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El sur enseña las garras al BCE ante la previsión de más subidas de tipos

Italia y Portugal cargan contra la política monetaria restrictiva del Eurobanco. Los países meridionales exhiben una mejor hoja de servicios que el norte en la batalla contra la inflación

Ignacio Fariza
Los primeros ministros de Italia y Portugal, Giorgia Meloni y António Costa, en 2022.
Los primeros ministros de Italia y Portugal, Giorgia Meloni y António Costa, en 2022.Getty

La abrupta subida de los tipos de interés acometida por el Banco Central Europeo (BCE) empieza a reabrir viejas grietas que se empezaban a quedar olvidadas en las principales capitales europeas. Por primera vez en años, algunos países meridionales, esta vez alumnos aventajados de la clase en lo que a inflación se refiere, están empezando a enseñar las garras al instituto emisor tras los últimos endurecimientos de la política monetaria. Y amenazan con enturbiar el —al menos en los últimos tiempos— plácido clima en el que Christine Lagarde y el Consejo de Gobierno del Eurobanco toman sus decisiones, tras haber llevado la tasa al 4%, el nivel más alto desde la creación de la moneda única. Si no hay sorpresas, el próximo jueves el precio del dinero volverá a subir de nuevo.

La primera en abrir la veda ha sido la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que ha señalado a Fráncfort por estar aplicando una “receta simplista” en su combate contra la inusitada escalada de los precios. “Debemos tener en cuenta el riesgo de que las constantes subidas de tipos perjudiquen a nuestras economías más que la propia inflación: que la medicina acabe haciendo más daño que la enfermedad”, deslizó la ultraderechista, haciéndose eco de un mensaje que ya llevaban días aireando varios de sus ministros.

Solo un día después, y aunque en las antípodas ideológicas de Meloni, fue el turno del primer ministro portugués, António Costa, que acusó al BCE de no entender la “naturaleza específica” del ciclo inflacionista en el que está inmersa la eurozona y de no haber tenido en cuenta “debidamente” los sectores que lo han alimentado. “Eso limita mucho la capacidad de enfrentarlo, porque si no acertamos bien en el diagnóstico, la terapia raramente acierta”, deslizó en la última cumbre de jefes de Estado y de Gobierno en la UE. A rebufo, el ministro luso de Finanzas, Fernando Medina, ha advertido esta semana de que tantas subidas de tipos en tan poco tiempo hacen peligrar la marcha económica de la eurozona: “Ahora, los riesgos sobre el crecimiento europeo son más altos”.

Las críticas vertidas desde dos de los principales exponentes del sur de la UE —en las que España, que ocupa la presidencia de turno del Consejo de la UE, apenas ha participado: Nadia Calviño se ha limitado a desear “acierto” al BCE para frenar la inflación “sin causar una recesión en Europa”—, responden a una realidad palpable: por primera vez en mucho tiempo, su hoja de servicios antiinflacionista es mejor que la de los países del centro y del norte. Particularmente —y esto es importante— mejor que la de Alemania, el país más grande de la eurozona, al que históricamente más atiende el BCE y donde la subida de precios más se ha enquistado.

En junio, España lidera el proceso desinflacionario con una subida anual de solo el 1,9% en junio, codo con codo con Bélgica y Luxemburgo y ya por debajo del objetivo del Eurobanco. Tanto Grecia y Chipre (2,7%), como Portugal (4,7%) y Francia (5,3%) también se sitúan por debajo de la media de los países del euro. Solo Italia (6,7%) queda por encima.

“Estamos asistiendo a una anomalía histórica, una asimetría muy grande entre las tasas de inflación del norte y las del sur a favor del segundo. Es sorprendente”, esboza Xosé Carlos Arias, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Vigo. En este caldo de cultivo, dice, “no es extraña la reacción de quienes pueden verse afectados por una política demasiado astringente”. Las cosas se complican para el BCE: “En los últimos años había logrado un cierto equilibrio, pero a partir de ahora no va a ser así; todo es una cuestión de proporciones y equilibrios, y podemos estar cerca del momento en el que la cuerda puede romperse de verdad si siguen subiendo tipos. Su éxito a la hora de evitar la fragmentación financiera podría empezar a estar en riesgo”. El gran peligro, zanja, es que el BCE “atienda demasiado a lo que ocurre en Alemania y a los países del norte, y no tanto al resto. La situación entre países no es ni mucho menos la misma, y eso tiene que tenerlo en cuenta”.

“La economía está siendo mucho más resistente a la subida de tipos de lo que se pensaba, y eso es bueno”, apunta el economista Ángel Ubide. “Pero eso, a la vez, está obligando al BCE a subir más los tipos de lo que se pensaba en un principio”. Aunque considera que el BCE “lo está haciendo bien”, Ubide también cree que “pronto podrá permitirse una pausa, como la Reserva Federal, y tomarse un poco más de tiempo”. “A la vista de las declaraciones públicas, ese parece que es el debate en del Consejo de Gobierno, y en ese debate es en el que hay que enmarcar las declaraciones de Italia y de Portugal”, agrega. “Hasta ahora lo ha tenido muy fácil, porque había que subir los tipos sí o sí, pero ahora es natural que empiece a haber división de opiniones”.

Alzas menos justificadas que en el norte

Con las cifras de inflación en la mano, las subidas de tipos están mucho menos justificadas en la Europa meridional que en la septentrional. Lagarde, sin embargo, sigue apostando por nuevas alzas, y eso escama a Roma y a Lisboa. También a Madrid, aunque haya optado por no verbalizarlo. “Aún no hemos terminado el trabajo”, deslizó la jefa del BCE a finales de junio en Sintra, solo unas horas antes de que Meloni y Costa entrasen al trapo. “Es improbable que podamos decir pronto que los tipos han tocado techo”. En poco más de un año, el precio del dinero en la eurozona ha pasado del 0,5% al 4%, un umbral inédito en la era del euro. Es, también, la subida más rápida desde que hay registros.

“Es verdad que la inflación general se ha moderado de forma muy significativa en el sur, sobre todo en España y Portugal, por el efecto base [la comparación con el mismo mes del año pasado]”, reconoce María Romero, socia directora de Economía de Analistas Financieros Internacionales (AFI). “Lo que pasa es que el BCE en lo que se fijan es en la inflación subyacente [sin energía y alimentos], que es la que más cuesta hacer regresar al carril del 2%”. A su juicio, el diagnóstico del BCE es “el correcto”: Romero ve “justificadas” tanto las subidas ya adoptadas como el mensaje de Lagarde de que el precio del dinero seguirá al alza en los próximos meses.

En la misma línea, el economista Ignacio Ezquiaga subraya que la política monetaria solo ha empezado a ser restrictiva de marzo para acá. Hasta ese mes, dice, sus decisiones “apenas han tenido influencia” sobre la actividad económica. “Ahora es la hora de la verdad, y qué mejor indicador para el BCE que algunos Gobiernos empiecen a protestar: que haya voces discordantes como, por otra parte, las ha habido toda la vida”. El trabajo de un banco central, dice al otro lado del teléfono, es frenar la inflación, “y de momento no lo ha conseguido: la subyacente no ha bajado prácticamente nada”.

La deuda, clave

La segunda foto fija que permite entender el porqué de esta oleada de avisos sureños al BCE para que atempere la escalada de tipos es la de la deuda pública. A cierre del año pasado —los últimos datos que permiten hacer una comparación homogénea entre países— sitúan a Grecia (171%), Italia (144%), Portugal (114%), España (113%) y Francia (112%) en cabeza en pasivos sobre PIB. Aunque todos ellos han aprovechado los bajos rendimientos de los últimos años para alargar sus vencimientos y abaratar su factura, el mayor servicio de la deuda hace que el encarecimiento del dinero tenga un impacto mayor para ellos que para la media de la eurozona (92% de deuda sobre PIB) o que para Alemania (66%) o Países Bajos (51%), históricamente los dos más beligerantes con este asunto y que empiezan a dar señales de querer regresar a la austeridad.

Pese al reciente movimiento de Alemania, que trae reminiscencias de otros tiempos —de infausto recuerdo para el sur—, esta vez, como recordaba recientemente en el Financial Times el ex economista jefe del Banco de Inglaterra, Andy Haldane, la austeridad es monetaria. “Los bancos centrales deberían seguir el principio de prudencia para evitar una sobredosis en la economía”, escribía. En plata: pasarse de frenada parece hoy un riesgo mayor que quedarse corto.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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