filosofía de inversión y reflexiona sobre el dinero, al que percibe como un problema a resolver. “Si no solucionas lo del dinero, no vas a poder estar pintando cuadros sin preocuparte. Es el problema, pero no te da la felicidad, eso te lo da las relaciones personales”.
El concepto de independencia financiera —o IF, como la abrevian quienes la anhelan—, se refiere básicamente al momento en que se puede vivir sin necesidad de trabajar, y ha inspirado un movimiento que cada vez atrae más atención. En las principales ciudades españolas, quienes ya la ha han conseguido y quienes todavía la buscan interactúan en foros y quedadas, los influencers que hablan de ella ganan popularidad en X (la antigua Twitter) o YouTube. Y proliferan los libros sobre cómo alcanzarla. En todo ese caudal de información se cuelan a veces oportunistas que prometen haber encontrado el sistema definitivo para obtener riqueza rápida y ofrecen cursos caros para lucrarse.
En Estados Unidos se la conoce por las siglas FIRE (Financial Independence, Retire Early). Es algo parecido a una comunidad, aunque cada uno la busca a su manera: se puede conseguir invirtiendo en fondos indexados, en empresas de dividendo, en vivienda, en terrenos o en cualquier cosa que reporte rentas. El objetivo final también varía: unos se retiran anticipadamente, otros reducen la jornada, cambian de trabajo o simplemente ganan tranquilidad al complementar sus sueldos o pensiones y al ahuyentar el miedo que antes tenían a ser despedidos. Si un día se quedan en paro, siempre podrán recurrir a ese otro grifo abierto.
Jarque señala que quienes rompen con la vida laboral, como hizo él, son minoría. “Hay gente que tiene su identidad tan vinculada al trabajo que no quiere irse. Porque es Manolo el de frutos no sé qué. También te da una forma de estructurar tu tiempo. Y entre los padres son menos quienes lo dejan, o bien porque quieren dar ejemplo a los hijos o por si les hace falta más dinero en el futuro. Mucha gente tiene la IF, pero somos pocos los unicornios que dejamos de trabajar y viajamos por el mundo”.
La estrategia de los dividendos requiere paciencia y constancia. Es lenta. Hasta aburrida al principio. Lo contrario al pelotazo. Tiene la ventaja de que no implica atender los problemas de un inquilino, como sucede en el inmobiliario, ni pagar comisiones desorbitadas a gestores o depender de las subidas y bajadas de las cotizaciones bursátiles a corto plazo, muy difíciles de predecir y expuestas a eventos imprevisibles como pandemias o guerras. Se trata de comprar con el objetivo de no vender durante años, décadas o tal vez nunca, y en ese tiempo cobrar los dividendos —con rentabilidades que suelen rondar entre el 3% y el 5%, pero crecen con el tiempo— y reinvertirlos una y otra vez hasta que se perciba la cantidad con la que se quiere subsistir el resto de la vida.
La cifra con la que se contentan ronda habitualmente los 2.000 euros mensuales, pero es algo personal que depende mucho de la ciudad en que se establezcan. No se necesita lo mismo en el centro de Madrid que en un pueblo de Extremadura. Para unos, basta con cubrir gastos. Otros esperan a tener un colchón de seguridad para imprevistos. Entonces, cuando eso ocurre, equivale a que la nómina les llegue de esos trocitos que poseen de Johnson & Johnson, Walmart o Colgate, por citar tres reyes del dividendo, el título que se usa para las empresas que llevan más de 50 años repartiéndolos e incrementándolos. “El factor más importante para que la bola de nieve vaya creciendo es el tiempo. El dinero que puse es poco frente al dinero que tengo. Porque casi todo es dinero obtenido por el dinero. Una progresión geométrica, la del interés compuesto, que es lo que más le cuesta entender a la gente”, argumenta Jarque. Algo así como el ganadero que comprara más y más vacas con los ingresos que recibe de la leche que producen.
Construyendo su propia bola de nieve está Juan Cortés, conocido como El loco del dividendo en redes sociales, donde cuenta con decenas de miles de seguidores que leen sus comentarios en X y escuchan sus reflexiones y entrevistas en YouTube. Este sevillano afincado en Badajoz, ingeniero informático de 36 años, trabaja en el BBVA, y ha puesto ya en marcha el contador de su particular camino hacia la independencia financiera: lleva cinco años invirtiendo en acciones de dividendo, y de ellos percibe al año el equivalente a la mitad de sus gastos. En otros cinco años espera que le cubran el 100% de lo que consume, viajes incluidos, y en 10 años, el doble.
En algún punto entre ambas fechas planea dejar de poner el despertador y retirarse. Para eso, ahorra la mitad de su sueldo y lo invierte, igual que los ingresos por pagas y horas extra y los dividendos que le van llegando. “No hago esto para ser millonario. En la Bolsa es muy difícil serlo”, aclara. Le gusta su trabajo, pero aspira a otro tipo de vida. “Cuando haces lo mismo ocho horas al día, cinco días a la semana, da igual lo que hagas, al final lo estás haciendo obligado”, opina.
Lo primero, considera, es formarse y escapar de la carrera de la rata. “Vivimos en una sociedad en la que cuanto más ganamos, más gastamos para impresionar a gente que no nos importa. Y entramos en un bucle en el que nunca tenemos tiempo para nosotros”. La pandemia pareció alimentar una resurrección de la idea del tiempo frente al dinero, apoyada en una mayor conciencia de la fragilidad humana, pero no está claro que esa preponderancia vaya a perdurar. “La verdadera vida comienza en el momento en que termina la preocupación por la supervivencia”, escribe el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en Vida contemplativa.
Convertido en referente de muchos que como él están en el camino hacia la IF por su presencia en redes, Cortés relata que a veces lo contactan pequeños inversores que tras llegar a la meta sienten cierta desorientación ante la enormidad del tiempo libre por rellenar una vez abandonan su trabajo. “Me llegan muchos correos de gente que no sabe qué hacer con su vida. Yo lo tengo bastante claro. Me encanta escribir, los videojuegos, leer, estar en redes… También me encantaría estar más con mi chica, pero cuando trabajas ocho horas al día, el tiempo se reduce. Llega un momento en que son las seis o siete de la tarde y como vayas al gimnasio, leas un poco y veas una serie, ya se te ha ido el día. Tengo demasiados hobbies, lo que me falta es tiempo”.
Tiene en cartera 57 empresas, de diferentes sectores y países, entre ellas Nintendo, Pepsi o Unilever, por nombrar algunas de las más conocidas. Es el antídoto con el que los inversores en dividendo dicen vacunarse frente a uno de los mayores peligros: que una de sus compañías deje de pagar dividendo o lo reduzca. Cuando eso sucede —algo poco habitual, porque las eligen entre las que cuentan con un largo historial de pagos—, la diversificación les protege. “Con 20 o 30 empresas ya estás diversificado, pero yo soy bastante ansias”, afirma Cortés.
La probabilidad juega a su favor. En la pandemia, por ejemplo, solo una de sus empresas recortó el dividendo. Para él, fue el periodo perfecto para acumular: uno de los mantras de la comunidad dividendera es el que dice que es mejor comprar cuando las cotizaciones caen. Como si en las rebajas de verano hicieran acopio de abrigos para el invierno a precio de saldo. “Una cartera de dividendos no es tan especulativa porque no tenemos la necesidad de batir al mercado todos los años. Buscamos rentas seguras, crecientes y fiables. No nos importa estar uno o dos años en rentabilidad negativa mientras los dividendos siguen llegando”, sostiene.
Esa es otra de las ventajas que sus partidarios destacan: la gestión psicológica del largo plazo es mucho menos estresante que los movimientos acelerados de los traders o la volatilidad salvaje con la que lidian los inversores en criptomonedas. Volviendo a la comparación con las casas, si el valor de mercado de sus acciones cae, el dividendo sigue llegando puntual, como si de un alquiler se tratase, pero sin la parte negativa. “Una acción de Coca-Cola no te llama a las tres de la madrugada porque no funciona el garaje”, cuenta Cortés que le dijo un pequeño inversor cansado del sector inmobiliario.
Una frase en inglés del inversor Warren Buffett aparece enmarcada a la espalda de Andrea Martínez, nacida en Avilés (Asturias) hace 37 años. “Alguien está sentado a la sombra hoy porque alguien plantó un árbol hace tiempo”, traduce por videollamada esta psicóloga de formación que trabaja en Dublín para un portal de búsqueda de empleo. El texto resume el modo en que tanto ella como su marido gestionan sus finanzas personales, centrado en el largo plazo.
Empezaron a invertir en 2017, comprando acciones de Telefónica, Enagás, Allianz y Bayer. Con el tiempo, han ido perfeccionando el método. Tienen casi una cuarentena de empresas de dividendo, y este año han terminado de pagar la hipoteca, así que ven más cercano el objetivo de vivir de las rentas. “Mi marido Fran dice que será en cinco años. Yo no sería tan optimista, pero desde luego sí que antes de 10 años seguro”, calcula. Él es programador, le encanta lo que hace, y su intención es dejar de trabajar por cuenta ajena para seleccionar sus propios proyectos. Ella le da vueltas a otros planes. “Siempre he tenido el sueño vital de montar una protectora de gatos, o cuidar gatos de otros. Probablemente lo primero o una mezcla de las dos cosas. Si pudiera retirarme me dedicaría a eso”.
El lado inmobiliario acelerará las cosas. Como su intención es irse de Irlanda en unos años, la idea es vender su actual vivienda para establecerse en otro sitio donde puedan comprar un piso a un precio inferior. Esa diferencia, que buscan que ronde los 100.000 euros, complementará a los dividendos. “Yo además seguiré con mi canal de YouTube, que a ver dónde me lleva. Vamos a seguir haciendo cosas. No nos cerramos la puerta a otros ingresos”, añade.
Mientras tanto, también controlan sus gastos. “Nosotros siempre fuimos muy de ahorrar. Yo nunca fui muy loca con la ropa. Y por haber leído sobre minimalismo y orden, cuando compro una prenda me tengo que deshacer de otra. No quiero que mi armario crezca descontroladamente”.
No todo el mundo es capaz de ahorrar lo necesario para invertir, pero a quienes están comenzando con pequeñas cantidades, les recomienda paciencia. “Cuando inviertes por dividendo puede ser muy frustrante ver que un mes ingresas 10 euros. Piensas ‘ostras, y se supone que tienes que vivir de esto’. Hay que dominar esa ansia que tienes al principio”.
A mediados de julio, el tarraconense Germán Jover, de 40 años, publicaba su libro El método crac, sobre cómo vivir de las rentas del alquiler. Enseguida se colocó como el más vendido en Amazon entre los de no ficción, donde se mantuvo varios días. Licenciado en Administración de Empresas, tras 10 años invirtiendo en Bolsa como trader sin los resultados esperados, finalmente encontró su sitio en la inversión inmobiliaria. A los 37 años, consiguió cubrir sus gastos con los ingresos que percibía por alquileres, y dejó su empleo en el sector financiero, donde llevaba casi 20 años.
Actualmente, la gestión de sus activos y la búsqueda de otros nuevos llena su tiempo: posee 10 viviendas, la mayoría con hipotecas. En su opinión, la financiación bancaria es la mayor ventaja frente a otros métodos para llegar a la IF. “En ninguna otra modalidad de inversión puedes pedir financiación tan barata, en tanta cantidad y a un plazo tan largo. Esto que para algunos puede parecer poco prudente, en realidad, un enfoque profesional lo convierte en una de las inversiones más seguras que existen. Llegamos a conseguir que el alquiler sea incluso el doble de lo que se paga de cuota hipotecaria”, apunta.
Jover siguió los pasos de su padre buscando un empleo estable y seguro, pero tras su prematuro fallecimiento, a los 54 años, su mentalidad cambió. “Me di cuenta de que debía encontrar otro camino para ser dueño de mi tiempo cuanto antes”. Compagina las compras para alquilar con otras para reformar y revender. Y cree que, aunque depende de la capacidad de ahorro y endeudamiento de cada uno, es un camino más rápido y rentable que el de los dividendos.
Intenta que sus ingresos sean predecibles, por lo que contrata hipotecas a tipo fijo, se cubre con seguros de impagos que le garantizan el alquiler aunque el inquilino no lo abone, y coloca alarmas para evitar okupaciones. También aprovecha ese fenómeno para encontrar viviendas más baratas. “Estas semanas estoy comprando varias que previamente ya habían sido okupadas y que, por lo tanto, tienen un elevado riesgo de nueva okupación”.
Para muchos, esa forma de ganarse la vida bebe de la especulación, pero Jover defiende que los pequeños inversores son necesarios. “La gente que prefiere vivir de alquiler no encontraría vivienda de no ser porque otra persona decida canalizar sus ahorros por esta vía. Es un win-win en el que ambas partes ganan. Si desaparece el dinero que se invierte en la vivienda, desaparece el mercado y la situación sería mucho más dramática”.
Gregorio Hernández, madrileño de 53 años, que trabajó como programador y se retiró siguiendo el método de acumular dividendos, no ve tan claras las ventajas del inmobiliario. “Los alquileres crecen lo que crezcan los sueldos, y los dividendos crecen lo que crezcan los beneficios de las empresas. Y los beneficios de las empresas siempre han crecido más que los sueldos”, resume.
Autor de más de una decena de libros sobre Bolsa y finanzas, Hernández prácticamente se crio con los mercados de fondo. Su padre empezó a hablarle de la Bolsa y a crearle una cartera cuando tenía cinco o seis años. Por aquel entonces, a España apenas llegaban libros del tema ni había internet para informarse. Considera que para empezar no hacen falta grandes cantidades, y ve la vía de los dividendos como la más simple: solo necesita de ahorro y tiempo. “No somos campeones olímpicos que hacen cosas que no pueden hacer los demás. Ni traders que ganemos millones en operaciones complicadísimas. Lo que yo hago es algo que puede y debe hacer todo el mundo”.
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